19 de septiembre de 2024 6:45 PM

Ricardo Gil Otaiza: La última novela del Gabo

Termino de leer En agosto nos vemos, del fallecido Nobel colombiano Gabriel García Márquez (Random House, 2024), en hermosa edición al cuidado de Cristóbal Pera. Celebro la salida de este libro, porque hallo en él la esencia de aquello que nos conquistó del gran autor: el manejo poético de la prosa, la adjetivación que le era propia, el mundo del caribe implantado como un profundo tatuaje en nuestra mente y en el sentir latinoamericano, la magia de una historia que nos atrapa desde la primera línea, la elegancia de sus figuras literarias, la riqueza sensorial que logra transmitir con cada página, los atavismos de una cultura que el Gabo alcanzó a universalizar con enorme acierto, y la diafanidad de una historia que solo con sus imágenes logra llegar a lo más profundo del ser y dejarnos huella.

Me llamó poderosamente la atención el Prólogo, escrito a dos manos por Rodrigo y Gonzalo García Barcha, hijos del fallecido autor, porque he hallado en él una honestidad mayúscula. Siento estas breves páginas como una excusa frente a una obra de la que su padre en cierta forma abominó: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”, y ellos la preservaron para que el tiempo la decantara y fuese el árbitro definitivo junto con los lectores (ya que somos los que les damos vida a un texto). Por supuesto, el argumento de ellos es completamente válido: “la falta de facultades que no le permitieron al Gabo terminar el libro también le impidieron darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecciones”. Yo agregaría con la cabeza fría de un avezado lector: el Gabo pudo deshacerse de la novela y no lo hizo, lo que permite inferir que sus palabras fueron tan solo un guiño a la posteridad.

Me gustó además la Nota del editor, que bien pudo ponerse al comienzo y no al final de la obra, porque es esclarecedora y nos da luces para el abordaje del texto. Llama la atención la declarada “humildad” de Pera (ya que los editores no se caracterizan precisamente por serlo, ni por asumir sin más las posibles falencias del libro en el que trabajan, porque esto sencillamente va contra su razón de ser. Me atrevería a añadir que los editores suelen ser arrogantes y displicentes: o por lo menos este es el común de la experiencia autoral, con algunas excepciones). La sola historia del nacimiento de este libro y su largo devenir son materias para un análisis metaliterario de la obra, que deberá ir más allá de las circunstancias puntuales, para adentrase en los territorios del Real-Ser literario.

Nos cuenta el editor, que el 18 de marzo de 1999 fue anunciado con regocijo que García Márquez preparaba un nuevo libro constituido por cinco relatos autónomos. Desde aquel anuncio hasta marzo de este año (que es cuando sale En agosto nos vemos), suceden varias cuestiones no menores, entre ellas la pérdida paulatina de la memoria del autor y su posterior fallecimiento, del que ya se cumplieron diez años el pasado 17 de abril. En aquel entonces, el Gabo trabajaba con dos manuscritos (Ella, que luego se publicaría en el 2004 como Memoria de mis putas tristes y En agosto nos vemos). Según Mónica Alonso, su secretaria, entre julio de 2003 y finales de 2004 el autor trabajó intensamente en esta novela de la que se acumularon cinco versiones. Si mal no entiendo de todo este complejo proceso: el libro que hoy tenemos es la concreción de la quinta versión (del 5 de julio de 2004, a la que el autor le hizo cambios directamente o se los dictó a Alonso) y el documento digital guardado por ella.

Por supuesto, como ya lo expresé en el primer párrafo, disfruté de la novela, pero estoy consciente de que se trata de una obra menor del autor (aunque el tema sea osado al tratar acerca de la infidelidad femenina, y no el que con cierta cautela declaran sus hijos en el Prólogo: la continuidad del amor como leitmotiv de toda su obra). La novela comienza con mucha fuerza, pero va decayendo hacia un final un tanto precipitado: se nota a las claras que al autor le costó mucho concretar un cierre. Obviamente, al tratarse de una obra de larga data en su escritura (y con el agravante del problema de la pérdida de la memoria del autor), el paso del tiempo trajo consigo ciertas lagunas, vacíos, hiatos e inconsistencias argumentales, lo que se tradujo en una merma del poderío narrativo de la obra, que finaliza con un hecho truculento (por supuesto, no haré spóiler a los potenciales lectores del libro).

Como es bien sabido, lo que más disfrutaba Gabriel García Márquez del proceso de creación literaria, era de la corrección, y al no hacerlo con la metódica de todas sus obras (al no hallarse en condiciones mentales para ello), dejó pasar importantes detalles de estilo que resultan desagradables en la lectura, y uno de ellos es la repetición del adjetivo “ardiente” (que tanto le gustaba al autor, y del que echó mano a dosis adecuadas en sus más importantes novelas) al punto de convertirse en esta obra en una muletilla. Igual sucede con el vocablo “cuando”, que aparece encabezando un sinfín de párrafos, y que pudo ser sustituido para evitar el ruido que se percibe en el texto.

No obstante, repito, disfruté de la novela, no la leí con intenciones críticas, sino de placer estético y literario. Me hubiera gustado un mayor acabado, pero con todo y eso la celebro y agradezco a la familia y al editor por este regalo imprevisto.

rigilo99@gmail.com

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