La creación de una nueva democracia implicará, implica ya, un traslado de los asuntos sociales hacia las asociaciones democráticas que emergen. Aquí cabe mencionar que el proceso de descentralización gubernamental es el camino y sólo una reproducción extemporánea de modelos del pasado se empeña en centralizarlo todo, no como una forma de eficacia, sino como una manera de concentrar el poder. El ciudadano, es decir, el habitante del espacio geográfico que ha abandonado el desinterés por los asuntos públicos, está retado a un acercamiento con el otro, a la construcción de una red de comunicación que deberá extenderse a una red de redes donde los elementos de interés común permitan la creación de un nuevo tejido democrático.
Nacerá así, lo que bien podemos llamar, con propiedad y exactitud, la voz de los ciudadanos que creará el nuevo lenguaje, uno por encima de los viejos paradigmas en que se mueven los actores tradicionales. Es necesaria la aparición de lo que en inglés llaman moral commitments, es decir, las obligaciones morales que se asumen en el orden de la acción común. En las democracias aparentes se burlan estos propósitos.
La incertidumbre es ahora mayor por la simple razón de que la complejidad ha crecido. La participación colectiva pone sobre el tapete diversas opciones, multiplicidad de criterios, variantes casi interminables. Se produce un encuentro donde la confiabilidad va y viene, donde lo teórico y lo práctico por momentos se hacen adversarios y donde el manejo de la comunicación pasa a ser un elemento definitorio.
Los desacuerdos son siempre saludables, algo que no se entiende en determinadas situaciones políticas de alta presión. Es lo que los científicos, hablando de su propia tarea, llaman ciencia posnormal, esto es, la apuesta es tan grande que no es aplicable el concepto de lo más importante sobre lo menos importante, sino que los valores se tornan horizontales y hay que recurrir a compromisos valorativos y sobre la incertidumbre hay que colocar la ética.
Los escépticos arguyen que no hay respuesta colectiva y que la multiplicidad de criterios produce, en cambio, la inmovilidad y la falta de toma de decisiones o, al menos, la pérdida de su eficacia. Los realistas arguyen que las decisiones nunca resultan neutras, que nada se logra si el colectivo no participa y, finalmente, ponen sobre la mesa el argumento de la autonomía moral. Esto es, resulta inaceptable que otros tomen las decisiones que afectan nuestras vidas.
El ciudadano, inclusive más allá de comportarse como tal, estará sometido en el mundo que se asoma a un permanente desafío para que asuma deberes en la comunidad socio-política a la que pertenece y deberá procurar que esa comunidad le reconozca como miembro suyo y le facilite el acceso a los bienes sociales.
@tlopezmelendez
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