Es tarde ya para que Estados Unidos formule una nueva Doctrina Monroe que promueva su protagonismo y liderazgo en los países al sur del río Grande. La posición preeminente que consiguió alcanzar la principal potencia mundial en la primera mitad del siglo XX ha venido siendo desafiada por China, quien para este momento está seriamente atornillada en las economías de los países que fueron área de influencia de Washington en esta parte del planeta.
La presencia china tiene características diferentes a la norteamericana, pero no menos incisivas. La estrategia les ha estado dando buenos resultados. Consiste en construir hegemonía inscribiendo a los países de la región en su particular forma de concebir el escenario global y apuntando, con su solidaridad obligada, a ocupar posiciones de mayor relevancia en el diseño de las reglas de juego del sistema internacional.
A inicios de los años 2000 para ninguno de los países latinoamericanos China era un objetivo o socio visible de su política exterior. Hoy sí lo es en la mayor parte de ellos. A partir de lo financiero China se ha ido labrando desde esos años una posición de influencia en países con acceso limitado a los mercados internacionales y América Latina ha sido el socio ideal por el nivel de desarrollo alcanzado en comparación a otras áreas geográficas igualmente necesitadas. En el año 2016 ya sus presencia era de significación y, en aquel momento, Pekín anunciaba que sus inversiones alcanzarían los 250.000 millones de dólares para mitad de esta década y que sus intercambios comerciales con la región se ubicarían al menos en 500.000 millones. Ambas cifras han sido ya sobrepasadas para este 2023.
Estados Unidos habría podido generar opciones de cooperación o de interés económico mutuo con las cuales contrarrestar la agresividad comercial y financiera china, pero sus intereses se han estado centrando en otros derroteros. Too bad!
El caso es que para este momento y gracias a la vasta ofensiva china 25 países de la zona son parte activa de su Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda y gozan de sus ventajas, para lo cual estos han debido romper sus relaciones con Taipei. Hoy Brasil y México, dos gigantes de la región que ejercen una influencia importante en el resto, han sabido labrarse un género de interacción comercial y de inversiones sólidas y crecientes que los convierte en “socios estratégicos integrales” y, por tanto, sus relaciones externas, su diplomacia, se ven afectadas por esta simbiosis útil y lucrativa para ambos.
Hoy por hoy, no se puede decir que es la tendencia izquierdizante que se ha destapado recientemente en el continente lo que está abogando en favor de un estrechamiento de vínculos, lo que sí podía haber sido el caso en la Venezuela y Cuba de inicios de los años 2000. Lo que es realmente diciente hoy es que las oportunidades de financiamiento de grandes proyectos que se dan con China no pueden ser replicadas con ningún otro país del planeta. Mientras esta situación persiste, ello resulta en que la formulación de las políticas exteriores de un número importante de países cada día se distancia más de los intereses de Estados Unidos, fortaleciendo así el código geopolítico de su oponente chino y contribuyendo a su empeño en cambiar el centro de gravedad de las relaciones planetarias.
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