Es indudable que el holocausto al que ha sido sometida Ucrania ocupa la atención diaria, al presenciar minuto a minuto la inmolación de una nación por el capricho de un criminal de guerra, quien solo en un mes ha pulverizado a un país, a su gente, su economía, a su infraestructura, destruyendo la vida y sueños de millones de seres humanos.
Froilán Barrios / El Nacional
En otra dimensión ha ocurrido algo similar a Venezuela en lo que va de siglo, ya que la postración de nuestro país ha sido producto de la acción depredadora de una casta criminal durante el siglo XXI, cuyo efecto ha reducido a escombros nuestra sociedad, nuestra economía, derechos sociales, mediante la vilmente planificada desestructuración de lo labrado en nuestra historia republicana. El impacto ha sido devastador cientos de miles de asesinatos, centenas de presos políticos, cierre de medios de comunicación y un éxodo de casi 9 millones de refugiados.
Como vemos, cualquier coincidencia con lo trazado por el dictador Putin con Ucrania no es casualidad, con la diferencia de que este lo ha hecho desde la anexión de Crimea en 2014 y ahora en 2022 con misiles, bombas y su ejército, que apuntan a la desaparición de la nación, defendida valientemente por ciudadanos calle por calle y en toda su geografía nacional ante los ojos del planeta.
Estos cruciales momentos que vive la humanidad, primero con la pandemia y ahora ante el apocalipsis ucraniano, determinan a las naciones voltear la mirada a las estaciones de su historia para reflexionar sus destinos. Por ejemplo, para Francia y Europa el Mayo de 1968 impactó el futuro de su sociedad y de sus instituciones a lo largo del siglo XX, así también para los alemanes la reunificación de su país en 1991 significó saldar el ciclo devastador del nazismo en su devenir histórico.
En nuestro caso siempre hemos tenido como referencia el 23 de Enero de 1958, legado que permitió abordar con enseñanzas democráticas el nuevo siglo, las cuales desechadas por el régimen chavista desataron la protesta social, económica y política en el prólogo del siglo XXI, desplegada a plenitud como conocemos durante el año 2002, donde se evidenció el bagaje democrático aprendido mediante las protestas más multitudinarias que haya conocido nuestro país.
Por tanto, 2022 es un año pleno de aniversarios que rememoran la decisión mayoritaria de un pueblo defensor de la democracia, deseoso de vivir en libertad y en condiciones de vida digna, siendo oportuno para analizar los aciertos y los errores cometidos que han facilitado a la escoria gobernante mantenerse en el poder para desdicha de un pueblo como el venezolano merecedor de otro destino.
A 20 años de 2002 debe abordarse sin prejuicios ni complejo alguno los eventos del 11 de abril, cuando ocurriera la movilización de más de 1 millón de ciudadanos en las calles de Caracas, capaz por su decisión y fuerza de derrocar al tirano de turno.
Así también en el año 2002 se desarrolló el Paro Cívico Nacional iniciado en diciembre, que culminó con el despido de 22.000 trabajadores petroleros, quienes a 20 años de genocidio laboral no les han sido reconocidos sus derechos laborales, aun cuando la OIT reconoció el derecho a huelga y a sus prestaciones sociales.
Ahora bien, 2022 igualmente contiene otro aniversario notorio, referente al décimo aniversario de haberse aprobado el ilegal Decreto Ley Orgánica del Trabajo, cuyo texto y aplicación ha conocido la violación permanente de los derechos laborales consagrados en la Constitución y en los Convenios Internacionales de la OIT, firmados otrora por el Estado venezolano.
Pudiéramos decir también que 2002 significó una vorágine de protestas y manifestaciones, registradas día a día en el periodo más convulsionante del presente siglo, que a la postre ha marcado hasta el presente el devenir político, social y económico de nuestro país.
¿Cuándo podremos revertir esta tendencia? Amerita primero hacer el balance descarnado de lo acaecido para aprender de los errores y lograr victorias, siendo la fundamental reconquistar el sistema de libertades que anhela el pueblo venezolano. Ello requiere la madurez política de la dirigencia opositora de integrar a la nación oprimida detrás de los valores democráticos apoyados en igual término por la comunidad internacional.