Juan Liscano, Guillermo Meneses y Mariano Picón Salas creyeron en Adriano González León, en mí, en Guillermo Sucre, Luis García Morales y en Salvador Garmendia cuando nos iniciábamos en las letras Y nos invitaron a participar en el Papel Literario. El Guillo y Antonio Márquez Salas, ¡un jurado de primera clase!, premiaron mi novela Alacranes y fue Meneses quien me dijo que uno de los problemas que confronta Caracas es que por lo general ha sido dirigida desde Miraflores o desde el Ministerio de la Defensa por gente que no es de aquí, infancias que no echaron raíces en Caracas y solo conocieron el aire difícil o amoroso de haber sido niños en espacios distintos al mío que soy caraqueño de padres y de lugar. Simón Bolívar nació en Caracas, pero prefirió Bogotá y al crear la Gran Colombia se hizo colombiano. José Antonio Páez era llanero y los hermanos Monagas eran de Maturín, Joaquín Crespo nació y tuvo infancia en San Francisco de Cara, Aragua; y el país vio nacer a Raimundo Andueza Palacios en Guanare, al mariscal Falcón en Jadacaquiva y así de seguido: Cipriano, Juan Vicente, Eleazar, Medina, uno de los Rómulos, Marcos Evangelista, Carlos Andrés, Leoni, Lusinchi, Caldera, Ramón Jota, Herrera; Hugo, el inefable y el impresentable Nicolás de los panes y los penes no fueron caraqueños. Son infancias lejanas. Es posible que algunos sintieran lealtad por la ciudad donde ejercieron sus magistraturas, pero no vacilaban en «arreglarla» creyendo que la mejoraban.
Se asegura que algunos edificios y construcciones carecen de valor arquitectónico y se vienen al suelo sin esperar que el tiempo les conceda el beneficio de alcanzarlo. Y los urbanistas corren detrás tratando vanamente de enmendar los despropósitos.
Seguro estoy de que a un dictador como Pérez Jiménez no le habría gustado que yo derrumbara su casa en Michelena, pero él sí se dio el gusto de acabar con la mía inventando una amplia avenida para llegar más temprano o con mayor facilidad a Miraflores. Trazó la avenida Fuerzas Armadas, de norte a sur, para consolidar la ciudad fascista porque al prolongar la avenida Bolívar e imponer las Fuerzas Armadas dividió el centro de Caracas en cuatro partes difíciles de cruzar; arruinó el proyecto vegetal de Villanueva separando al parque de Los Caobos del Jardín Botánico y se regaló autopistas que permiten llegar con mayor rapidez a los cuarteles. Acepto sin resquemor que intentó modernizar a Caracas, pero al mismo tiempo estaba asesinando a Antonio Pinto Salinas, dirigente nacional de Acción Democrática y me estaba torturando en los sótanos de la Seguridad Nacional. ¡Lo que es igual no es trampa!
Antonio Guzmán Blanco nació en Caracas, pero se empeñó en afrancesarse él y convertir a mi ciudad en un París de tercera en lugar de interesarse por resolver los graves problemas que siempre padece la capital. Algunos venezolanos que no conozco ni siquiera de vista y mucho menos de trato y de comunicación, pero vinculados al chavismo, anhelan vivir la experiencia de Guzmán: ¡gobernar a Venezuela desde París, amasar con avidez una gigantesca fortuna y ser enterrados con honores en el Panteón Nacional. ¡El cacique Guaicaipuro convertido en un saquito de tierra traída por Hugo Chávez de Los Teques está resguardado allí! ¿Qué me espera?
Vivo en un país de extraño y absurdo socialismo mal gobernado por mandatarios que no son de Caracas. Uno, al parecer, ni siquiera es de nuestro país. Voy más allá: no soporto un régimen militar que me maltrata, premia a quienes nos ultrajan; condena a quienes se preocupan por nosotros y mientras nos humillan y destrozan las instituciones, hieren mi alma sin piedad. Seguramente anhelan lo máximo: que al dejar de ser o de estar sean llevados al panteón después de haber arruinado al país.
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