Si estábamos haciendo un frágil equilibrio a la orilla del abismo, hoy estamos lamentablemente viviendo en el infortunio del abismo de tantos males que nos aquejan, principalmente la inseguridad. Siento tener que utilizar este espacio para dar cuenta (¿hasta cuándo?) de tantos asuntos que atañen al sagrado derecho a la vida, que es el único que nos permite ejercer los otros derechos.
Mientras aquel ególatra se empeñaba en hallar a los «asesinos» de Bolívar, la inseguridad sigue apoderada de la tranquilidad de la sociedad venezolana, y el actual “gobierno”, de cuya legitimidad de origen se sospecha, bien gracias.
A los crímenes no resueltos, a los innumerables casos de corrupción y a tantos otros males de parecida naturaleza, sigue el hampa armada y desalmada, y al parecer, con impunidad garantizada.
A la sucesión le será difícil seguir repartiendo dinero nuestro a diestra y siniestra, pretendiendo convertirse en líder del hemisferio, sino del universo, mientras la patria de Bolívar está sumergida en una grave crisis de inseguridad, donde el derecho a la vida no existe, NO está garantizado, y el tufo a impunidad nos obliga a andar con pañuelos.
Ministros van y vienen, reciclaje funcionarial, frases y eslóganes que no revelan otra cosa que incompetencia e improvisación. Al pan y al circo se suma el plomo.
Declaraciones descabelladas, absurdas y ridículas invitan a la risa y nos hace sentir pena y vergüenza ajenas. Se trata de funcionarios cuya gestión deficiente deja mucho que desear. No ha habido hasta ahora uno que haya ocupado la cartera de seguridad que merezca nuestro reconocimiento.
El funcionariado de alto nivel, por lo general, no padece los embates del hampa, porque sencillamente andan muy protegidos con séquitos de guardaespaldas, carros blindados y similares.
El “gobierno” culpa a los medios y hasta ciertos funcionarios han continuado con la peregrina, si no ridícula tesis de la “percepción de inseguridad”. Francamente. El gobierno maltrata, ofende e insulta a sus adversarios políticos, en una suerte de intención macabra de desviar la atención de los verdaderos y más sensibles problemas que aquejan a la ciudadanía.
El país reclama seguridad para sus ciudadanos y sus bienes, y no quiere convivir con la violencia, ni esperar cada inicio de semana los informes policiales o periodísticos, verdaderos partes de guerra. A esto se suma la violencia política que proviene, precisa y lamentablemente, de las esferas del “poder” cuyo lenguaje incendiario propicia la acción vandálica de sus seguidores.
En un valle de balas de ida y vuelta, un perenne ruido de sirenas, en un paisaje de cuchillos se nos ha convertido la cotidianidad, y contra eso creemos que somos más los que queremos salir de la barbarie, de esta pesadilla coloreada de rojo alarmante que quiere acabar con nosotros.