Antaño, si recuerdo bien, en especial la mitad de los sesenta y algunos setenta, surgió una gran esperanza, algo exagerada y absolutista: la de una izquierda que encarnara los valores de siempre de igualdad y fraternidad entre los hombres –desde siempre también tan crueles y egoístas- pero que además sumara una explosión de libertades, todas, de la política al arte, de la cotidianidad al sexo. Se llamó izquierda democrática, libertaria, mayo de 1968, eurocomunismo, Cuba hasta Padilla, guerra de liberación de Argelia, Primavera de Praga, los héroes sandinista de Adiós Muchachos, los jóvenes estadounidenses ganando la guerra de Vietnam, los Beatles, la píldora y la minifalda, Martin Luther King y Malcolm X, el nuevo cine de autor, Teodoro Petkoff… Se necesitarían volúmenes para una síntesis muy sintética de semejante eclosión que, por lo demás se da al margen, sino contra, el socialismo establecido y al parecer invencible, los soviéticos y su cohorte.
Y bien, ese espejismo se diluyó con la misma prisa con que había irrumpido, aunque sus efectos son parte indiscernible de la contemporaneidad. El norte rico retomó sus caminos tradicionales y archivó como romanticismo revolucionario y efímero la sorpresiva irrupción de la utopía y alcanzó niveles de desarrollo bastante notables, sobre todo tecnológicos, pero se hizo extremadamente individualista y hedonista, más bien triste y vacío. El tercer mundo siguió hundido en su pobreza, por ende, más triste y dolido aún. Y el imperio socialista soviético se derrumbó de la noche a la mañana, sin que nadie lo sospechase y menos lo llorase, salvo las estatuas caídas y las ratas que reinventaron nuevas tiranías, a lo Putin. China adhirió el más feroz totalitarismo y un desarrollo capitalista descomunal, que la hizo un (¿el?) gigante del planeta. Y mucho más, claro, pero no es el tema.
En América latina trató de resurgir una nueva modalidad de socialismo, muerto éste en Berlín, y alcanzó durante un tiempo un reducido éxito. Allí Venezuela, sobre todo Hugo Chávez, jugó un papel determinante, por lo menos como jocoso portaestandarte ideológico. Pero ello resultó el peor de los desastres y la parodia más escandalosa de lo que esa noble palabra ha representado en algunos momentos de la historia del mundo. Una cáfila de magnos corruptos y ebrios de poder, perfectamente ignorantes, militares del viejo y nuevo cuño, con y sin uniformes, acabaron literalmente con el país, en buena medida se lo embolsillaron. Todo ello bajo la égida de los Castro que encontraron en el primitivo y provinciano barinés un surtidor de dólares irresponsable y beatífico que los sacó del periodo especial, del hambre pura y dura. Se juntaron al vocerío falaz el cínico Correa, el gritón y analfabeta Evo Morales, ese personaje de la picaresca y la pillería que es Zelaya, los más poderosos Kirchner especialistas en robos hollywoodescos y descarados y Lula, que ciertamente llevó a Brasil a lugares de poder y lucimiento nunca imaginados, pero que nunca dejó de ser el pillín y adulante gestor internacional de sus grandes empresas corruptas y corruptoras y que terminó por ver caer sus celebradas hazañas después de irse de Brasilia.
En eso se convirtió la izquierda para América latina, más una banda de malvivientes que una posición ideológica idealista y sacrificada. Seguro, como en todo, hubo excepciones, Uruguay circunspecto y honesto y por supuesto Chile que se convertía en la gran vitrina latinoamericana, en los bordes el primer mundo, con cifras económicas y sociales envidiables, pero que acaso olvidó que el liberalismo olvida las desigualdades y concentra desmesuradamente la riqueza, estanca las clases y hace la vida dura y sin horizontes para las mayorías. Y la muy pacífica y circunspecta para sorpresa de muchos hizo boom.
En realidad, a donde iba es que pretendo que el presidente Boric es una esperanza de que se renueve aquella izquierda ilustrada y justiciera de mis recuerdos. El viene de la calle y el combate, no de los partidos anquilosados o podridos. Va a actuar en un país en buena parte construido y que obliga no solo a las políticas paternalistas y clientelares sino a mantener sus ritmos de producción a la vez que su primer norte es vencer la desigualdad y hacer políticas justas en pensiones, impuestos y salarios como hacer de salud y educación los más universales espacios. Ha condenado categóricamente las dictaduras de Cuba, Nicaragua y sobre todo Venezuela. Y se quiere campeón de los derechos humanos. Se ha definido como un socialdemócrata, a la europea, que es terreno abonado y por ahora el único posible y progresista para un país como Chile. Se va a ocupar de la nueva agenda de minorías, que también viene de la calle: diversidad sexual, feminismo, verde… Venció a un monstruo, tan monstruo como Trump, Pinochet o Bolsonaro…. descartó el autoritarismo.
¿Por qué no podría ser Boric, que además es extremadamente joven y enérgico, el nuevo ejemplo para seguir, entre otros por nosotros que estamos empantanados en partidos paliduchos que entre otras cosas no ofrecen a un pueblo humillado y hambreado como pocos, cada día con menos ricos más ricos y más pobres más pobres, paraíso de la desigualdad entre humanos, un futuro de negociante ávidos por estos largos años de privaciones. ¿No le parece o usted cree que comunista es comunista, como Maduro y Cabello y punto?