Quienes tenemos ya unas cuantas décadas o juventudes acumuladas encima, somos testigos del portento de la aparición de las Tecnologías de la Información y la Comunicación y, de manera particular, de las llamadas redes sociales: de su poder de acercar a las personas y de su inmensa convocatoria, de su instantaneidad, así como de su capacidad para ponernos en sintonía con el momento y con el “ahora”, y ello es así porque nacimos y fuimos criados en un mundo en el que para poder conversar con un familiar lejano, teníamos que ir a un centro de llamadas, pedirla, y cuando San Juan agachaba el dedo nos avisaban que debíamos entrar en una cabina y en medio de gritos y de grandes esfuerzos, podíamos saludar a la tía o al abuelo distante y, como dato curioso, siempre nos quedaba la ingrata sensación de no haber podido decirle lo que queríamos, que el tiempo jugaba en contra, y que al colgar con el corazón encogido por la emoción, debíamos hacerle frente a la elevada factura que nos borraba la sonrisa y el gozo.
Por supuesto, nuestros muchachos no pueden imaginarse un mundo sin WhatsApp, Telegram, Facebook, Instagram, YouTube y X, entre otros, y asumen toda esta tecnología como parte del paisaje, pero nosotros, los canositos, a veces nos frotamos los ojos creyendo ser presas de una alucinación, y no nos queda otra opción que asimilar cada milagro tecnológico lo antes posible, so pena de quedar en las tinieblas y hasta en el ostracismo, y pasar unas cuantas vergüenzas delante de las nuevas generaciones que nos miran como si fuéramos cavernícolas. Y si uno es profesor, pues con mayor razón, ya que los estudiantes suponen que nos las sabemos todas, y es una raya preguntarles a ellos de qué se trata lo que mencionan o cómo hacemos para entrar en tal o cual red o plataforma. Claro, somos la misma generación que nos divertía ir al cine: prepararnos para ello, invitar a la novia del momento y lucirnos comprando en la tienda los dulces, las cotufas y los refrescos, y así ganábamos unos cuantos puntos a favor, mientras que nuestros jóvenes se meten en su cuarto y desde su dispositivo ven por Netflix las nuevas películas y las series de momento.
El mundo ha cambiado, y eso no tiene discusión.
Ahora bien, toda esta tecnología tiene también su lado oscuro, su otra cara: son armas de doble filo, y todos corremos enormes riesgos de caer por incautos de no tomar las previsiones. Hoy, por ejemplo, paseando a mis perros, me enteré por una buena amiga que alguien cercano a un conocido suyo fue víctima de la piratería informática y un hacker, es decir un pérfido delincuente, se hizo pasar por un familiar y logró sacarle una elevada suma en dólares. Por cierto: este es un delito común entre nosotros, y no es la primera noticia que recibo al respecto con el mismo modus operandi. Paradójicamente, las tecnologías nos facilitan la vida al interrelacionarnos, al cruzar los hilos de la información, pero en el ínterin saltan cuestiones realmente monstruosas y preocupantes, como las falsas identidades, los bulos y las fake news, las mafias cibernéticas, las redes que operan en la oscuridad a la caza de oportunidades, y un sinfín de delitos de diverso orden que deberían ser detectados, juzgados y condenados con todo el peso de la ley.
Considero que tenemos que tomar ya cartas en el asunto, sobre todo los padres y los maestros, y alertar a nuestros muchachos acerca de los enormes peligros que se ciernen sobre ellos de no tenerse un control eficaz de las redes. Esto es válido también para los adultos y los mayores, de por sí vulnerables. Lo básico sería no dar información personal a nadie, restringir y pasar por filtros a quienes aceptamos como “amigos” (que en realidad no son tales), evitar dar pistas acerca de nuestros ingresos y ocupaciones, bajar la visibilidad en las redes, mantener una comunicación directa y diáfana con nuestros familiares y cerciorarnos de la veracidad de la información que nos llega acerca de su estado de salud, o de las supuestas (o reales) dificultades que se presenten, evitar subir fotografías familiares a las redes: nunca, pero nunca de nuestros niños y jóvenes, no indicar jamás en qué sitio nos encontramos en un momento determinado, no ostentar lujo o comodidades y, sobre todo, poner los pies en la tierra: bajarnos de la nube del estado idílico y meramente benefactor de las tecnologías, y caer en la cuenta de que son medios a través de los cuales nos pueden hacer muchísimo daño de no aplicarse medidas.
Que no nos pese el dedo a la hora de bloquear a personas dudosas en las redes sociales, o de rechazar solicitudes de amistad cuando no estemos seguros del remitente, o de reportar páginas o plataformas ostensiblemente piratas o de contenido subido de tono u ofensivo, o de abandonar para siempre o temporalmente a una red cuando sintamos que nos avasalla: no seamos permisivos, que nosotros pongamos siempre los límites, protejámonos a nosotros y a los seres queridos de tantos delincuentes que pululan en el mundo digital, creo que es lo sano y nos permite tener cierto control en este desmadre que es la tecnología, que amenaza con arroparnos de no reparar en ello.
La tecnología es un milagro de la inventiva humana, acorta distancias y nos enlaza en el mundo global (como jamás lo soñaron nuestros antepasados), pero ojo avizor: no perdamos de vista su potencialidad y peligro.
rigilo99@gmail.com
Síguenos en Telegram, Instagram y X para recibir en directo todas nuestras actualizaciones