Elsa Cardozo: Geopolítica y democracia

En los próximos días, el 9 y  el 10 de diciembre, se celebrará la Cumbre por la Democracia convocada por el gobierno de Estados Unidos. Se centrará, según se lee en la explicación oficial, en “los desafíos y oportunidades que enfrentan las democracias”. Ofrecerá a los invitados –líderes gubernamentales, de la sociedad civil y el sector privado– una “plataforma para escucharse, aprender y comprometerse, individual y colectivamente, con reformas para fortalecer y defender la democracia y los derechos humanos, nacional e internacionalmente”. Considerar el sentido y la polémica en torno a este ambicioso encuentro virtual tiene interés, más allá de sus efectos y consecuencias, por lo que revela del momento presente y de la relación entre geopolítica y democracia.

La iniciativa se produce en un momento de severa recesión democrática o, más bien, de una prolongada resaca autoritaria global, como la ha caracterizado Larry Diamond, que ya suma quince años. Para reconfirmarlo, a los diagnósticos e índices recientes ya conocidos se ha sumado en estos días el informe de IDEA Internacional, “El estado de la democracia en el mundo 2021: Fomentando la resiliencia en una era pandémica”. En él se lee que “por quinto año consecutivo el número de países que se mueven en dirección al autoritarismo excede el número de los que se mueven hacia la democracia”, siendo que los primeros son tres veces más que los segundos. Un crudo cuadro de los retrocesos democráticos y del modo acelerado y desafiante de los avances autoritarios se puede leer en un reciente artículo de Anne Applebaum («The Bad Guys are Winning» / Los malos están ganando). Allí se encuentran referencias a los cinco líderes que en Bielorrusia, Turquía, Venezuela, China y Rusia han aprendido y perfeccionado modos de ejercer el control represivo interior, disminuir el impacto del escrutinio externo y alentar de diferentes modos el descrédito de la democracia. En sus referencias a un sexto caso –el de Donald Trump– la autora advierte que en Estados Unidos “la incorrecta identificación de la promoción de la democracia con ‘guerras eternas” puede llevar a “la incomprensión de la brutalidad de la competencia suma-cero” que se está desarrollando ante Estados Unidos y, cabe añadir, ante las democracias europeas y del resto del mundo.

Ahora bien, las condiciones que propician o facilitan los avances autoritarios son fundamentalmente internas, es fundamental recordarlo. Lo que no niega que a ellas se suman, cada vez con mayor peso, las presiones e incentivos autoritarios hacia las democracias y en los foros internacionales. Con repertorios tradicionales y nuevos de injerencia e influencia alientan en beneficio de sus intereses –tanto como nacionalmente se permita o estimule– prácticas reñidas con la democracia, el Estado de Derecho y la protección de los derechos humanos. También descalifican y obstaculizan multilateralmente su escrutinio, crítica y sanción. La expansión autoritaria y sus cada vez más frontales retos no solo afectan a sus naciones sino que se manifiestan en acciones internacionales desafiantes, redes de acuerdos y alianzas geopolíticas que favorecen su influencia.

Sobran, pues, razones para preocuparse y ocuparse de la resaca que insiste en borrar elementos esenciales de la democracia. De su peligro, como ha sido seriamente considerado en abundantes ensayos y estudios, hay innegables evidencias en Estados Unidos. Así lo reconoció el presidente Biden en su discurso inaugural como punto de partida y prioridad nacional de su administración. A la vez, en atención a la dimensión internacional de la recesión democrática propuso entre otras iniciativas internacionales –como la de recuperar las alianzas tradicionales– la convocatoria de la Cumbre por la Democracia.

La primera crítica a la convocatoria se refiere a la lista de invitados, que, como precisa en un detallado análisis de Steve Feldstein, es la de un grupo muy diverso de poco más de 100 países que no solo incluye democracias de buen ejercicio, sino ocho casos de muy mal desempeño y cuatro en significativo declive. En contrapeso a esa argumentación se encuentran razones políticas y geopolíticas. Por una parte, la invitación incorpora a representantes de gobiernos, pero también a los de la sociedad civil y el sector privado. Desde los preparativos hasta los intercambios más formales, se trata de un modo de reconocer y movilizar a los demócratas, lo que es importante en todos los casos y muy especialmente en los más críticos. Por otra parte, especialmente al ver la distribución geográfica de las invitaciones –la mayoría en Europa, América y el Indo Pacífico– y también varias exclusiones, es evidente el sentido geopolítico que la iniciativa tiene para Estados Unidos y, en alguna medida, también para Europa y las demás democracias.

Desde esa conjunción de geopolítica y protección democrática pueden considerarse las otras críticas, reservas y sanas advertencias ante la agenda y consecuencias de esta convocatoria. En una perspectiva digamos que liberal idealista, se alienta expresamente a los participantes a reflexionar sobre su propio desempeño en la protección de los derechos humanos, la lucha contra la corrupción y su actitud ante regímenes autoritarios. También se orienta a buscar la convergencia internacional –con sentido más realista y geopolítico– en la atención a retrocesos democráticos y avances autoritarios. Este es un impulso muy necesario en tiempos en los que se ha debilitado tanto la disposición a la solidaridad democrática.

La inevitable conjunción de geopolítica y democracia que se desprende de esta iniciativa es riesgosa y de delicado balance que debería trabajarse para evitar mayores recelos entre democracias, particularmente en la compleja relación trasatlántica. No conviene alentar la polarización global que favorezca los avances autoritarios ni perder la presencia e incidencia democrática en los muchos ámbitos de interdependencia global. En todo caso, este primer acercamiento, del que apenas cabe esperar algunos gestos y pocos compromisos específicos, puede servir para dar pasos en la cuidadosa conjunción de la agenda de protección democrática y la de las rivalidades geopolíticas.

En cuanto a Venezuela, todo esto nos toca muy de cerca. No solo por el gesto de la invitación al gobierno interino a la cita virtual, sino especialmente –y en referencia a toda la oposición democrática– por lo comentado sobre el mal tiempo internacional para las democracias y para los impulsos a rescatarla, sobre lo fundamental de comprender y atender las condiciones internas que lo complican o facilitan y, fundamentalmente, sobre la importancia del autoexamen.

El Nacional

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