Mientras escribo estas líneas, domingo en la noche, escucho por las ventanas de los edificios cercanos a la gente entusiasta gritando ¡GOL! Son venezolanos que se sienten plenos, con su pecho inflado, por la participación de nuestra Vinotinto en la Copa América 2024. Los entiendo, vi cada juego de la participación en la fase inicial con infinita emoción y pasión.
Se trató de una participación de lujo, en la que nuestra selección quedó invicta y nos devolvió la fe a todo un país. Si, es que son el punto unificador de todos como sociedad: Sin importar raza, credo o inclinación política.
Más allá de las expectativas sobre el triunfo, que aspiramos ver en los próximos días, la Vinotinto nos ha hecho volver a creer que si es posible, que Venezuela tiene con qué, que podemos llegar a lo grande, a lo más alto.
La verdad es que cuando estamos sumergidos entre tanto caos, estas pequeñas alegrías vienen cargadas de una enorme simbología. Hay quienes ya decretan que este 2024 es el año del cambio y la Vinotinto es solo la punta del iceberg.
Yo me niego a politizar el tema deportivo, me parece una grosería, pero lo que si me atrevo a soñar es con la esperanza de cambio. Así como la Vinotinto con sus históricos goles nos permiten llorar de felicidad, a los más fanáticos, cuánta alegría significarían nuevos aires para nuestro país.
Aquello de que la fe mueve montañas nunca había sido tan cierto, pero la verdad es que es preparación, disciplina y mística de nuestra selección. Esta generación de jugadores está sentando de lo más importante precedentes y con ellos nos permiten tener profunda fe de nuevo.
Yo, como los jóvenes y millones de venezolanos, grito a todo pulmón hoy y siempre: ¡Mano, tengo fe!
PD: Que siga ocurriendo la magia y las próximas líneas mías salgan de la inspiración del triunfo en los cuartos de final. ¡Lo merecemos!
@griseldareyesq
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