Abril siempre ha sido un mes caluroso en Maracaibo y 2002 no fue la excepción. Aquel 11 amanecimos desconcertados. La derecha tomaba la iniciativa, y con el apoyo de los traidores agazapados hasta el momento, asaltaban la institucionalidad y autoproclamaban presidente, ministros y otras especies. Aguas abajo nos contactamos, apenas comenzábamos a salir del mensaje de texto.
A pocos metros del lago de Maracaibo, al sur de esta ciudad, en las instalaciones de la Central de Cooperativas del Zulia, en medio de una sala funeraria, nos encontramos diferentes dirigentes de organizaciones sociales. Era un ambiente confuso en términos de lo que ocurría en la capital y en la región, a lo que contribuían las diferentes versiones, todas de fuentes primarias. Buscábamos análisis de referencias, que cimentaran las propuestas de movilización para la defensa del proceso, todas sujetas a amenazas.
El doce fue más extraño, pues el sol seguía fuerte, pero el ambiente en la ciudad era sombrío. En medio de un apagón mediático, donde las noticias se ausentaron de repente y nos dejaron las series y novelas que a pocos les interesaba. Solo las emisoras de la red de Fe y Alegría se atrevieron a transmitir otras voces.
No recuerdo qué noche, de estos días regresamos a casa y encontré a mi madre lavando la ropa. Llorando pidió que le dijéramos cómo estaban las cosas y nos preguntó ¿Qué puedo hacer? Nos dijo, que ella de política no sabía mucho, pero de cocinar si, y que eso sí podía hacer para la gente que se necesitara.
Trece. Chávez no se ha ido. Nos convocamos al diario Panorama, en pleno centro de la ciudad. Tenemos que hacernos sentir, y para ello, qué otro lugar que el frente del diario más conservador e influyente de la región. Llegamos, la tarima estaba montada, y el desfile de oradores ya había comenzado, cada uno micrófono en mano intervenía. El ánimo ahora era otro: no íbamos a dejar la calle, hasta que regresara el comandante. Ese día terminó con Hugo Chávez en cadena nacional.
