Es impensable, y una necedad, imaginarse cuál hubiera sido el destino de este régimen de no haber existido el coronavirus. Utilizar lo que se denomina ucronía, es decir, la reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos, es una diversión para sus aficionados y nada más, porque la realidad es inalterable, y nadie puede ejercer la política sobre fantasías que les quedan muy bien a quienes no tienen vocación por ella, pero la intentan, inescrupulosamente, como un negocio o, clínicamente, como una terapia para conocer la megalomanía. De modo que pisemos tierra y no hagamos de la pandemia un mito que la olvida como una realidad.
De entrada, el confinamiento a nuestras casas ya venía ocurriendo antes de febrero-marzo de 2020, cuando el virus llegó al país. Los altos costos del transporte público, por entonces escaso, no aceptada todavía oficialmente la dolarización, fueron dos hechos que extendieron los días de asueto de la administración pública. No podemos olvidar la falta de alimentos a la que se sumaron otros rubros de escasez, como por ejemplo, la de los repuestos de vehículos. Encontrarse con otras personas para conversar alrededor de una taza de café con sus elevados precios, se hizo más difícil. Y, por supuestísimo, el asunto afectó el desarrollo de las actividades políticas y la movilidad de los dirigentes de oposición no fue tan confiada por el seguimiento del régimen, por lo que estas actividades perdieron eficacia.
Entonces, la quiebra económica y la persecución hicieron más difícil el desempeño de los partidos y de los gremios sindicales, empresariales y profesionales. Pocas veces advertido, los gremios sucumbieron antes que los partidos y, sin esperarlo, el régimen los llamaría a botón para obligarlos a realizar sus elecciones internas. Inevitablemente, se realizó la actualización en términos del contacto político inmediato, porque contacto los hay en muy pocos casos, cuando hay colegios como el de Ingenieros que le garantizan a sus afiliados alguna protección social, quebrados buena parte de los restantes colegios profesionales del país. Y, desde antes de la pandemia, esa relación física o presencial ya se había perdido.
Me permito citar un excelente texto de Francisco Roberto García Samaniego sobre los medios y la política bajo este régimen, publicado en una obra colectiva llamada “El pasado de una ilusión” (2011), dirigida por Alfredo Ramos Jiménez, profesor de mi querida Universidad de Los Andes. García Samaniego habla de la repolitización de la sociedad civil al perder los partidos su credibilidad, y advierte, igualmente, que “los medios de información y comunicación nunca podrán superar la deliberación política cara a cara entre políticos profesionales, incluso, aunque éstos usen la pantalla chica, la prensa, la radio o Internet” (pág. 285). Debemos tener claro que la sociedad hace política, así no sea partidista; que esta vez, sí, la pandemia impide su desarrollo, pero ya llevamos dos años entrenados y agotados en la política solamente digital; y, si el régimen los llaman a elecciones, con o sin CNE, con o sin trampa, esos gremios deberán movilizarse para realizarlas o, al menos, denunciar otro fraude masivo y monumental del oficialismo que valga anotar: se hizo de todas las universidades públicas, sin disparar un solo tiro ni celebrar la consulta democrática en cada casa de estudio.
Cierto, la pandemia ha recrudecido con el ómicron y otras variantes que han aparecido, pero se intenta, nuevamente, un regreso a la normalidad sea a clases, trabajar o buscar en la calle cómo llevar el pan a la casa, pero ¿ni siquiera los gremios, como medio hacen los partidos, pueden físicamente reunirse? El problema ya no es la pandemia, sino las medidas de bioseguridad que debemos tener. Esa normalidad es la que se busca a nivel político, para poder combatir de una forma más adecuada a este régimen que se ha valido de cualquier motivo externo para mantenerse en el poder. Para lograr esto se debe entender de qué lado de la acera nos encontramos y quiénes son realmente nuestros aliados, y, a partir de allí, reconstruir lo que la pandemia ha ayudado a destruir: una unidad sólida que va más allá de los partidos y que necesita de todos aquellos que aporten y nos lleven a un camino de cambio democrático. Llegar a una unidad que refleje el trabajo de resistir, insistir y persistir que ha realizado la sociedad en estos veinte últimos años.