4 de diciembre de 2024 10:28 PM

Gustavo Roosen: Dos países

Más que en un país, pareciera que vivimos simultáneamente en dos bien diferenciados. En los últimos años, la brecha entre ellos, el de los ciudadanos y el de la política, no ha hecho sino ensancharse. A medida que han venido acumulándose las dificultades que pesan sobre las personas, ha crecido también el cansancio de la política y la desconfianza en los líderes.

El ciudadano común percibe que los políticos han desentendido las necesidades y los intereses de la comunidad para ocuparse de su propio diálogo o de su enfrentamiento, de sus propias aspiraciones o de sus contradicciones. El ciudadano espera otra cosa, no solo un discurso con el cual identificarse, sino percibir que sus intereses importan, que ocupan la atención del liderazgo -social, político, empresarial-, que puede confiar en su propia capacidad realizadora y en la de las élites, en propuestas que incluyen el qué y el cómo, en proyectos que movilicen sus propias potencialidades, que abran camino para crecer.

La convocatoria a la reconstrucción nacional pasa por asumir con honestidad la realidad y medir fortalezas y debilidades. Para el caso de Venezuela, es claro que será un camino lento. No sirven ni las prisas ni los milagros. Por ejemplo, la recuperación de las finanzas públicas es posible, pero solo contando con el apoyo de los organismos internacionales y sobre la base del compromiso y de la confianza. La recuperación de las industrias petrolera, eléctrica, del aluminio, de las comunicaciones, de la agricultura puede asentarse sobre la base de lo que el país dispone, de lo que construyó en otro momento, de lo recuperable, que no es poco. Exige, en cualquier caso, transmitir eficazmente, a través de acciones concretas, el mensaje sobre la posibilidad de recuperación y crecimiento. El llamado al realismo no puede ser simple consigna.

La reconstrucción será larga y tendrá muchas piedras en el camino, como declara la doctora Maryhen Jiménez, graduada en Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford e investigadora asociada al Centro de América Latina en la misma universidad. En entrevista con Hugo Prieto, Maryhen Jiménez se pregunta si los venezolanos, las élites políticas, los sectores económicos, la sociedad civil organizada se han resignado ya al país que tenemos o si estamos dispuestos a reconciliarnos con él para poder transformarlo. Quienes vienen ocupándose del futuro y su construcción no pueden sino coincidir con ella en la existencia de múltiples estudios y propuestas, pero simultáneamente en la necesidad perentoria de políticas o iniciativas claras que ayuden a impulsar un proceso de transición. Su llamado es a fortalecer instituciones inclusivas, que permitan estabilidad política y la participación de toda la sociedad en un proyecto nacional, y a no mantener instituciones extractivas, es decir, aquellas que solamente sirvan a los intereses de una élite.

La recuperación de Venezuela pasa por asumir nuestra condición de país occidental. Suena extraño, pero no inútil, decirlo. Se trata de renunciar a la fantasía de acercamientos geopolíticos con los mundos musulmán o ruso o chino o a la estrategia de buscar alianzas o sustento fuera de la cultura occidental y sus valores. Reconocer la herencia occidental, nuestra naturaleza occidental, significa optar por los valores de libertad, igualdad, derechos, democracia, deberes, progreso, ejercicio de ciudadanía y una productiva relación entre lo público y lo privado. Karl Krispin nos revela, a este propósito, el libro de Hiram Bingham III –más conocido por su alter ego cinematográfico Indiana Jones- sobre su expedición a Venezuela y Colombia (1906-1907) tras los pasos de Bolívar. “En esos encuentros imposibles seguimos invocando teorías nuevas para pueblos viejos porque, al ser herederos de Grecia, Roma y España, inventar más allá de ello implica siempre un despropósito”, dice Karl Krispin.

El ciudadano común percibe que los políticos han desentendido las necesidades y los intereses de la comunidad para ocuparse de su propio diálogo o de su enfrentamiento, de sus propias aspiraciones o de sus contradicciones. El ciudadano espera otra cosa, no solo un discurso con el cual identificarse, sino percibir que sus intereses importan, que ocupan la atención del liderazgo -social, político, empresarial-, que puede confiar en su propia capacidad realizadora y en la de las élites, en propuestas que incluyen el qué y el cómo, en proyectos que movilicen sus propias potencialidades, que abran camino para crecer.

La convocatoria a la reconstrucción nacional pasa por asumir con honestidad la realidad y medir fortalezas y debilidades. Para el caso de Venezuela, es claro que será un camino lento. No sirven ni las prisas ni los milagros. Por ejemplo, la recuperación de las finanzas públicas es posible, pero solo contando con el apoyo de los organismos internacionales y sobre la base del compromiso y de la confianza. La recuperación de las industrias petrolera, eléctrica, del aluminio, de las comunicaciones, de la agricultura puede asentarse sobre la base de lo que el país dispone, de lo que construyó en otro momento, de lo recuperable, que no es poco. Exige, en cualquier caso, transmitir eficazmente, a través de acciones concretas, el mensaje sobre la posibilidad de recuperación y crecimiento. El llamado al realismo no puede ser simple consigna.

La reconstrucción será larga y tendrá muchas piedras en el camino, como declara la doctora Maryhen Jiménez, graduada en Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford e investigadora asociada al Centro de América Latina en la misma universidad. En entrevista con Hugo Prieto, Maryhen Jiménez se pregunta si los venezolanos, las élites políticas, los sectores económicos, la sociedad civil organizada se han resignado ya al país que tenemos o si estamos dispuestos a reconciliarnos con él para poder transformarlo. Quienes vienen ocupándose del futuro y su construcción no pueden sino coincidir con ella en la existencia de múltiples estudios y propuestas, pero simultáneamente en la necesidad perentoria de políticas o iniciativas claras que ayuden a impulsar un proceso de transición. Su llamado es a fortalecer instituciones inclusivas, que permitan estabilidad política y la participación de toda la sociedad en un proyecto nacional, y a no mantener instituciones extractivas, es decir, aquellas que solamente sirvan a los intereses de una élite.

La recuperación de Venezuela pasa por asumir nuestra condición de país occidental. Suena extraño, pero no inútil, decirlo. Se trata de renunciar a la fantasía de acercamientos geopolíticos con los mundos musulmán o ruso o chino o a la estrategia de buscar alianzas o sustento fuera de la cultura occidental y sus valores. Reconocer la herencia occidental, nuestra naturaleza occidental, significa optar por los valores de libertad, igualdad, derechos, democracia, deberes, progreso, ejercicio de ciudadanía y una productiva relación entre lo público y lo privado. Karl Krispin nos revela, a este propósito, el libro de Hiram Bingham III –más conocido por su alter ego cinematográfico Indiana Jones- sobre su expedición a Venezuela y Colombia (1906-1907) tras los pasos de Bolívar. “En esos encuentros imposibles seguimos invocando teorías nuevas para pueblos viejos porque, al ser herederos de Grecia, Roma y España, inventar más allá de ello implica siempre un despropósito”, dice Karl Krispin.

Más allá del discurso político se impone la necesidad de asumir, de verdad, un propósito de construcción, con sentido nacional, con esa mezcla de ambición y realismo que da sustento a los mejores planes. Debemos ser de nuevo un solo país donde la dirigencia y los administrados nos fusionemos todos en un mismo proyecto con un solo horizonte.

El Nacional

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