Caitlin Cronenberg ensaya en su debut cinematográfico una distopía cruel en la que la muerte se convierte en moneda de cambio. Humane, es tan inquietante como brutal, sin que la sangre esté a la vista. Un tipo de terror que se basa en el dolor y explora en las carencias colectivas para crear un panorama perturbador.
El apellido Cronenberg no es desconocido en el mundo del terror. El patriarca, David, ha dedicado buena parte de su vida a mostrar fantasías desagradables y de horror corporal, que convirtieron a su tipo de cine en un género por sí mismo. Más recientemente, el hijo menor, Brandon, dirigió Infinity Pool, en la que la muerte, la culpa y el horror se convirtieron en un escenario que exploraba la violencia desde varios ángulos distintos. Mucho más, se adentraba en algunas de las obsesiones de su padre para crear una versión del mal contemporáneo, angustioso y nihilista.
Quizás por eso Caitlin, la hija, haya decidido que su debut sería terror —parte del legado familiar— pero desde un ángulo radicalmente distinto. Humane (2024), explora la maldad humana —colectiva y privada— pero no desde el ángulo de la violencia, la brutalidad o los asesinatos. En realidad, la primera película de la directora se esfuerza por dejar a un lado cualquier percepción directa sobre el dolor y el miedo, para crear un panorama sutil y devastador por sus implicaciones.
De modo que la película explora en la futura destrucción de la humanidad — que el guion de Michael Sparaga considera inevitable — desde la óptica del mal mayor. Una elección imposible que someterá a todos los países del globo — en su versión más amplia — a la imposición de la muerte. Y en escala privada, a una lucha interna entre familias, que empujará hacia horrores y traiciones de una crueldad aterradora.
El horror que no se muestra en Humane
Todo en un escenario distópico modesto, que avanza desde las insinuaciones. La directora procura que toda la percepción sobre lo que está ocurriendo a nivel global se manifieste en las pequeñas cosas. De modo que los primeros veinte minutos de la película están llenos de imágenes de periódicos impresos, pantallas de televisión y ordenadores, para luego mezclar toda la información en una premisa aterradora. En un futuro impreciso, el ecosistema total de la Tierra colapsó. Los recursos no son suficientes para todos ni aseguran la continuidad de la vida.
Por lo que los gobiernos del mundo, en un rato y manipulador acto de bondad, asumirán el costo con una negociación siniestra. Poco a poco, Humane deja claro que la única solución viable a una circunstancia semejante es la eutanasia selectiva. O mejor dicho, voluntaria. En cualquier caso, una muerte programada que brindará a la víctima — que el guion llama “alistado” en un eufemismo brutal que repercutirá en toda la película — una ventaja a futuro, más allá de su desaparición física. Ya sea dinero, documentos legales para los parientes sobrevivientes o incluso, oportunidades de trabajo.
Solo que nada es tan sencillo y a pesar de la insistente propaganda gubernamental acerca de las ventajas de vencer “una guerra” por medio de la buena voluntad de “los alistados”, no hay suficientes voluntarios para algo semejante. Gradualmente, Humane termina por mostrar sus verdaderos colores y lo que es aún más inquietante, lo que se esconde bajo la civilizada visión que una muerte voluntaria — y, por tanto, honorable — puede salvar el mundo. Lo que lleva a la película a sus mejores regiones y su razonamiento más aterrador. ¿Qué debe hacerse para sostener a la Tierra en una eventual catástrofe?
En la oscuridad de todos los horrores
Cronenberg logra construir una atmósfera claustrofóbica, a medida que la película se hace más incómoda, dolorosa y violenta en lo que muestra a pedazos y nunca, con una intención moralista. La cámara subjetiva — que se vuelve asfixiante en ángulos cerrados o largos primeros planos de personajes que terminan por echarse a llorar a plena vista — es un recorrido sobrecogedor alrededor de la naturaleza del hombre. De la pérdida, la búsqueda y la angustia de saber que claudicar a la muerte, asegura la vida de otros, de un planeta que depende de semejante punto de vista para prosperar.
Pero esta no es una apuesta trágica, dramática o conmovedora. La directora encuentra sus mejores puntos cuando logra enlazar todo lo anterior con una oscuridad perversa, al convertir a todos sus personajes en posibles víctimas de expiación. Tampoco utiliza la brutalidad directa y sin mucho que ofrecer de la saga La purga. En lugar de eso, evade explicaciones convencionales, para centrarse en la posibilidad de tener que decidir quién vive y que esa decisión nunca sea de buena voluntad o basada en la necesidad.
Para su incómodo final, Humane perdió un poco de profundidad en favor de cierto efectismo entre un caos colectivo más prosaico. Pero la cinta se sostiene gracias a su primer tramo y lo mucho que explora en la filosofía violenta del hecho de luchar por la supervivencia en medio de lo inevitable. Un mensaje que Caitlin Cronenberg maneja con inteligencia, sobriedad e impecable tensión.
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