Tomo prestado el título de la obra de Georges Duhamel, cuya edición francesa, La possession du monde, moraba en la biblioteca de la casa en que crecí.
¿En qué medida son nuestras las cosas que nos pertenecen? ¿En qué medida necesitamos apropiarnos de las cosas para poder disfrutarlas? ¿O es que poseer, en sí mismo, es lo que nos ocasiona placer? Esta reflexión me ronda cada vez con mayor insistencia. Se me hace cada vez más pesado subordinarme al cuidado de tantas cosas que, más allá de su connotación sentimental, dejan de contribuir al bien común, en la medida que las secuestro.
Soslayando su evidente carácter de inversión, me pregunto el sentido de querer poseer algunas cosas. No es que sea una hippie abolicionista, enfrentada a la idea del capital y poseída por el funesto espíritu del comunismo. No. Pienso en mis periódicas donaciones de libros, que fueron leídos apenas una vez, que supusieron en principio un desembolso y que me constriñeron a una limpieza recurrente. Abogo por las bibliotecas y los museos, donde podemos encontrar tanta belleza y disfrutarla, sin necesidad de sacarla de circulación.
Cierto es que hay obras que me gusta tener a mano, consultar regularmente, revisando las anotaciones que hago en sus márgenes… Cierto es también que una de las mejores amigas de mi madre se salvó de terminar en un campo de concentración durante el Holocausto, porque su padre, a quien nunca volvió a ver, reunió una madrugada las joyas que había en la casa y se las dio, al tiempo que la conducía a un tren que la alejara de Viena, salvándole la vida… Un recuerdo poderosamente próximo a las escenas que nos llegan desde las fronteras ucranianas.
Seguramente lo tendrán más fácil aquellos que dispongan de bienes que les permitan acceder a las cosas necesarias. Seguramente, también, esos bienes resultarán inútiles a veces, en ausencia de algo que sea comprable…
Es inevitable recordar en estas circunstancias la dicotomía entre el tener y elser, que inspirara los libros de Gabriel Marcel en 1935 y de Erich Fromm en 1976. Un término opone a una manera de vivir basada en la apropiación de bienes e ideas, otra basada en el desarrollo personal. Un tercer elemento, el hacer, se traduce en logros, llevándonos a vencer las propias limitaciones y a sobreponernos a inevitables reveses.
Ya Maslow nos advertía de que solo pensábamos en cosas intangibles cuando estaban cubiertas nuestras necesidades básicas: resultaría necio negar la importancia de elementos determinantes para la supervivencia. Pero hay otras cosas que tiemplan nuestro espíritu, cosas a las necesitamos aferrarnos en medio de la oscuridad.
¿Qué les deparará el destino a los desplazados de la guerra?
Quiero creer que esta experiencia potenciará el disfrute de cada pequeño detalle en su vida futura, cambiando drásticamente el significado de cada cosa…. Invoco la serenidad de uno de mis tíos, regocijado en el humilde cultivo de sus rosas, disfrutando de la bonanza, tras una vida de penurias como prisionero en el Norte de África durante la Segunda Guerra Mundial.
Duhamel, quien obtuvo el premio Goncourt en 1918, era médico en el frente. Encuentro en internet una nota que dice: “Publicado en 1919, La posesión del mundo se centra en las razones espirituales para luchar, para seguir esperando y para creer en el Hombre (…) buscando otras formas de mística y refugios”. El autor propone el arte, la belleza, el corazón y la fraternidad. Víktor Frankl hablaba del sentido...
Nos hacen falta la esperanza, las razones, la actitud… Todo aquello que nos convierte en auténticos usufructuarios de la riqueza del mundo.
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