Lo dicho llama a una mayor elaboración sobre por qué es que Sergio Fajardo, con todas las virtudes que lo engalanan para ser un buen presidente, no terminó de pegar.
El poder de la decencia, su libro publicado hace 4 años, dice de él buena parte de lo que hay que saber en cuanto a la verticalidad como principio rector de su vida pública. Es preciso remarcar que el mandato de la honradez fue su norte en los años en que ejerció como alcalde de Medellín y como gobernador de Antioquia.
Pero el hombre es bastante más que un individuo decente. Tiene la manera de actuar cuadriculada que ostentan los matemáticos. Es graduado en esa disciplina de la Universidad de Wisconsin ―hazaña digna de ser mencionada porque esa casa de estudios es conocida por su exigencia académica― y además fue sometido a prueba durante dos largas décadas como profesor de esa materia en la Universidad de los Andes. Cierto es que ¡ello tampoco lo faculta para ser presidente!
Por otro lado, Sergio es paisa y eso dice mucho también de un colombiano. Se trata de un gentilicio caracterizado por su condición de trabajador e industrioso, práctico y tesonero, decidido y echao pa’lante. De igual manera, esas gracias comunes a tanta gente antioqueña no parecen ser suficientes para desempeñarse bien al frente de un país.
Colombia se debate hoy dentro de un desesperado deseo de que las cosas cambien. Y lo que hace presidenciable a este ciudadano es que ha sido el motor de importantes transformaciones. El lema del cambio debería ser el suyo y no el de otro. Este profesor reconvertido a político a través del Movimiento Compromiso Ciudadano que parió al lado de su sucesor, Alonso Salazar, fue capaz de instrumentar un importante viraje en Medellín haciendo énfasis en la promoción de la educación como herramienta de equidad social.Su proyecto de recuperación de la Comuna 13 y la transformación de Moravia hablan bien de su empeño en promover y dejar andando obras icónicas transformadoras de lo social.
Para lograrlo, se empeñó en concitar el acompañamiento de empresarios, dirigentes sociales y comunitarios y académicos en el ejercicio de la función pública y en la batalla política y lo logró. Es quizá este éxito en la participación inclusiva de todos los sectores profesionales y sociales lo que lo distinguió en su paso por la alcaldía y la gobernación y lo que le valió el reconocimiento nacional, como el mejor alcalde. El hombre ha demostrado saber hacer.
No obstante todo lo anterior, Fajardo no logró repuntar en las preferencias del electorado. Peor que eso, es el que figura con menos opciones entre los 4 primeros para pasar a la segunda vuelta. Ni los jóvenes, ni las izquierdas, ni las zonas rurales lo favorecen. Su campaña electoral dirigida a estos sectores no provocó ni frio ni calor. En las últimas mediciones de Invamer, Fajardo, sin duda el mejor equipado, apenas alcanza a rozar un 5% de intención de voto, bien por detrás de Fico Gutiérrez (27%) y Rodolfo Hernández (21%) y a una distancia sideral de Gustavo Petro (40%).
Nunca Colombia ha estado frente a un dilema de tanta trascendencia y el asunto ahora no es votar por quien sea el mejor…hay que evitar que sea el peor el que rija los destinos de la patria.