En estos días vimos en las noticias y en las redes, cómo el ejército venezolano intervino en la zona del Parque Nacional Yapacana, en el corazón del estado Amazonas, para sacar a los mineros que están erosionando esos territorios tan vírgenes. Debemos felicitar todos esa acción, que busca devolverle al parque nacional su condición de zona protegida. Da tristeza ver los videos tomados desde un helicóptero, donde aparece la injustificable devastación en un área enorme del parque.
En otro video aparece un general pidiéndole a los indígenas su colaboración para salir de la zona, y a una líder de la comunidad denunciando que algunos de los motores confiscados pertenecen a otro general, y que todos lo saben. Haciendo por un momento a un lado la veracidad de la denuncia, o la corrupción que pueda venir acompañando a la explotación de oro, resulta inexcusable para cualquier persona que quiera a Venezuela permitir que esa situación irregular de depredación ambiental tenga años sucediendo.
La mejor solución para erradicar a ese cáncer que corroe a nuestra Amazonia, es el turismo. Eso es debido a que la minería y el turismo absolutamente incompatibles. Donde hay turismo, no puede haber minería.
El turista de nuestros tiempos es mucho más consciente y conservacionista que antes. En la mente de cualquier viajero actual por el mundo, no cabe la idea de visitar centros de extracción de minerales de ningún tipo. Si a los turistas les gustara visitar minas, Sudáfrica y sus países vecinos estarían repletos de europeos tomando fotos a los buscadores de diamantes. Es más, el Lago de Maracaibo sería un destino turístico mundial, por las torres de petróleo que abundan en sus aguas tan tranquilas.
Pero no, por más de que alguno trate de vendernos un modelo de “minería ecológica” (habría que comenzar por definir ese concepto, que a todas luces parece incompatible y excluyente), no es posible realizar la minería sin perjudicar el medio ambiente.
Al sur del río Orinoco hay un área casi virgen de aproximadamente 114 mil kilómetros cuadrados. Estamos hablando de una superficie más del doble de la de Costa Rica, de la República Dominicana, y de casi tres veces la extensión de Suiza. Si unimos a Holanda, Bélgica y Suiza, llegamos a la extensión del llamado arco minero. Honduras, Cuba o Guatemala cabrían en ese proyecto. Y lo más preocupante, es que en el sur del Orinoco están ríos como el Aro, Cuao, Suapure, Cuchivero, Caura y Caroní, que dan vida a algunas de las áreas más vírgenes y biodiversas de Venezuela.
Una vez anunciaron que el arco minero “prevé la explotación de minerales estratégicos como el carbón y el manganeso; minerales metálicos como oro, hierro, bauxita, cobre, cromo, magnesita y níquel; así como minerales no metálicos como diamante, fosfato, caliza, feldespato, dolomita, yeso, caolín, grafito y talco”. Decían que gracias al desarrollo en el arco minero del Orinoco, se generarían 20 mil empleos, y se percibirían entre 3 mil y 4 mil millones de dólares anuales que tanto hacen falta a la nación. Espero que la realidad les haya hecho cambiar de opinión.
Esa idea no ha servido, sino para fomentar la minería ilegal. No tomaron en cuenta que si dedican ese esfuerzo a fomentar el turismo ecológico en la región, generarían muchos más empleos dignos y más divisas. El turismo es la actividad económica que más empleos directos genera, con relación a la unidad monetaria invertida.
Por ejemplo, Aruba es una isla con 178 kilómetros cuadrados, un poquito más grande que la isla de La Tortuga, y recibió durante el año 2018, antes de la pandemia, a más de 1.300.000 turistas que gastaron casi 2 mil millones de dólares. Además, su tasa de desempleo se ubicó en una de las más bajas de la región.
Bonaire, que es más pequeña aún, se ha convertido en un destino de turismo ecológico único en el mundo, y es percibida como una isla ideal para el buceo y la naturaleza.
Costa Rica, que es cuatro veces más pequeña que el estado Amazonas y cinco veces menor que el estado Bolívar, se posiciona como un destino verde. Por eso recibió más de 3 millones de turistas en el año 2018, antes de la pandemia, que viajaron buscando naturaleza pura. Su marca país anuncia, con mucho orgullo, que el turista no encontrará ingredientes artificiales en su territorio.
En este caso, nuestro del Arco Minero del Orinoco y el turismo, además de totalmente incompatible, nos parece que puede ser nefasto para el turismo y el bienestar futuro de la zona. Ya vimos un poco de cómo sería ese cambio negativo, viajando a las zonas del bajo Caura después de que se instaló la minería ilegal. Aldeas como El Playón, en las riberas del Caura, último punto antes de llegar al Salto Pará, una de las cataratas más impresionantes de Venezuela, se han convertido en antros de delincuencia, drogas y prostitución, gracias a la minería ilegal. Ningún turista puede querer ir a conocer el Salto Pará en estas condiciones.
Por otro lado, sobrevolar el Parque Nacional Canaima, y observar desde lo alto las mutilaciones que ha hecho la minería ilegal a algunas de las formaciones más antiguas del mundo, nos duele en lo más profundo de nuestra identidad.
Si lo que necesitamos es divisas y generación de empleos, la respuesta más inteligente está en el turismo ecológico y no en el Arco Minero del Orinoco. Países como España, Francia, e Italia, ya han comprobado fehacientemente que el turismo es la mejor fuente de divisas y de bienestar social para los ciudadanos.
@montenegroalvaro
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