Quienes seguimos con interés la política española ese es el calificativo que estimo deberíamos compartir.
Un partido logra la defenestración del poder de su opositor utilizando argumentos jurídicos que luego resultan no tan ciertos. Los defenestrados cambian íntegramente su dirección y ésta en pocos años logra una victoria clamorosa en Madrid.
Como consecuencia de la misma surgen –a ojos vistas- incomodidades o rivalidades entre la ganadora de esa comunidad y la dirección nacional de su partido, impidiéndole dirigir como lo hacen otros presidentes autonómicos, la comunidad respectiva, rivalidad esta que quedó patentizada la semana pasada, cuando el presidente partidario denuncia públicamente un posible acto de corrupción de la presidenta autonómica que, al dia siguiente, niega, pero el daño estaba ya hecho. Consecuencia de todo, hoy, en las Cortes, el señor Pablo Casado -Presidente del Partido Popular- quien de haber actuado distinto muy probablemente ocuparía el Palacio de la Moncloa en dos años, está viviendo sus últimos días como ocupante de la principal oficina de su sede partidaria. De órdago sin duda.
Pero no solo eso ha ocurrido en España en estos más de dos años. Ciudadanos, que había sido elegido por sus votantes como el partido de centro, la bisagra que facilitaría la protección constitucional española, decidió derivar hacia un costado y como consecuencia de ello, hoy es inexistente prácticamente en la vida del país pues sus electores prefirieron buscar otros navíos en los cuales colocar sus esperanzas. Mientras eso ocurre, la extrema derecha representada por quienes en algún momento formaron parte del Partido Popular crece a expensas de este y sus errores, mientras los partidos independentistas hacen lo imposible por romper la unidad establecida en la Constitución.
Pero no solo eso pasa en España con los partidos opositores. El PSOE, en esta era Sánchez, decidió que sus mejores compañeros de ruta eran esos partidos independentistas, poniendo a cualquiera a dudar de su compromiso con la Constitución, aun cuando probablemente ello fue posible por la decisión de los señores Rivera y Arrimadas, de dejar la centralidad que sus copartidarios exigían de su partido Ciudadanos.
Lo cierto es que si alguna característica tiene la vida política española, que lamentablemente no la vemos en muchos de nuestros países, especialmente Venezuela, es la de que cuando los votantes o sus copartidarios, no ratifican su confianza en sus representantes, estos dan un paso al costado pues entienden que lo fundamental es el equipo y no la individualidad.
Lo que ocurre en España debería servirnos de lección a quienes creemos que en Venezuela, en materia política, es menester hacer las cosas distintas para obtener un resultado diferente.
Gonzalo Oliveros Navarro
@barraplural