1) “Nuestro vivir es una serie de adaptaciones, vale decir, una educación del olvido”, nos dice Borges en su ensayo La postulación de la realidad (1931). Llama poderosamente la atención, que una temática meramente ontológica no escapara a la pluma del escritor, que nos invita, sin más, a profundizar en el ahora, a vivir cada segundo que, como ha de suponerse, se transforma inmediatamente en pasado. Si bien la complejidad de tal noción nos apabulla y nos estremece, guarda en sí misma una verdad: que no nos detenemos a analizar, porque en medio de las adaptaciones vamos postergando la existencia hasta hacer de ella primacía del olvido.
2) “La vida es como un árbol frondoso que con sólo ser sacudido deja caer los asuntos a montones; pero uno puede apenas recoger y convertir en arte unos cuantos, los que verdaderamente lo conmueven…”, nos dice Monterroso en su libro La vaca (1998). Menuda tarea entonces la del escritor, porque es tal la diversidad de asuntos que caen del árbol de la vida, así como de la nada, que debemos estar muy atentos para tomarlos y hacer de ellos palabra trabajada desde la literatura, y créanme que no es nada fácil. Esa musa que muchos esperan alelados mirando al horizonte, suele estar ahí, y por ceguera nuestra no nos percatarnos de ello, lo que nos lleva muchas veces al desaliento y al desasosiego, y dejamos escapar esos “asuntos” hasta que se pierden en medio de la vastedad de la existencia para nunca más volver. No en vano los escritores que nos tomamos el oficio con el debido rigor, siempre llevamos o tenemos muy cerca una libreta y un lápiz, y cuando llegan las ideas que caen como la lluvia, o entran en medio de un inesperado fogonazo creativo, tomamos nota para no dejarlas perder, porque de nada valdrá que creamos que luego las recordaremos, porque, así como llegan, se van, sin decirnos el debido y respectivo adiós.
3) El relato breve, o brevísimo, como muchos suelen denominar, es de lo más difícil de escribir, aunque algunos piensen lo contrario. No se trata de plasmar un relato de gran extensión e irlo podando hasta que quede en su mínima expresión (como ciertos incautos consideran), sino tener la capacidad de síntesis y de concreción que nos permita articular con un mínimo de recursos literarios un texto que cuente algo, y que deje en el lector un “algo” también. Permitir que nuestras manos vuelen en el teclado y que en ese vuelo nazcan decenas de páginas, es lo usual en la narrativa de largo aliento, que nos otorga plena libertad para expresar ideas y articular diálogos, y que de todo ello resulte un texto narrativo aceptable. En cambio, con lo minimalista la tarea es cuesta arriba, porque una sola palabra basta para matar la intención literaria. En el cuento, una línea que sobre o que falte puede resultar improcedente para lo que deseamos plasmar, de allí que el texto breve sea un perfecto mecanismo de relojería, que requiere de nosotros cierto “tino”, que no siempre alcanzamos (o no contamos con la capacidad para atisbarlo en medio de la complejidad del proceso de escritura).
4) ¿Qué significa ser escritor?, suele ser una interrogante necesaria en quienes nos planteamos como meta el oficio, porque nos permite sopesar, en su clara dimensión estética y personal, aquello que aspiramos alcanzar. Muchos se acercan a mí y me expresan sus deseos de ser escritores, pero cuando interactuamos me percato en el acto que hay en ese deseo más vanidad, que compromiso con la palabra. No sé, tal vez la sobreexposición en los medios de algunos escritores, genere una suerte de halo que como ideal se erige de inmediato en deseo, pero internamente muchos no están conscientes de la enorme responsabilidad que tenemos sobre los hombros quienes echamos mano de la palabra. Escribir es en esencia comunicar: ideas, figuraciones, realidades, ficciones, abstracciones, y muchas cosas más. Y en ese ejercicio comunicativo suele írsenos la vida. Quienes escribimos nos abstraemos del “ahora” para internarnos en la soledad de la página, y ello (lo dije ya en otro despacho) trae consigo muchas satisfacciones, pero también desengaños. No todo es color de rosa en el oficio, pero de nuestra capacidad (y manera de ser y de enfrentarnos a la vida) dependerá que “el todo” de ese proceso sea un amplio espectro de tonalidades, que haga de nosotros puentes entre la palabra plasmada y la mente de quienes se acercan a nuestras páginas.
5) Para ser escritor se requiere ineludiblemente ser lector: aquí no hay atajos posibles, ni condescendencias, ni trampolines, ni artilugios que nos permitan saltarnos la talanquera de tal requisito. Quien no lee no está facultado para escribir literatura (ni tiene el derecho a ser escritor), y en esto déjenme ser tajante porque llevo en este oficio casi cuatro décadas ininterrumpidas (y me vanaglorio de ello). Como lector me estrené de niño, aunque sin disciplina ni metas fijas, y a medida que crecí (si tal cuestión puedo afirmar con certeza) me hice denodado lector. Tan es así, que muchas veces cuando me preguntan cuál es mi profesión, siento la innata compulsión a decir que lector, pero lógicamente que no lo hago porque me tomarían por loco o tonto, pero en el fondo de mi ser reconozco que es lo mejor que sé hacer, para lo que nací; que leer es mi razón de ser y es una actividad tan necesaria como dormir y comer (a veces la he pasado leyendo y me he olvidado de tales cuestiones). Si la verdad es tan tajante como queda dicha (y miren que no exagero ni un ápice), no entiendo la pretensión de muchos de querer escribir y jamás se han leído un libro completo, pero los hay: y ahora con la ayuda de la tecnología lo han alcanzado y no sienten vergüenza al afirmarlo. En lo particular, dicto cursos de escritura, y el único requisito que exijo es que quienes se inscriban sean buenos lectores, porque una sólida base lectora hace que el proceso fluya como debe ser, y no se queden los anhelos y sueños regados a la vera del camino.
rigilo99@gmail.com
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