En el año 2000, cuando salió a la calle el libro Viaje al centro de la fábula (Alfaguara), del autor guatemalteco nacido en Tegucigalpa, Augusto Monterroso, nunca me había planteado la posibilidad de la entrevista como género literario y con todas las de la ley, y fue este autor quien no dudó en calificar a este libro como parte de su obra literaria, “como uno de los míos” (solía afirmar), y su atrevimiento fue al extremo al afirmar sin rubor que “La entrevista es el único género literario que ha inventado nuestra época”, cuestión debatible desde muchos ángulos, pero no deseo adentrarme en ello, sino analizar, de manera somera, las enormes bondades del género como tal, para aquellos quienes nos adentramos en los agrestes territorios de lo literario, una vez concluida la enésima lectura de este espléndido libro que jamás decepciona.
Si vamos al territorio de lo fáctico, la afirmación monterroseana no parece ser una de sus ironías o sarcasmos, o de sus tantas humoradas a las que nos tiene acostumbrados en su obra (que abarca el cuento, la novela, la fábula, el ensayo, los artículos, el diario, las memorias y la entrevista), sino algo que está en correspondencia con su propia experiencia literaria, ya que cuando nos acercamos a este curioso libro podemos percibir, con absoluta claridad, que en él se muestra en toda su vasta y díscola personalidad, que su celebrado genio se hace presente con desparpajo y libertad, y deja muchas veces perplejos a los entrevistadores (la mayoría de los cuales son también autores literarios) con sus ocurrencias y salidas, con su manera de pensar y de expresarse que no busca dictar cátedra, sino discurrir con honestidad acerca del tópico planteado, quedando siempre las puertas abiertas para la libre interpretación por parte de los lectores.
En Viaje al centro de la fábula hallamos a Monterroso en todo su esplendor intelectual y sensitivo, y si bien es cierto que sabe eludir con gracia algún tópico que no es de su interés, no teme enfrentarse a las interrogantes y abre su corazón sin que ello implique tristeza o dolor: siempre saltando adelante, haciendo la mejor representación de su noción literaria, que no suele estar en correspondencia con lo establecido por el canon, sino que se reinventa a cada instante, arguye con talento y sencillez, defiende con ardor sus causas, asume posturas lejanas a la vanagloria personal, para mostrarse profundamente humano y cercano, lo que a todas luces engancha al lector, quien se adentra con inmenso disfrute.
Cuando leemos cada una de las entrevistas, que son diez, logramos entender por qué asume todo aquello como un género literario: su participación no es para salirle al paso a quien lo increpa y así ganar la batalla intelectual a la que se ve sometido, sino para poner sobre la mesa todo lo que para él ha significado asumirse y ser un escritor, adentrarse en cada género y darle aportes: renovar el cuento (y hacer de él una impecable expresión minimalista), revivir con éxito la fábula (que era un género casi extinto), hacer del ensayo literario algo cercano y amigable (que suele ser muchas veces árido y tarea solo de eruditos), y convertir una entrevista en un espacio para el goce y el disfrute, que la leamos con la misma fruición estética como lo hacemos con cada uno de sus relatos y fábulas, y que ella nos permita dar el salto a su obra entera o a otros autores.
Viaje al centro de la fábula es una experiencia notable, es como si tuviéramos frente al autor y desde su butaca nos involucre en su mundo creativo, nos lleve por los senderos recorridos y seamos testigos de excepción de todo aquello que le permitió alcanzar notoriedad y brillo. Es, sin más, como estar en un taller literario y allí poder escudriñar en sus materiales de trabajo, acercarnos a sus influencias y referentes, es verlo trajinar cada página y cómo logra superar con estoicismo y esfuerzo su condición de pobreza y el carácter autodidacta que lo marcó desde joven, hasta alcanzar la erudición y la cátedra universitaria, es poder charlar con alguien cercano y querido, conocer sus trucos y sus manías; es recorrer con él en cada página: épocas, buenas y malas experiencias, anhelos y triunfos, anécdotas jocosas, viajes y exilios, y algunas historias no tan risueñas.
El Monterroso de estas entrevistas está distendido, disfruta con las respuestas dadas aunque no le guste o no comprenda alguna de las preguntas, sabe que se mueve como pez en el agua y que sus puntos de vista podrán o no acercarse a la verdad o a lo objetivo, eso no importa, pero mueven al entrevistador y nos mueven a nosotros, nos llevan por veredas oscuras, pero siempre abrirá una ventana a través de la cual entrará un espléndido rayo de luz, porque así es nuestro autor: amigable y al mismo tiempo satírico e irónico, serio pero también perspicaz y con el humor por delante, denso en sus planteamientos, pero también horizontal y próximo, respetuoso del establishment, aunque rompedor de esquemas y de conceptos asumidos, tímido y a veces inseguro cuando escribía, pero certero cuando entregaba una página a la prensa y a la imprenta, sencillo y poco dado a mostrarse y regodearse de sus logros, pero el mismo que se alegraba cuando veía en la página estampado en letra de molde su nombre, porque sabía que azuzaba en sus enemigos (y también en sus amigos) la “sana” envidia.
rigilo99@gmail.com
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