28 de septiembre de 2024 10:50 AM

Linda D’Ambrosio: Resérvense sus pronósticos

Agradezco a Hans Christian Andersen algunos de los más bellos relatos que hayan marcado mi vida. Las Cosas que vió la Luna, Cigüeñas y la historia de La Reina de las nieves entrañan contenidos a los que he vuelto, una y otra vez, aun de adulta.

¿Qué amor más valeroso y constante que el de Gerda, que desafía todos los peligros y escudriña todos los confines para descubrir el paradero de Kay?

Sin embargo, al igual que me sucede con otros artistas, cuya obra resulta muy cara a mi corazón, nunca tuve la curiosidad de ir a investigar su vida. Sabía lo que todo el mundo: que su pareja había sido Jenny Lind y que era danés.

Sin embargo, un texto hallado en las redes ha venido a arrojar luz sobre algunos detalles desconocidos para mí. Me sorprendió saber que se presumía era hijo ilegítimo de Christian VIII de Dinamarca, a pesar de lo cual atravesó por una niñez prácticamente mendicante. Y, ya rayando en lo literario, el hecho de que El patito feo tuviera visos autobiográficos. Al parecer, así lo afirmó el propio escritor durante una entrevista realizada por Georg Brandes, quien le interrogó a propósito de la posibilidad de que escribiera su autobiografía.

Se dice que Andersen era desgarbado, torpe, y que se distinguía por una prominente nariz (de la que, efectivamente, dan cuenta sus fotografías). Todo ello lo hacía blanco de las burlas de sus congéneres. Sin embargo, logró triunfar como escritor y elevarse, resilientemente. por encima de quienes se habían reído de él.

La riqueza del patito feo radica precisamente en ser distinto, y ello es algo que debe ser enfatizado. A menudo se excluye, censura o estigmatiza a una persona por las diferencias que son, precisamente, las que lo hacen valioso.

“Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, pensará toda la vida que es un inútil”. Esta frase, atribuida por algunos a Albert Einstein, pone en evidencia la diversidad y la utilidad que entraña el hecho de que todos tengamos diferentes cualidades. Pero, más aún, pone en evidencia el terrible riesgo de descalificar a alguien por no ser “normal” estadísticamente hablando (el caso que más se repite).

La frecuencia con que se desmoraliza a las personas que no transitan por el mismo camino trillado que otros, y en particular a los niños, debería alertarnos con respecto a lo perjudicial de nuestra actitud.

¡Cuán perniciosos y destructivos los pronósticos acerca del futuro de algunos personajes!

Todavía conservo la carta de una de las profesoras de mi hija apuntando los múltiples defectos que la signaban. Contra sus vaticinios, cosechó los dos primeros premios de su vida académica aun antes de comenzar su carrera en la Universidad Complutense: el del mejor expediente académico entre los estudiantes que aspiraban a ingresar en esa institución y el de la nota más alta en las pruebas de acceso. Egresó de allí, igualmente, con las calificaciones más altas entre quienes estudiaban en su escuela, en su facultad, y en la propia universidad, recabando sucesivos reconocimientos, hasta recibir la Mención Honorífica de postgrado de la Universidad de Edimburgo.

Cito a mi hija por ser el caso más cercano, pero sé de muchos otros agoreros que han amargado la vida a otros con sus funestos presagios.

¿Por qué no centrarnos en las diferencias y potenciar su desarrollo? Como en casi todas las cosas de la vida, centramos nuestro interés no en lo que hay, sino en lo que falta. Y, para cerrar, como ya va siendo costumbre, con una cita bíblica, bastará con remitirnos al Génesis, porque vio Dios que era bueno: que cada uno dé fruto, según su especie.

linda.dambrosiom@gmail.com

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