Reclamemos a la sociedad venezolana un personalismo social y una relacionalidad en todos los ámbitos. La digresión permanente en que parecemos vivir se traduce en incoherencia. Es un requerimiento frente a una mediocridad que tiende a uniformar. Es urgente una reconsideración social del hombre venezolano que lo porte a la autoafirmación. Es menester llevarlo a un espacio de apertura a lo ilimitado. Para ello es necesario recurrir a un nuevo análisis del dinamismo social.
El hombre venezolano sigue marcado con convicciones pasadas y aún sin comprender las formas emergentes. La existencia de otros como él aún le sigue pareciendo un ensamblado extraño y el desconocimiento de su poder le lleva a caer en el divertimento de un luego político a todas luces absurdo. Ya no puede haber mundos autárquicos como los que describe Fossaert, volcados hacia adentro, apenas transformados por un leve influjo gatopardiano.
La situación venezolana no admite lecturas lineales o simplistas. Esto de Venezuela es lo que podríamos denominar un “conjunto borroso”, uno donde habría que hacer un abordaje con conceptos como caos y fractales. Hay que romper el camino a los mismos resultados y a la detestable convicción de “no hay salida”. Es necesario plantearle al país que existe una “virtualidad real” en la cual cambia el concepto de poder y las experiencias engendran nuevas realidades.
Hemos perdido la capacidad de multiplicar los enfoques y actuamos desde una mirada tradicional que preside a los dirigentes como el cuento de la zanahoria delante. Hay que recurrir a una dinámica no lineal, a la invocación de análisis capaz de partir de una dinámica caótica, hay que fomentar un sistema organizativo autógeno. No estamos ante una sucesión lineal de causas y efectos. Desde este punto de vista podríamos reproducir el viejo cuento del vaso medio lleno o medio vacío para asegurarle a los venezolanos que esto no es un desorden sino la posibilidad de génesis de un nuevo orden.
Ha fracasado la imposición de una “nueva cultura” al tiempo que la sociedad se da cuenta que la vieja estaba imbricada con el error y la omisión y originada en un comportamiento de desinterés culpable. El país debe salir del juego siniestro de las imposibilidades.
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