22 de noviembre de 2024 8:23 AM

Fidel Canelón: La Fuerza (Des)Armada Nacional

Los acontecimientos de Apure son de una gravedad excepcional porque indican hasta qué punto ha avanzado la disolución del Estado-nación venezolano. Una sucesión desafortunada de eventos –que por momentos parece más bien una comedia de enredos, trocada en tragedia– ha demostrado cómo el Estado, cuyo gobierno de facto se llena la boca con la palabra soberanía y con discursos patrioteros –legado fundamental del comandante eterno– ya no es capaz de garantizar la integridad territorial del país, como lo estipulan la Constitución y las leyes.

No es ninguna novedad la presencia de los grupos armados colombianos en Apure y en todo el territorio nacional. Es conocido como Chávez les abrió las puertas desde el comienzo mismo de su gobierno. Pero la estrategia del galáctico parecía estar orientada, en líneas generales, a darle a esos grupos una ruta de escape y un espacio seguro de acción, particularmente en momentos que estos fueron fuertemente golpeados y reducidos por la eficaz estrategia antiguerrillera implementada por el presidente Uribe con el apoyo de Estados Unidos, al punto que terminaron negociando el Acuerdo de Paz con Santos. La estrategia de Maduro, en cambio, busca más bien el uso deliberado de esos grupos para los fines específicos de la política interna, particularmente para la captación de recursos mineros y de sustancias ilícitas, la intimidación a la población y la sociedad civil, y, en casos como el de las zonas mineras, para sacar fuera de circulación a grupos delictivos que se escaparon del control del gobierno desde hace mucho tiempo.

El hecho de que, según ONG y medios bien informados, los grupos armados colombianos ya estarían presentes en 19 estados del país, avalan esta interpretación. Para decirlo en pocas palabras: mientras para Chávez la complicidad con las FARC y el ELN formaba parte de sus objetivos de política exterior hacia Colombia –allanando el camino para su conquista por el socialismo del siglo XXI– el énfasis de Maduro (sin abandonar, lógicamente, este propósito), por efecto del deterioro alarmante de la economía nacional y el fracaso de sus políticas públicas, es apoyarse y auxiliarse en ellos como recurso desesperado para mantenerse, a troche y moche, en el poder.

Ahora bien, lo que revelan los acontecimientos de Apure, además de los terribles actos de violencia y sus secuelas (ejecuciones extrajudiciales y demás violaciones de los derechos humanos, desplazamiento de las poblaciones fronterizas, opacidad y falta de transparencia en la información a la opinión pública de un tema tan sensible, complicidad con grupos armados, etc.) son las enormes falencias de las Fuerzas Armadas: la partidización, la incompetencia, la corrupción, la desviación de sus fines principales y la desprofesionalización la han convertido en una patética sombra de aquella institución que en los años sesenta detectó y derrotó las políticas intervencionistas cubanas –como la invasión de Machurucuto– y luego en los ochenta –con Lusinchi– actuó con una extraordinaria eficacia en el caso de la corbeta Caldas.

Nunca en nuestra historia moderna la institución militar había tenido una actuación tan vergonzosa y humillante. Las numerosas bajas reportadas (con ninguna, que se sepa, de la guerrilla) y el episodio de los soldados secuestrados son una consecuencia directa de una operación realizada improvisadamente (dejando a un lado el hecho, ruin de por sí, de ser usada como simple instrumento de Maduro para apoyar uno de los grupos disidentes de las FARC, el de Iván Márquez y el supuestamente dado de baja Santrich, contra su rival, Gentil Duarte) sin conocimiento del terreno, sin la debida planificación táctica y de combate, amén del escuálido apresto operacional. El episodio del posterior envío de la FAES –con otra actuación bastarda y ominosa que alimentará, sin duda, el expediente de la Corte Penal Internacional– y luego de las milicias (¿turismo de aventura?) son una demostración de las tensiones entre los componentes armados, y –seguramente– del descontento de los mandos medios y bajos por haber sido enviados, tal cual, al matadero.

Con las Fuerzas Armadas ha pasado, en definitiva, lo mismo que con todas las instituciones públicas principales del país, como Pdvsa, BCV, ministerios y empresas del Estado: ha sido minada por dentro y desviada de sus propósitos principales, bypaseada y suplantada por organizaciones y grupos de poder formales o informales y, con frecuencia, al margen de la ley; y disminuidos dramáticamente los salarios y beneficios económicos-sociales de sus integrantes. A su vez, los altos mandos y sectores de los mandos medios, han sido cooptados –y corrompidos– colocándolos en cargos políticos y en importantes cargos gerenciales, asociados al narcotráfico y halagados con ascensos por doquier (tenemos 2.000 generales, ¡todo un récord Guinness!), al tiempo que se ampliaron sus espacios burocráticos al crear organismos paralelos (REDI, ZODI, etc.). De esa forma las Fuerzas Armadas fueron anuladas y convertidas en una organización totalmente incapacitada para ejercer la defensa y resguardo de la nación.

El estado ruinoso de las Fuerzas Armadas –deducible en detalles como el reciente video de Padrino informando, como si fuese un acontecimiento especial, la recuperación de las unidades motoras de la GN, lo que en cualquier país del mundo es una actividad rutinaria– y la baja moral de sus miembros ha sido seguramente uno de los factores que ha influido para inclinar al régimen a enfrentar un nuevo proceso de negociación, consciente de su debilidad a la hora de un conflicto externo, sobre todo con Colombia, con el peligroso calentamiento que estamos observando en la frontera.

Como ha sucedido con las grandes empresas del Estado y la economía en general, en el sector militar Maduro está recogiendo los perniciosos efectos de aplicar la retorcida estrategia del reparto clientelar, la corrupción y la partidización. Contra todo pronóstico, él terminó desdibujando y diluyendo la ha sido su principal fuente de apoyo para mantenerse en el poder, y eso tiene mucho que ver, en el fondo, con el recelo, el miedo y la desconfianza que los caudillos prestos a eternizarse tienen siempre hacia los hombres de armas.

El Nacional

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