Cualquier oportunidad para protestar es buena cuando hay descontento generalizado. Solo que una protesta anárquica puede ser blanco de fácil penetración por los desestabilizadores de oficio… que en Colombia son unos cuantos.
Lo que comenzó por un malestar de los afectados por un torpe proyecto del gobierno de reforma del estatuto tributario ha terminado en levantamientos a todo lo largo y ancho del país sembrados de vandalismo y una situación de ingobernabilidad en la que la administración del Estado apenas ha conseguido ofrecer un diálogo a quienes no desean para nada dialogar. A los actos vandálicos siguieron los bloqueos de las carreteras emprendidos para propagar más aún el caos y continuaron con los atentados a las sedes de importantes instituciones. Muchos muertos han quedado sembrados a lo largo de la geografía neogranadina.
Estos actos han pasado a conformar un estado de conmoción general en el que la falta de abastecimiento ya está redundando en un drama para la provisión de rubros alimentarios al país y en la paralización de las industrias y las empresas en general que son las que proveen los ingresos a los trabajadores, a sus dueños y al país.
La incapacidad del gobierno de manejar estos hechos es ya evidente para todos y no aparecen en el panorama soluciones, ni de parte de los gobernantes ni de los grupos opositores, para detener el marasmo. Apenas se hace presente –sin cacarearlo demasiado pero eso sí, con hechos contundentes– ese populismo prometedor de toda clase de bonanzas para la población y de nuevos derroteros de estabilidad social y económica, que en el fondo lo que desea es beneficiarse de este tipo de situaciones anárquicas provocadas estratégicamente por las propias izquierdas radicales.
Es preciso reconocer que el descontento desbocado no es gratuito en Colombia. El calvario de dramas sociales que llevan a cuestas los colombianos se pierde en la noche de los tiempos. Qué fácil es entonces explotar el odio y el resentimiento de la gran masa de depauperados cuando la distancia que existe entre la población más rica y la más desfavorecida es la más grande y la más vergonzosa de todo el subcontinente. Que útil cuando se pretende esgrimir la tesis de que distorsiones como estas se han mantenido y profundizado en las manos de los explotadores de derecha, gobiernos y empresarios, que han promovido tal estado de cosas para su propio beneficio!.
Que cómodo resulta endosar las culpas a la pasividad de un gobierno timorato y apocado incapaz de restablecer el orden en el país como lo claman los colombianos, al tiempo que se azuza a las hordas de izquierda a seguir desacomodando a los conciudadanos para terminar pescando en rio revuelto. Esto es lo que han estado haciendo los seguidores de Gustavo Petro, los simpatizantes de la revolución narcoterrorista de Maduro, acompañados del ELN, las FARC y sus disidencias y junto con el Foro de Sao Paulo, todos ellos con la complacencia de los clanes manejadores de la droga de la región. Triste escenario y peligrosísimo final para el conglomerado vecino!
Esperamos solo que los colombianos de a pie sean capaces de distinguir en este episodio entre dos fenómenos bien diferenciados: el del gobierno actual que heredó un país aquejado de mil distorsiones, las que, sin duda alguna, es preciso manejar y corregir y cuyo pecado ha sido la torpeza en el manejo de una crisis provocada en su detrimento, y el de la actitud hamponil que se expresa a través de la generación inmisericorde de un estado de caos a escala nacional que está siendo impuesto a todos los ciudadanos para el beneficio único de los anarquistas y radicales colombianos y del continente.