Javier Vidal: L’estartit en otoño

Antes de abandonar Madrid rumbo a Costa Brava, Catherine Cardozo y Enrique Bravo convocaron una pequeña reunión en La Arepa de La Gran Vía. Unos amables embajadores residenciados en San Sebastián de los Reyes donde recién se realiza un Festival de cine venezolano organizado por estos recién casados con siglos de noviazgo.

Entre los muchos venezolanos que nos fueron a saludar el más emocionante fue el de Juan Carlos Gardié quien vive en Madrid con toda su familia. Gardié es todo un actor “vidaliano”, como se suele adjetivar con mi sustantivo apellido. Ha estrenado todas mis piezas dramáticas a excepción de Ambas tres, por carecer de personajes masculinos, aunque memorables han sido su Poncia de Lorca y su Celestina, travestidas.

La Venezuela que convirtió a Gardié y a su familia en exiliados no deja de estar presente tanto en su corazón como en la obra artística que sigue transmitiendo a los madrileños con ese torrente cumanés que corre por sus venas.
Madrid me sienta bien, pero debíamos tomar el AVE hacia Girona y de ahí, bus hasta L’Estartit donde residen mis suegros, años ha. Nos encanta viajar en los trenes españoles.

En L’Estartit tomé un baño de mar y me sentí un Wim Hof mediterráneo. El agua fría activa los sentidos, elimina el estrés, te llena de energía y quema la grasa que acumulé en Madrid.

L’Estartit es una población veraniega de gran actividad y movimiento turístico que a la caída de las hojas otoñales comienza a despoblarse hasta convertirse en un pueblo fantasma en invierno. Las bicicletas son para el verano y también para el otoño en L’Estartit. Caminas por las calles y el puerto con la tranquilidad que transmite una añorada paz cercana a la felicidad. Por momentos sientes que estás en una playa de D’Arcachon o Esclamandes donde todos los caminantes hablan en francés. Mi hijo Jan y yo optamos por desayunar esos días, ante la baja de la temperatura, sendas tazas de chocolate con ensaimadas, ante la frustración de marcharnos de Madrid sin probar tanto churros como porras.

Un nuevo encuentro con Patricia y Tomás que subían desde Tarragona en una escapada vacacional y nuevamente otra sentada de arroces negros y sepiados. España, para esos días, estaba algo más enigmática que lo complicada de ahora con su amnistía catalana incluída.

Al coincidir con el día de Todos los Santos no faltaron los panellets y La Castañada: una fiesta popular en toda Cataluña que se celebra la noche del 31 de octubre que se remonta desde el siglo XVIII. Así que cena con castañas.

Mis suegros, no son catalanes. Me explico, viven en Cataluña y Aline es neoyorquina, como Julie, y Giuseppe, mi suegro, siciliano. Sin embargo decidieron desde 1991 trasladarse a Barcelona, primero, y desde hace años a este apacible rincón de la Costa Brava a pocos minutos de Francia en “coche”. No sólo viven apaciblemente sino con la seguridad que ofrece el sistema social de salud, envidia de toda Europa y por supuesto, años luz de nuestra seguridad social socialista.

El viaje continuaba hasta Valencia y el pueblo del iaio Ernesto: Picassent.

javiervidalpradas@gmail.com

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