Carta de Héctor Alonso para Antonio Ledezma

Querido Antonio:

Hace unos días culminé de leer tu libro “¿De donde venimos y hacia dónde vamos? ¡Cuánta alegría haberme deleitado con tu esfuerzo intelectual! Excelente recorrido para buscar y encontrar la conexión a la pregunta, con que titulas tu libro, nos obliga. Es asomarnos en la ventana de lo posible y lo deseable. Para quienes la vida nos ha sido generosa en tiempo y realizaciones, tu libro es una bonita apuesta y esfuerzo para confirmar quién eres. Vas a lograr que muchos, como yo, lo lean.

¡Cómo no estar agradecido al distinguirme con el generoso comentario que me dedicas! Estoy seguro que muchos de los que van a leer tu libro se preguntarán a propósito de qué ese comentario, que pasó para que en un libro de tanta profundidad, sapiencia y alcance de largo recorrido histórico, hayas hecho ese recordatorio con que te refieres a mí: “fue un timonel exitoso del movimiento juvenil que vió frustrado el ascenso a la Secretaria General de Acción Democrática, hecho que cambió de alguna manera la historia del partido y del país”. Este párrafo no es cualquier párrafo de tu hermoso libro.

Es parte muy importante de nuestra historia contemporánea, y que aún está por escribirse. Ese episodio donde miles tuvimos que ver, como bien debe saberse, no fue una gesta personal; es parte de un ciclo histórico donde nuestra generación, ayudados por muchos veteranos, colectivamente se hizo protagonista gracias a esfuerzos y méritos personales y colectivos. Ocasión que siento propicia para recordarlos a muchos de ellos: Teo Camargo, Luis Manuel Peñalver, Alberto Herrera, Jesús Gabriel Peña Navas, Homero Parra, Johan Perozo, Leomagno Flores, Pedro Brito, Rosa Aguilera, Andrés Blanco Iturbe, Jesús Eduardo Troconis, Víctor Sánchez, Gustavo Orlando López, Ramón Fernández, Ángel Barroyeta, Jose Agustín Campos, Nelson Martínez, Yuri Campos, Luis Beltrán Borrome, Levi Danieri, Héctor Azócar Tovar, Luis Sandoval, y tú; así como muchos líderes regionales entre los que se destacaban Luis Vera Gómez, Edmundo Sánchez Verdú, Elías D’ongia, Manuel Rosales, Felipe Rodríguez, Jesús Rodríguez, Hugo Arias, Alexis Olmos Viloria, Hugo Alencar, Humberto Rodriguez Uvieda, Raúl Andrés Leoni, Pedro Batistini Castro, Pablo Bolaños, Max Castillejos, Rafael Augusto López, Manuel Gutiérrez, Luis Fernando Turmero Barrios, Merari Fortuol, José Guerrero Méndez y Orlando Carrero. Era la presencia y la fuerza de un inmenso deseo de cambio. El país y el partido nos lo reclamaba. La presencia de una nueva generación no era contraposición a los mas expertos y exitosos del pasado, éramos su complemento. Estábamos seguros que la fuerza del cambio colectivo se asomó a tiempo en Acción Democrática.

No fue una gesta personal, era imposible enfrentar los poderes fácticos con solo voluntarismo, y mucho menos, de alguien en particular para saciar una aspiración individualista. Yo no era el líder de AD sólo entre todos ustedes y yo, resolvimos atrevernos. Esas fueron las razones para haberme postulado como candidato a la Secretaria General Nacional de AD; asumí el reto antes, y ahora, ante mi conciencia y mis compañeros, reconozco haber fracasado en el intento y asumo la total responsabilidad.

Mi querido Antonio, bien sabes que desde muy joven me entregaron responsabilidades partidistas y tuve que apurar por aprender con mucha constancia. Desde el 19 de agosto de 1972 comencé una larga y hermosa tarea de construir, con gente como tú, una fuerza dinámica dentro de una sociedad que comenzaba a dar señales de crecimiento acelerado y mucha competitividad. En 1975 tuvimos el inolvidable recuerdo del mejor Pleno Juvenil de la historia del partido, que entre muchos oradores tuvimos el honor de escuchar a Don Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez, en ese momento Presidente de la República por primera vez. Allí ocupaste un puesto de honor al ser aclamado junto a otros líderes nacionales de la juventud de AD. Pasaron unos años de continuidad y brega en las bases partidistas, hasta que llegó lo que soñábamos: la posiblidad de renovar a AD.

Un asomo arriesgado: en 1985 tuve que competir democráticamente en mi estado, y logramos la victoria en la Secretaría General de AD en Mérida. Vinimos a la Convención Nacional con esa delegación que era como “los últimos mohicanos adecos”. A ese evento no fuimos a enfrentarnos y distanciarnos de otros compañeros. Fuimos a advertir. Fuimos a ejercer la política como la aprendimos, pero conscientes de que enfrentábamos a toda una fuerza y poder del gobierno. Era tal el desequilibrio, que la orden de “cómo votar” era entregada por la mujer de mayor poder e influencia en ese gobierno, de manera personal, a los jefes del partido, que eran también los mismos jefes de cada gobierno regional, y así debían hacerla llegar a cada delegado. Allí comenzó la gran tragedia de AD. Estaban fusionados partido y gobierno en una sola voluntad. A pesar de todo, no pudieron impedir que los afectos de la mayoría de mis amigos lograran “romper el tubo” y los compañeros permitieron fuera el único que no estaba en la lista oficial que recibiera el mandato el mandato de ser Secretario Político Nacional del CEN de AD.

Desde Mérida, conduciendo una nueva generación a nuestro partido, honramos el compromiso de crear una universidad para formar el nuevo liderazgo. No es una casualidad que la bautizáramos con el nombre de Alberto Carnevali. Si algo celebramos jubilosamente, es que ella existió, y logramos un excepcional aporte con motivo de los 50 años de la fundación de AD. Se hizo la recopilación de la “Historia Contemporánea de Venezuela desde 1929 hasta 1991” y editamos “Acción Democrática y su Pensamiento político desde 1929 hasta 1956”; además de la recopilación, en tres tomos, de la vida y obra del Dr. Alberto Carnevali, para asi multiplicar el conocimiento sobre este brillante y valiente hombre, ejemplo histórico. Y como lo hecho sería insuficiente para devolver al partido lo mucho que nos había dado, mis compañeros estudiantes coronaron la gestión con un conmovedor e histórico triunfo en la FCU de la ULA que no se habia logrado desde que un joven de AD lo hiciera en 1961, cuando precisamente en AD se producía una desgarradora división que se llevó el mayor potencial de jóvenes que dieron origen a la formación de MIR.

La escogencia del candidato presidencial del partido para las elecciones de 1988 no fue una sencilla tarea. Ese recorrido de donde venimos es muy largo y está lleno de episodios que muchos no quisieran recordar, pero es una obligación conocer la historia para que nuestra memoria histórica sea inalterable y auténticamente fidedigna.

En ejercicio pleno de nuestros derechos partidistas, asumímos posturas claras y contundentes sobre la estrategia electoral, con las que decidimos a quién debíamos favorecer internamente en AD. Así que, resuelta la decisión de la voluntad de CAP de competir, activamos todos nuestros amigos y compañeros de todo el país; pero comprendimos que ese reto pasaba por derrotar primero una eventual decisión en manos de la llamada maquinaria, o abrir las compuertas para una participación masiva de todos los represantes de la multiplicidad de sectores de la vida partidista desde sus bases. No fue fácil, pero se logró que un colegio electoral, amplio y equitativo, decidieran quién sería el candidato presidencial.

Los acontecimientos y las consecuencias de un nuevo gobierno no se hicieron esperar. El que en muy poco tiempo sucedieran los eventos que alteraron la vida del país, nos puso en aviso de que algo, nada fácil de comprender, podría estar latente. La conmoción social, económica y política era un asomo, a mediano plazo, de una conmoción militar. Escenario nada fácil, pero retador. Esas razones y el sobreentendido desplome de la vida institucional partidista nos empujó a desafiar hasta nuestros propios miedos de asumir los retos que el destino nos estaba colocando en el camino.

El 27 de febrero de 1989, que comenzó posterior al 23 de enero de ese año; un episodio conmovedor y doloroso que no fue objeto de buen manejo y tampoco de un buen análisis; hubo un desconocimiento profundo de la verdad de las causas que lo originaron. No medimos la importancia en su exacta magnitug, aún cuando sabíamos que había sido producto de una frustración acumulada. Poco se aprendió de lo que había ocurrido.

Seguimos avanzando y encontramos en 1990 un proceso electoral de autoridades de AD con muchos elementos que la hacían presumir como una elección decisiva para muchas cosas del destino. Lo era para la estabilidad del gobierno; para impedir se mantuviera la línea férrea de poder casi absolutista y caudillezca en la dirección de AD; y para abrir una compuerta a la oxigenación del partido, incorporando a nuevas generaciones al protagonismo renovador y modernizante. Los hechos ocurridos con posterioridad confirman que esas decisiones nuestras de competir, no solo eran pertinentes, sino imprescindibles, pero mucho más, inaplazables.

Esa historia posterior tú bien la conoces, porque eres un protagonista privilegiado de ella. Conoces a profundidad las consecuencias políticas y personales que muchos hemos padecido. Pero no nos faltó coraje para ser leales a nuestras convicciones. No envilecieron nuestro espíritu de lucha. Dimos dimensión certera al valor existencial de la amistad. Nada nos impidió tener claridad con sentido histórico, la conciencia del destino del país que podía estar en juego y poco nos importó nuestro destino personal.

Gracias de nuevo mi querido Antonio. Ruego a Dios que algún día nos volvemos a ver en la querida patria que nos vio nacer.

Un gran abrazo.
Tu amigo de siempre y para siempre

Caracas, 12 de septiembre de 2021

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