Entre San Antonio del Táchira, en el límite con la hermana república de Colombia, y La Pastora, en el límite entre los estados Trujillo y Lara existió un tramo de la Carretera Panamericana, hoy una lamentable trocha. El viajero casi no se da cuenta si va por la antigua carretera o por las numerosas trochas abiertas para salvar los puentes caídos que no se han reemplazado o los derrumbes que no se han quitado, pues el mal estado de las trochas es muy parecido a la «carpeta» de asfalto.
El mencionado tramo es parte de la flamante Troncal 1, una vía de primer orden que parte desde Caracas hacia el oeste por la Autopista Regional del Centro, sigue por Valencia hacia Puerto Cabello, continúa por Morón hacia San Felipe y Barquisimeto y se prolonga hacia Los Andes por Sabana de Mendoza, El Vigía, La Fría, San Cristóbal y llega a la frontera. Forma parte de un sistema que uniría a toda América, solo con la discontinuidad del famoso “Tapón del Darién” entre Colombia y Panamá donde los ingenieros no pudieron continuarla por la espesa y peligrosa selva existente, hasta que los emigrantes venezolanos la domaron a pié.
Este tramo de la Panamericana en referencia, hay que decirlo con todas sus letras, dejó de ser ese importante sueño integrador para convertirse en una verdadera tortura; de ser una vía para el tráfico de carga y pasajeros, con varios canales y excelente mantenimiento, es hoy es una colección de parches, trochas, trochitas, huecos, desvíos, monte que inunda lo que fueron cunetas y aceras, ranchos invadiendo lo que fueron los hombrillos y vías de servicio, pasos peatonales en muy mal estado y todo lo demás.
Al pésimo estado de la vía súmese el gran número de “policías acostados”, como si fueran necesarios estos reductores de velocidad en donde no se puede ir ni siquiera a una normal en una troncal. Hay unos que parecen sargentos acostados, dado el volumen de su abultado y largo abdomen. Como no se puede beber café o líquido alguno sin el riesgo de echárselo encima, en muchos de estos policías acostados, hay personas que venden café, agua, refrescos, frutas y algunos amasijos del lugar.
¡Y las alcabalas! Unas cuarenta fuera de las móviles. La mayoría son de la Guardia Nacional, pero a unos metros pueden haber de la Policía Nacional, o de la policía del estado correspondiente y hasta de algún cuerpo de seguridad que no tiene competencias para eso. Generalmente tienen muchos funcionarios que en cada trecho hacen las mismas preguntas: ¿Adónde van? ¿De dónde vienen? Y dan las mismas órdenes: cédula, abran el maletero, ¿qué llevan allí? En varias de ellas hay que bajar las maletas, abrirlas y esperar que ellos desordenen todo lo que costó tanto ordenar cuidadosamente. Para volver a acomodar todo aquello en las más incómodas y calurosas condiciones.
Y aunque usted no lo crea, hay unos cuantos peajes que cobran para tener el privilegio de vivir la experiencia de transitar por la trocha panamericana, particularmente en los trechos de mayor adrenalina. Sin “punto” bancario o sin “cobertura”, allí hay que pagar en efectivo, arreglar como se pueda a los funcionarios o contar con la buena suerte de uno amable, que también los hay.
La señalización en general es casi la misma de los lejanos tiempos de la «cuarta república» y las de «peligro» o “desvío” generalmente es un túmulo de tierra, un caucho viejo con una rama encima o un oxidado tonel. De noche la iluminación existe, si hay luna llena.
De aquella Panamericana, nunca concluida enteramente, solo quedan algunos gestos de solidaridad de los lugareños; y los paisajes llenos de verdes, como la esperanza.
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