Fernando Rodríguez
Se cumplen 10 años de la guerra en Siria: 600.000 muertos, 6 millones de migrantes al exterior, 6 millones en el interior, ciudades enteras totalmente destruidas…y continúa. La razón, un sátrapa que quiere perpetuarse en el poder a toda costa y lo ha logrado. Un analista opinaba en estos días ante la pregunta por el fin definitivo de la guerra: “Lo único que puedo decir es que si alguien no tiene arte ni parte en ese fin es Siria, es un torneo de potencias y movimientos étnicos muy tenaces. Mientras, la ONU y las asociaciones de derechos humanos y los hombres de buena voluntad claman al cielo casi a diario, en vano”.
Si usted encuentra algún parecido con Venezuela no es puro azar. Allí está la estructura esencial del tirano dispuesto a todo por permanecer en el trono, es evidente, entre otras cosas para no exponer su cuello, que no se regenera —decía aquel general—, y su bolsa llena de moneditas de oro de tantos años de empeñosa recolección. También es clara la intervención de países, de un lado muchos, y los del otro, la dictadura, que son pocos, pero algunos muy fornidos. Preguntémonos ¿hasta qué punto somos ya realmente los que decidimos verdaderamente nuestros destinos? Algunos han comenzado a proclamar nuestra autonomía y soberanía. No precisamente los que mandan, piratas que son capaces desde hace mucho de venderle el alma a cualquier diablo de cualquier color que los oxigene; sino opositores, hasta ahora muy callados al respecto, veintitantos años callados, pero da la impresión de que lo que quieren es votar —afuera hay muy poderosos que no ven nada digna la elección y la permanencia hasta el 25 de Maduro— y no la altivez nacional. Lo que nos falta es la guerra, pero hay algunos que insisten, aunque sea de la boca para fuera, que sería lo más saludable, con todo y bombardeos sobre nuestras cabezas. En realidad, no somos integralmente Siria, pero podríamos serlo, nos parecemos tanto.
Seguimos en bajada, aunque algunos dicen que hay burbujas nuevas, tildadas de bodegones, producto de anárquicos y seguramente inútiles brotes liberales —“que importa que el gato sea blanco o negro si caza ratones” (Deng Xiaoping)—, liberalismo despótico y corrupto, mezcla del propio del envenenador Putin y el antihumanismo chino. Con guasacaca criolla, que ponen algunos de nuestros empresarios empeñados en salvar la patria. Pero son solo burbujas, burbujitas… hasta nuevo aviso. Mientras tanto la realidad es que nos seguimos hundiendo en el estiércol, apenas podemos respirar. El país agoniza.
Dos problemas parecen colarse ahora en los titulares de nuestras empobrecidas y censuradas fuentes de información: la pandemia y el gasoil. El segundo pararía el país por la falta de transportes de personas y bienes terrenales que nutren la vida, en todos sus aspectos. No es poca cosa.
Y la pandemia parece dispuesta a acabar con la irresponsabilidad con que ha sido llevada por el gobierno. Fiesta y relajo cuando el circo es necesario, cuando vende: Navidad y Carnaval, por ejemplo. ¿Semana Santa todavía? Y anárquicas y alocadas medidas para fingir preocupación. Pero ya es vox populi, lo han dicho con valor los expertos, pero además todos lo intuimos, cada día crece la ola de la enfermedad y la muerte. Las cifras oficiales son un fraude, posiblemente hay que multiplicar por siete u ocho, dicen los epidemiólogos y crece y crece. Como se sabe el sistema sanitario nacional es una quimera y hasta el privado, para los muy ricos, está saturado. Es probable que la vacuna sea nuestra esperanza, pero las millones que llegarían del fraterno Moscú en abril han dejado de ser tema de conversación oficial y ya sabemos de los ires y venires de esta en un mercado mundial lleno de extravíos y avaricia, como todos los mercados. Con Covax, la institución mundial para los pobres, tenemos grandes enredos, por maulas. Prueba de ello es que Venezuela fue excluida de la primera entrega a casi todos los países de la región. Nadie dice nada que ponga las cosas en orden ni siquiera las prioridades de vacunación. Vacunar a militares y diputados y militantes políticos con un difuso oficio antes de ancianos e hipervulnerables parece criminal (muchos fenecerán). Y a falta de mínimas indicaciones nuestro sistema nervioso no debe andar muy sosegado.
Los países pueden seguir hundiéndose hasta desaparecer, pregúntenles a los sirios.