Evocaciones emotivas en esta Navidad

Estamos en unos días navideños que nos rememoran pasados tiempos resplandecientes, y deseamos que ese espíritu nos siga iluminando el camino para vislumbrar un futuro resplandeciente, pese a los nubarrones de incertidumbre que penden sobre nosotros.

Hoy, 25 de diciembre, el rimador de las tardes mohínas que nos empujan al final del año, nos dice como un axioma inexcusable:

“Un año más, ¡cuántos se han ido! Otros vendrán sobre nuestra existencia más apacibles”.

Anhelamos que el diciembre que ya nos dice adiós, a orillas del mar Mediterráneo en que esbozamos las presentes palabras, diera contenido a cielos plúmbeos, y nos colmara magnánimamente con un fulgor de luminiscencia, cuyas tonalidades recordamos haber observado en algunos cuadros del realista pintor francés Jean-François Millet.

Sus pinceles, estableciendo rondas, piélagos y urbes de un lugar a otro sobre su extensa genialidad, representan para nosotros – desdichado aliento sin morada – el embrujamiento de la preciosidad, esa que emociona con denuedo, y ayuda a clarear la contemplación del lienzo.

La historia es la de siempre al hablar sobre epidermis humana.

Hemos atravesado el Océano Atlántico – ida y vuelta entre Venezuela y Europa – en infinidad de ocasiones. Y en esa confluencia peregrina, pudimos darnos cuenta de que todo lo que circunda la vida humana a partir del vientre materno es agua, y cuando la ternura amorosa se fragmenta en pedazos, la envolvemos en lamentos con sabor a sal.

Estos días postreros de diciembre, cuando salimos en la tarde al barrio antiguo de ciudad española de Valencia donde anidamos, y acudimos a saborear un té verde con hierbabuena, en un lugar atrayente de nombre “Café Infanta”, en el Barrio del Carmen, contiguo a la “Muralla Árabe” de la ciudad del Cid, la placidez y la quietud nos llenan.

El local ha sido recubierto con objetos de mediados del siglo pasado, resaltando carteles cinematográficos de esa misma época.

Afectuosos con el escribidor, consumimos un botellín de agua, y un vaso de té verde marroquí, el mismo que los antiguos rifeños señalan que, tras saborearlo, la efusión esparce las penas hondas y deja las buenas.

Cada anochecida, en ese intervalo entre sorbo y sorbo, nos alcanzan los versos levantados en cada majada de la vida:

“Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara, casi de primavera, tarde sin flores, cuando me traías el buen perfume de la hierbabuena”.

Con ese saborcillo embaucador alojado en las junturas del aliento, matizamos la Navidad lejana de Caracas, en esta heredad ya tan nuestra, en la Valencia mediterránea.

En la lejanía, sosegado, y recordando el cielo protector sobre las cumbres de la cordillera del Ávila – tan invocada por los indios Guaraira-Repano, voces madre de la naturaleza amada – nos damos cuenta que nada aún se encuentra perdido. Los problemas vienen y se van, pero queda el ser interior, tal vez magullado y doliente. Nada nuevo. En su ayuda llegan los decálogos que auxiliar para seguir erguido.

En estos últimos días de diciembre se extiende sobre el país un tiempo agazapado. Si no llega a negro, será mustio. Y cuando este espacio caiga sobre las páginas de la historia, se percibirá el entorno de una crisis política y económica de proporciones hercúleas.

Debido a esta condición que nos atañe – al ser testigo de nuestra época – narramos el histórico momento y trazamos en octavillas el plano a seguir, mientras son lanzadas al cielo bienhechor las ideas libertadoras que habrán de llevarnos a una misión imperecedera.

En nuestra niñez distante, había más sosiego que ahora. En la ciudad, las fuentes públicas, – ya casi desaparecidas – solían poseer una gárgola de piedra o metal como adorno. Uno se sentaba allí igual a un “pathos” nostálgico y dejaba correr la imaginación que nos habría a la vida.

Es sabido. Las naciones no se hunden, lo logran, eso sí alevosamente, los endiosados políticos que cada cierto tiempo se creen la reencarnación de Simón Bolívar y, al mismo tiempo, piensan que están inventando el arte de gobernar, sin haber conocido nunca los conceptos de su etimología, esa que nos han ofrecido Sócrates, Platón y Aristóteles, con sus dialécticas en las constituciones de las ciudades estado.

Las bases claras y directas: el indiviso camino de la política es organizar la convivencia de una sociedad compuesta por hombres y mujeres libres, la cual tiene como meta resolver los problemas que le plantean los ciudadanos, y así ordenar las necesidades hacia el bien común.

Y una pregunta de manera inocente: ¿Acontece esto en la Venezuela de ahora mismo? Que cada lector o lectora se haga esa reflexión. Igualmente, en el “Patio del Pez que Escupe Agua”, dentro del Palacio de Miraflores.

Los que en el transcurrir de los años estudien nuestra problemática, conocerán viablemente el final; nosotros, introducidos ya en sus avatares, y siendo protagonistas a la fuerza de los acaecimientos, la soportamos.

Estamos en unos días navideños que nos rememoran pasados tiempos resplandecientes, y deseamos que ese espíritu nos siga iluminando el camino para vislumbrar un futuro resplandeciente, pese a los nubarrones de incertidumbre que penden sobre nosotros. La Navidad es tiempo de ilusión, esa acción necesaria en el convivir cristiano.

Algunos tendrán gestos fervorosos ante estos días. Otros, contradictorios. Mientras sobre estos renglones nos limitaremos a hacer canalillos y, en lo posible, seguir conviviendo en una sociedad, la venezolana, que será siempre la nuestra, por encima de los avatares de las negras situaciones, económicas y políticas que nos vemos envueltos.

rnaranco@hotmail.com

Con información de El Universal

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Hay que aislar a los regímenes que intentan interponer sobre la ley civil a unas leyes que en el nombre de un Dios, son interpretadas por los que someten

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