23 de noviembre de 2024 6:09 PM

Encrucijada


MIBELIS ACEVEDO DONÍS

A punto de culminar un ciclo crítico y tras seguir sufriendo los coletazos del salvaje ajuste económico, la inestabilidad material no sólo persiste, sino que se recrudece entre venezolanos. El día del profesor universitario brindó ocasión para poblar las redes de muecas trágicas en relación a salarios que hoy oscilan entre 5 y 20 dólares. El contraste respecto al último año da fe del detrimento del poder adquisitivo. Según datos de la Asociación de Profesores de la UCV (Apucv), en marzo de 2022 un profesor titular a dedicación exclusiva percibía $121; en septiembre de 2023, eso se redujo a $16. Por supuesto, he allí un solitario ejemplo entre muchos. La realidad es que, en mayor o menor medida, todos los sectores, trabajadores, jubilados y pensionados, resultan afectados por un trastorno que la sustitución del salario por bonificaciones esporádicas, discrecionales y sin impacto en los beneficios laborales no consigue subsanar.

 
Con un salario mínimo de $3,66 (el monto cubre menos del 1% de una canasta alimentaria que hoy se calcula en $379 mensuales, precisa CENDAS), la reducción de la inflación recientemente anunciada por el gobierno es dato que compite con la creciente sensación de estrechez. Según el BCV, la inflación de octubre (5,9% correspondiente al mes, 174% acumulada, 317% anual) y de noviembre (3,5% del mes, 183% acumulada, 283% anual), fueron menores si se comparan con el mismo periodo de 2022. No obstante, el economista Hermes Pérez advierte que si bien las cifras de inflación anual podrían cerrar por debajo de las del año pasado, las de la inflación acumulada hasta noviembre las superan. Eso incluye una observación alarmante: una tendencia al alza “que indicaría que el problema inflacionario está lejos de ser controlado”.

De modo que en el ominoso ranking de los países con mayor índice de inflación, y aun cuando la distancia con Argentina se ha venido acortando (103,2% acumulado de enero a septiembre), Venezuela (158,3%) continúa invicta. Con todo y la desaceleración, -también vinculada a la contracción tanto de la demanda de bienes y servicios como del gasto público- mantener un tipo de cambio relativamente estable para que actúe como ancla de los precios internos no parece estar dando los resultados esperados, señala el Observatorio Venezolano de Finanzas. Todo lo cual llevaría a concluir que los principales objetivos de un ajuste que lucía necesario pero que ha resultado tremendamente costoso para los venezolanos, siguen siendo esquivos. Así, la transición económica en curso opera a merced de un abordaje desordenado, incompleto, regresivo y excluyente para competidores no favorecidos por la “selección natural”, Claudia Curiel dixit.

Hasta ahora, las promesas de crecimiento sustantivo, de reorientación efectiva del gasto, de creación de incentivos para la gran inversión (¿cómo conjurar el recelo de inversionistas ante la inseguridad jurídica, la asfixia crediticia o el potencial retorno de sanciones?), todo ello condicionado por la contención de la molienda inflacionaria, no logran concretarse. Tras el discreto repunte que en 2022 puso fin a siete años y medio de contracción, el desempeño desigual de 2023 no convence, y el de 2024 se anuncia preñado de interrogantes. Cierto es que las proyecciones considerarían el aumento de ingresos por vía del otorgamiento de licencias y alivio temporal de sanciones; de hecho, el gobierno ya anunció un aumento de 40% en el presupuesto, y la asignación de 77,4% del total para “inversión social”. Pero el panorama se complica ante la borrosa intención de abrazar un camino de normalidad democrática, de incorporación de contrapesos y respeto al Estado de derecho, de rendición transparente de cuentas y freno al desangramiento que supone la corrupción. Uno que, finalmente, garantice la acción reguladora de instituciones y normas sobre la economía. 

Los efectos de esa incertidumbre continúan siendo una pesada rémora en el terreno de lo político. Hemos visto cómo el hartazgo de sociedades que se perciben sometidas a toda clase de despojos ha sido cobrado electoralmente, y hasta qué punto las democracias funcionales están siendo sacudidas por la bronca ciudadana, el “¡que se vayan todos!”. Pero incluso en autocracias electorales, la ventana de oportunidad abierta por la participación en elecciones viciadas será crucial para que ese malestar se manifieste. La desventaja es significativa para un gobierno autoritario, con control de las instituciones pero sin apoyo popular, lastrado por sus torpezas en el diseño y administración oportuna de fórmulas para la estabilización económica, hasta ahora incapaz de dar con soluciones permanentes para mejorar la situación material y las expectativas de bienestar de los gobernados. 

Pero ese cuadro de deterioro crónico es cuchillo de doble filo. La ocasión también invita al campo democrático a ser audaz y entrar al juego, a salir de la trinchera defensiva, a priorizar el reclamo de reivindicaciones, a saber presionar y avistar soluciones para que una política social efectiva se materialice en el corto plazo. Es esto o seguir alimentando la peligrosa percepción de que la dirigencia no logra sintonizar con las urgencias de la gente por estar absorta en tejemanejes distintos al interés común. Abono, pues, para el consecuente desprecio por la política y la indiferencia frente a alternativas que no necesariamente entrañan evolución. 

Salvando las distancias, la agresiva serie de ajustes que hoy se anuncian en una Argentina siempre al borde del abismo obliga a repensar nuestra crisis, nuestro propio y recurrente abismo. Más allá de slogans y consignas efectistas, la oportunidad de demostrar habilidad política para poner en práctica un programa lógico y viable, formar equipos, procurar consensos amplios sobre lo que hay qué hacer, neutralizar amenazas sin violar las leyes, alinear a la opinión pública y proteger a la población del impacto extremo que se apreciará de inmediato, es lo que pondrá a prueba el nervio del liderazgo. En contexto potencialmente incendiario, los nuevos quiebres en la confianza por un costo social prolongado e intenso, no pueden subestimarse. De igual modo, no cabe desdeñar en nuestro caso el daño acumulativo a un ciudadano que experimenta su propio viraje cultural y apuesta por la autonomización, que resiente el abandono de élites sumidas en el conflicto destructivo; estafado por una revolución que aferrada al poder y a despecho de sus rumbosas ofertas, no logra detener la caída del nivel de vida.

Visto así, una recuperación económica genuina, el desarrollo inclusivo que se apalanca en la serie de reformas destinadas a la modificación de fondo de la estructura económica y social, es situación que conviene a todos. En la encrucijada que hoy nos pone entre la eficiencia del modelo chino, su despiadado control social y político; o la apertura democrática-liberal capaz no sólo de salvar a los países de las hambrunas -como observaba el Premio Nobel de Economía, Amartya Sen- sino de dotar de dignidad a sus ciudadanos, ojalá podamos optar por lo segundo. (Después de todo, es fin de año, y se vale desear que el sentido común, la sabiduría práctica, el coraje para dar ese salto, acudan para desalojar las telarañas que nunca han dejado ver bien hacia adelante.)

@Mibelis

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