Nadie, que yo sepa, explica medianamente bien la tormenta anticorrupción que ha desatado el gobierno, a una escala que no puede sino sorprender, y todavía como que viene más. Y deslumbra todavía más por el hecho de que casi todos o al menos muchos de los encarcelados han sido, durante años, altos, altísimos funcionarios sin que el gobierno se percatase de sus malas mañas, su afición por el robo de los bienes nacionales, de una nación en que millones se mueren de hambre literalmente y en todos los sentidos. Algo ha debido motivar esta súbita conciencia de que este es un gobierno plagado de ladrones, tanto entre los perseguidos como entre los perseguidores. Es sumamente raro, por ejemplo, que el que pareciera el jefe indiscutible de los forajidos apresados, El Aissami, uno de la media docena de caciques de la tribu no haya sido castigado, al menos no que se sepa en las calles. Y que es vox populi que cantidades de los ángeles vengadores son hasta sujetos buscados por policías internacionales y por algunos de los cuales se ofrecen jugosas recompensas en dólares gringos.
No me siento inclinado a tratar de armar el rompecabezas que, en principio, pareciera una lucha por el poder entre poderosas facciones dispuesta a todo para lograrlo. Esa genialidad es la única que se me ocurre, pero también es la única que se le ocurre a los enterados a quien me ha sido dado consultar. Alguien me sugirió que podría tratarse de una operación de lavado del gobierno para buscar futuras negociaciones con la oposición y los americanos. Me parece bastante inverosímil, porque en esta guerra civil pueden multiplicarse las bajas de parte y parte y revelarse secretos de hazañas delictivas de proporciones inimaginables. Me quedo con la primera, por decir algo, por no callarme en las incesantes conversas al respecto. Y que sería, en síntesis, algo así como una impostergable lucha entre bandas inclementes, que explotó –después de años de amorosa convivencia– vaya usted a saber la razón.
Lo de hacerle una ofrenda sangrienta a Biden y a las petroleras no me suena. Por cierto que me parece un momento muy poco adecuado la aparición de un documento zanahoria que rueda silencioso por ahí, que en medio de tal estruendo pide paz y amor en el país y en las relaciones con el Norte. A lo mejor es mala suerte, a lo mejor, quién quita, algún papel juega en todo esto. Quiero afirmar categóricamente que entre los pocos firmantes hay gente decentísima, no tanto y también nada fiable. No deja de sonar candoroso.
Por último, también se dice, tanto se ha dicho, que estamos en las puertas de lo de México. Agréguelo al plato en cocción. Y, perdone usted, que estas semanales líneas no agreguen nada a los misterios que nos rodean. Posiblemente en unos días alguien o algunos nos aclaren más y, sobre todo, ojalá nos adentren de verdad en el fenómeno de la corrupción en este cuarto de siglo, que no es ni de miles, ni de decenas de miles de millones –lo hasta ahora sugerido– sino de muchos centenares según los rastreadores de esas pistas. El notable historiador mexicano Enrique Krauze dijo una vez que cuando se corrieran las cortinas de este tétrico escenario histórico daríamos con una corrupción nunca vista en este ya de por sí muy corrupto continente. De manera que estaríamos en los primeros actos de la tragedia.
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