22 de noviembre de 2024 4:42 AM

César Pérez Vivas: La desaparición de la universidad

En medio de la guerra, el hambre, la soberanía y la anomia de nuestra sociedad, Maduro avanza hacia la desaparición de la universidad autónoma y democrática venezolana. El proyecto de ley que tiene lista la camarilla roja para aprobarse en su ilegítima e inconstitucional asamblea nos conduce a la conversión de la universidad plural, inclusiva y moderna a una especie de casa de adoctrinamiento en el fracasado dogma “comunista” y estalinista que caracteriza al régimen imperante en nuestra nación.

El Nacional

A Nicolás Maduro y su entorno no les basta la política de cerco y asfixia institucional y económica aplicada a la institución universitaria hasta convertirla en una especie de despojo languideciente. Cerrar los servicios estudiantiles, comedores, transporte, becas y atención médica ha impulsado a miles de bachilleres a abandonar las aulas y el mismo país, para ir a engrosar las nóminas de migrantes buscando algún oficio con el cual ganar el pan de cada día.

Para la camarilla roja el éxodo y la deserción estudiantil no es un problema que les angustie. A Maduro solo le preocupa que la comunidad internacional le aplique unas sanciones al dictador ruso por haber invadido y masacrado a una nación vecina como Ucrania. El drama de la universidad venezolana no le interesa a un personaje, que por supuesto no conoce ni su esencia ni su desenvolvimiento.

Por supuesto que menos le importa la suerte del profesorado. Miles de hombres y mujeres que dedicaron su vida a la docencia, que entregaron sus mejores años a formarse para trasmitir los conocimientos a las nuevas generaciones, a quienes la democracia trató con dignidad, reconociéndoles un sitial de respeto y un tratamiento socioeconómico con el cual llevar una vida decorosa, fueron llevados por el chavismo-madurismo a la miseria absoluta.

Hoy un profesor universitario vive en la indigencia, como buena parte de nuestra sociedad. Nuestros docentes no tienen ni salarios, ni atención de salud, ni seguridad social ni mucho menos otras compensaciones. La ruina ha sido tal que allí también se ha producido una estampida. Los profesores han tenido que buscar trabajos alternos para medio cubrir sus necesidades básicas, o en muchos casos, abandonar el país para ir a buscar la vida en otros confines.

Por dos décadas el socialismo bolivariano abandonó a las universidades en las tareas de investigación, extensión y preservación de sus instalaciones. Por supuesto que tal circunstancia ha traído consigo la destrucción de buena parte de su planta física. En estos días, ante la escandalosa ruina de la Ciudad Universitaria, Maduro no tuvo otra ocurrencia que nombrar “una protectora” para la UCV. Es decir, le aplicó a nuestra universidad la figura fascistoide de colocar un comisario político para hacer algunas obras de restauración que ha debido adelantarse a través de las autoridades universitarias.

Al cerco material debemos sumar el cerco institucional que le ha impedido a las universidades elegir sus autoridades. Maduro quiere convertir  las casas de estudios superiores en secciónales de su partido político, que repliquen el modelo estalinista diseñado para el resto del aparato estatal. Incorporar la universidad al partido-estado. Como dicha política no ha logrado aún el objetivo de colonizar la moribunda universidad, entonces preparan una ley partidista, donde para disfrazar el control que se busca, la colocan bajo la égida del estado comunal.

Se plantea entonces una universidad ideologizada con el llamado “socialismo bolivariano”, pretendiendo colocar a la comunidad universitaria bajo la supervisión de los organismos de base del PSUV, disfrazados con el nombre de poder popular o comunas, para justificar la imposición de una gestión de economía estatista, como si el fracaso estruendoso del modelo no fuese ya más que suficiente razón para abandonar tales preceptos.

Ciertamente, nuestra dirigencia política y nuestra sociedad andan muy distraídos con la diversidad de problemas presentes, pero la situación caótica de la universidad, y sobre todo, la amenaza de su definitiva destrucción debe merecernos una atención. No dejemos solas a nuestras universidades.

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