El chavismo ya tiene 25 años en el poder en Venezuela. Hugo Chávez, y su heredero político, son los protagonistas de las dos décadas y media en las que Venezuela ha retrocedido precipitadamente, hasta igualarse con los países más pobres del mundo: Haití o cualquier nación africana.
Justo este año, que sumamos cinco quinquenios de lo que han denominado Revolución Bolivariana, el país se adentra a elecciones presidenciales. Un año 2024 en el que debe celebrarse uno de los más duros retos constitucionales electorales de toda la época roja.
El Gobierno sigue haciendo uso de todos los recursos públicos. Mientras, en la otra orilla, una oposición dinamitada, fragmentada y en vías a seguir subdividiéndose, busca ser opción político electoral de cambio. Ambos sectores gozan de un serio rechazo en el grueso número venezolanos que quiere un país distinto y de oportunidades.
La mayoría de los venezolanos que decidieron quedarse en este país, aunque suene duro decirlo, se siente en profunda orfandad.
Un panorama complejo para un país que debería estar transitando una vía diferente a la desarrollada durante 25 años bajo el actual modelo.
Mucho se ha hablado de las condiciones ideales para ir al proceso electoral. Dependiendo de la posición, estás condiciones cambian fuertemente:
Las claras señas que desde el poder emanan, no dejan dudas sobre sus pocas intenciones de abandonar el poder, de dejar de morar en Miraflores.
Se sienten apertrechados y, según sus propias acciones, dispuestos a no retroceder ni un milímetro.
Sus adversarios, en plural de nuevo, producto de la inexistencia de objetivos comunes, continúan ciegos en una ruta que, si bien no está equivocada, no responde a la realpolitik que en este momento vive el país.
Sabemos la importancia de tener un proceso electoral con efectivas garantías, con ausencia de peajes y obstáculos innecesarios y con plena vigencia de ofertas electorales, ancladas en un proyecto de país, más que en líderes mesiánicos. Pero, algunos denominados expertos han llegado a señalar que, según las acciones gubernamentales, vamos rumbo a ser réplica del modelo político que hoy impera en Nicaragua y que mantiene a Daniel Ortega en el Gobierno, con inhabilitaciones y persecuciones politicas. ¿Qué tan útil es hoy estancarnos en este debate?
¿Vale realmente la pena que desde la oposición se reviva la opción de inhabilitar el voto? ¿Qué tan difícil es ponernos de acuerdo en un mecanismo real que nos enrumbe a una transición que permita, realmente, abrir el compás democrático, bajo el interés único y general llamado «Venezuela»?
No fueron suficientes las lecciones de 2005, 2017, 2018 o 2020. ¿Acaso esos saldos rojos que nos generaron políticas abstencionistas no nos permiten entender que la ruta es y debe ser siempre el voto?
El país es mucho más que un nombre, nosotros debemos concentrar todos los esfuerzos, más que en una persona, en un proyecto común que permita reintitucionalizar a Venezuela. De lo contrario, y aunque hoy no lo queramos aceptar, por inacción, entregaremos la banda presidencial a Nicolás Maduro en 2024 y, con ello, su permanencia en el poder hasta 2030. ¿Qué país aguanta eso?
Griselda Reyes
@griseldareyesq
www.griseldareyes.com
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