Siguen las incertidumbres en todos los ámbitos de la vida nacional. No se sabe quién ni cómo fue que dieron de baja a Santrich, siguen desaparecidos numerosos miembros de la FANB sin que desde el comando de la institución se dé orientación alguna sobre su paradero y suerte, el dólar siempre para arriba sin parar, las cajas CLAP se hacen cada vez más difíciles de obtener, la pandemia sigue su letal curso mientras que nadie sabe a ciencia cierta dónde ni cómo obtener una vacuna, etc.
Dentro de este panorama tan difuso distintos actores alientan pretensiones cuya procedencia y prioridad son opinables según quien sea el opinador.
El estamento político está ocupado con unas gestiones para la “Salvación Nacional” en las que todavía se está lejos de determinar quiénes serán los que eventualmente asuman conversaciones cuya extensión, temario, metodología, etc. se mantienen nebulosos. Menos hay claridad acerca de la representación de cada sector, especialmente entre los partidos políticos y –peor todavía– en la “sociedad civil” de la que muchos preguntan “¿con qué se come eso?”.
Todo lo anterior reviste importancia crucial para el porvenir de la república, pero –muy a nuestro pesar– no habrá mucha posibilidad de futuro mientras no se resuelvan algunos temas del presente, tales como la falta de combustibles, la imposibilidad de iniciar a tiempo la temporada de siembras, la reactivación del aparato productivo etc. Quien esto escribe ni tiene ni puede ofrecer soluciones, sino tan solo contribuir a la visualización de los problemas que se afrontan.
Por lo que se ve a simple vista no parece que las actitudes estén sirviendo al proclamado objetivo de un diálogo razonable. Si, por una parte, quienes detentan los resortes de Estado anuncian “concesiones” (un supuesto CNE mejor) y reiteran a diario su proclamada buena voluntad; por la otra, ese mismo equipo arremete con la más despiadada rudeza reflejada –entre otras acciones– en el feroz recrudecimiento de los ataques contra este mismo periódico El Nacional, materializado en decisiones judiciales cuya racionalidad y montos exceden las más alocadas proporciones.
Tampoco los “nuestros” parecen decididos todavía a posponer sus agendas grupales para adecuarlas a una estrategia colectiva, como la que se va a precisar y es la que exigen todos los aliados que aún tienen ganas de seguir ocupándose del tema Venezuela que ya roza o traspasa el aguante de muchos que en su momento apostaban a la efervescencia por algunos meses, pero no a una saga más larga que las series de Netflix.
No podemos cerrar estas líneas sin comentar con indignación –pero sin sorpresa– la actitud del grupo que despacha desde Miraflores y la Casa Amarilla, quienes se han rasgado las vestiduras cual vestales ofendidas ante la condena casi universal y unánime a la dictadura de Bielorrusia, que invocando emergencia en un avión de pasajeros extranjero que surcaba legalmente su espacio aéreo, lo obligó a descender en su territorio para secuestrar a un pasajero que resulta ser enemigo del gobierno del “camarada Lukaschenko” antes de permitir la reanudación del vuelo. Pues bien, el ciudadano “canciller” Arreaza rápidamente salió a condenar no el secuestro sino la reacción de quienes manifestaron repudio a tal acción. Más bien pudiera haberse ocupado de ver cómo nos devuelven a nuestros militares retenidos en Colombia por quienes están al margen de la ley.