Tal parece que vamos a vivir un buen rato –salga México o no salga, sancionados o perdonados, con Guaidó o sin presidente interino– en una especie de difusa y diversa forma de convivencia con la tiranía. Y no hablo de alacranes y meseros que ya vendieron su alma al diablo. Me refiero a la que pretende ser oposición, pero no sabe bien serlo. Salvo María Corina que siempre dice no, hay otros en la misma posición, pero sin su donaire: uno que no comparte su desmesura inmóvil, pero hasta gusta de su firmeza cuando dice palabras como las que dijo recientemente ante los parlamentarios europeos.
Ya sabemos, hay dos líneas mayores, los que quieren elecciones prontas y pulcras, seguramente con cocina noruega y la palanca del viejo Joe, sienten que todavía no les toca definir cómo van a pasar el tiempo de hacer oposición democrática en dictadura, si fuese menester. Hay otros que se han resignado a que la fiesta será el 24 y, por ende, son los que tienen más enredada ya la cabuya, la cohabitación con los corsarios en el poder; han dado algunos pasos y diera la impresión de que no tienen muy claro cuáles serán los siguientes, guardan silencio ante asuntos monstruosos y dicen que están barriendo y pintando la casa propia.
En el medio está la cuestión económica. Si se puede desarrollar el país con los filibusteros que hay en el poder. Haber superado la hiperinflación y haber subido unos poquísimos dígitos en el PIB del 22 y el alza de los precios del petróleo con Pdvsa devastada, no da para mucho. Hay que verla con lupa. Y siguen abundosos casos políticos como los resultados y el comportamiento electoral regional, indebidos a más no poder –que pena con la Unión Europea y los barineses– que más de uno ignoró como si no tuvieran que ver con su oficio.
En definitiva, es que hay que hacer oposición cualesquiera sean las circunstancias y perspectivas del futuro. Un ejemplo: yo voté por Capriles en su hora y creo que es un buen tercio, además de buen padre y devoto creyente, pero me parece curioso el tempo de sus declaraciones, meses de silencio entre unas y otras, y que las últimas sean por el levantamiento de sanciones sin pedir a cambio nada, ni siquiera que suelten algún preso viejo o enfermo o que les devuelvan a los partidos agredidos su nombre y sus símbolos, su identidad esencial, entre ellos al suyo. Lo peor es que uno supone que a escondidas mucho habla este joven con los destructores del país.
La cosa que quiero decir es que lo primero es el verbo, hablar para los pares opositores, para los medios -aunque golpeados y monopolizados-, para el gobierno, para el pueblo. No digamos que, como Chávez, en que el verbo era patológico. Pero hablar, romper este silencio atronador que remeda la muerte.