No pensaba reiterar en este aspecto, pero las circunstancias me obligan, termino de leer en X a alguien que expresa su admiración porque una institución en España que se llama Museo del Traje, acaba de aceptar la donación de su biblioteca de papel al diseñador Lorenzo Caprile, y su sorpresa estriba en que para esa persona hoy ya nadie quiere libros de papel, por supuesto, no pude quedarme callado y metí la cucharada en donde no me han llamado, pero la afirmación es falsa de toda falsedad (como dicen los abogados), ya que hoy, como nunca, se han impreso tantos libros en el mundo y el mercado está fuerte y en expansión, como también lo está el del libro digital, que captura una buena tajada del mismo, pero ambos no se afectan ni se oscurecen y hasta este momento (no sé en el futuro) parece que convivirán sin mayores conflictos.
No es algo nuevo para mis lectores la defensa que hago del libro de papel, y no solo porque pertenezco a la generación Gutenberg, sino porque este soporte es el que mayor intimidad tiene con el lector, que no solo lee para conocer lo que el autor plantea, sino que hace de ese libro un objeto de culto personal: buena parte de los sentidos intervienen en esa relación seductora, que jamás podrá establecerse con los soportes electrónicos, por muchas ventajas que tengan (y las tienen, y en eso transijo: puedes llevar en tu morral toda una biblioteca en no más de medio kilo, cuestión impensable con el antiguo formato y esto es de una practicidad enorme), porque hay en los materiales, en sus texturas y en su olor un “algo” inexplicable si no eres amante de los libros de papel, y en su defensa quiero usar toda la artillería, porque no me vengan a decir que ese soporte electrónico durará toda la vida y la experiencia me dice (que he sufrido chascos terribles con las máquinas electrónicas: una de ellas se tragó, y perdonen el verbo, un cuento de mi autoría, y no hubo poder humano que la hiciera regurgitar, y con todo el dolor del alma tuve que resignarme y luego de varios días de molestia me senté a escribirlo de nuevo, y no me salió igual y, fue tan doloroso, que ya pasaron más de veinte años de ese suceso y todavía lo recuerdo como una pérdida) que no es así: los soportes electrónicos tienen una vida útil y se vuelven obsoletos como todo, y llega el momento en que echan el tiro y no hay nada que hacer.
La autora del post en X podrá rebatirme con el argumento de que el libro de papel también envejece, y sí, es cierto, pero con todo y eso, puedes acceder a un libro de hace dos siglos y hallar todo lo que el autor plasmó, y eso resulta, hoy, con toda la tecnología existente, impensable para el libro electrónico: si antes no te has percatado de esta posibilidad y no trasvasas esas obras a nuevos soportes, en cualquier momento se esfuma la nube y adiós con ellas, las perdiste para siempre, y los accidentes ocurren: como le pasó a un amigo de otro país: tenía su Kindle y en un descuido se le cayó en un pequeño riachuelo que se hizo en pleno aguacero, y se le dañó y no pudo rescatar los libros que había almacenado con paciencia y selectividad. Pensarán ustedes que lo que voy argumentar es pueril, pero lo dejo a su criterio: hace más de cincuenta años mi madre le compró a un sacerdote todos los libros del quinto de bachillerato, que su hermana había usado, pero parecían de paquete, porque esas mismas obras las necesitaba mi hermano que pronto empezaría a cursarlo, y se le ocurrió al padre llevarlos a casa en medio de un aguacero, y saliendo de su carro se le cayeron casi todos y se fueron como barcas perdidas en medio de la tormenta, y rodaron como media cuadra: salimos y los recogimos con vergüenza ajena, porque el padre estaba atribulado (y no era para menos), y con la paciencia de las madres, y la de todos nosotros, nos dimos a la tarea de secarlos página por página y pudimos salvarlos.
No soy adivino ni prestidigitador, pero por los vientos que soplan no creo que el libro electrónico, tal y como lo conocemos, le baje la santamaría al de papel en las décadas venideras (puede que me equivoque, y se invente algo tan portentoso, que le ponga el epitafio a la era Gutenberg), porque mientras la mayoría de los lectores conservemos esa dualidad que nos hace amantes de la lectura y además bibliófilos, ese binomio preservará esa extraordinaria herencia que hemos recibido de nuestros antepasados, que tanto provecho le ha dado al mundo, que tanta belleza y arte nos ha brindado, y tanto gozo y aventura nos sigue deparando, y tal como lo dijo hace años (en el 2010, cuando casi nadie apostaba por la supervivencia del libro de papel) Umberto Eco, en el libro titulado Nadie acabará con los libros (Lumen), en coautoría con Jean-Claude Carrière: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo…” Claro, Eco matiza la afirmación con el agregado: “Quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es.” Apostillo yo: Para que siga siendo lo que es, necesariamente debe tener los mismos componentes, y caemos así en una noria argumentativa: porque el “ser” implica presencia, cuerpo, estructura, que puedan ser captados por los sentidos, y los satisfagan, y solo el libro de papel cumple esos requisitos.
rigilo99@gmail.com
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