En medio de la más devastadora crisis económica y una insondable e irresoluble crisis político-militar, Venezuela, como país y como nación, sigue en la afanosa búsqueda de un camino que nos lleve a salir de esta pesadilla. A estas alturas y habiendo pagado el alto precio de improvisaciones cortoplacistas, las aspiraciones son modestas aunque muy firmes. Una vía clara y diferenciada de lo que hoy tenemos que nos permita acumular fuerzas para un cambio político definitivo y no un remedo que nos deje en el mismo sitio. Luego de dos décadas de destrucción permanente bajo la barbarie chavista, si el camino es claro la verdad poco importa que esté lleno de obstáculos y cuán largo sea su tránsito.
En esa búsqueda los venezolanos hemos aprendido a identificar y segregar la retórica, siempre engañosa, de la falsa oposición que se presenta como alternativa política al chavismo, pero que ejecuta un magnífico papel a la hora de hacerle el juego al régimen para ayudar a legitimarlo y atornillarlo. Pero es una prédica que ya hoy convence a muy pocos y no llega más allá de los ámbitos de la clientelas partidistas. Es la desgastada y lánguida consigna de ir a votar a como dé lugar, deshilachada y enmohecida pero llena de fantasías y voluntarismo, aunque la evidencia demuestre que es imposible ganarle electoralmente al chavismo mientras sea este quien organice las elecciones y cuente los votos.
Esto lo entienden casi todos hoy en Venezuela. Entonces insistir en un camino que de antemano se sabe es fallido sólo puede obedecer a la más pura ingenuidad como aquella que mortalmente le hizo creer a miles de jóvenes que era posible tumbar al régimen con piedras y escudos de cartón. O también puede responder al más puro cálculo político como aquel que aconseja bailar “pegado, pero no apretado” con el régimen chavista a través de negociaciones y elecciones mientras pasa la tormenta y en la espera de tiempos mejores.
Pero mientras los políticos ingenuos y los pragmáticos nos tratan de encallejonar con la lógica simplista de “eso (elecciones) es lo que hay” y “eso (elecciones) es lo único que se puede hacer”, la realidad en la calle, mezclada con sudor y sangre, es mucho más terca que los políticos y comienza a mostrar otros cauces que hoy parecieran obvios pero que hasta hace unos meses eran completamente insospechados.
Y esta es la contradicción en la que hoy se encuentra Venezuela. Al tiempo que chavistas y falsos opositores hacen causa común para tratar de presentar la vía electoral como milagrosamente salvadora, cientos de miles de trabajadores y obreros prefieren ir a la calle a protestar porque no es posible vivir con un salario de 5 dólares o menos. Pero esto es algo que chavista y falsos opositores no podrán jamás entender porque ambos viven con mucho más que 5 dólares al día.
Es la protesta social y reivindicativa la única que podría energizar la movilización política, al menos en un mediano plazo. Pero en esta coyuntura el eje de la lucha contra el régimen chavista debe ser social y económico, no electoral, que solo ayuda a desgastar energías y atomizar fuerzas en un empeño, por definición, totalmente estéril.
Por supuesto, la propuesta de construir un eje de lucha social que aglutine a la mayoría de los venezolanos no será producto de elaboraciones teóricas que nos bajen de unos cielos metafísicos. Por el contrario, es de la acumulación de experiencias en las luchas del presente que se podrán extraer los elementos teóricos para construir estrategia y tácticas que permitan sacar al chavismo del poder con una propuesta política y militar más potente, viable y sostenible en el tiempo.
Esa Venezuela que busca concentrarse en un proyecto político y social distinto del chavismo no necesita de un líder que como un mesías iluminado nos prometa la gloria y el paraíso. Por el contrario, necesitamos de muchos líderes dispuestos a ponerse al frente de las masas de trabajadores, obreros, jubilados y pensionados para, por fin, conectar la praxis política con la realidad.
Dos Venezuelas. Una que trata de embarcarnos en hacerle el juego al régimen chavista apelando a la emoción electoral del momento y la ilusión de un jingle, un slogan o una carita feliz como suficientes para salir del chavismo. Otra, la Venezuela del día a día que no está al servicio de las franquicias partidistas y solo vive para poder sobrevivir. Esta es una Venezuela que aunque luce desorientada parece firme en su propósito de organizarse y encontrar su propio camino por encima de partidos chavistas y falsos opositores, y de sindicatos controlados por ambos.
La Venezuela de la rabia popular y la protesta, enfrentada dialécticamente a la de la emoción electoral, es la que tiene muchas más probabilidades de sobrevivir en el tiempo como el germen de una vanguardia efectiva de lucha social y ciudadana que aspire a convertirse en el referente para sacar del poder al chavismo y sus aliados, sean estos ingenuos o pragmáticos.
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