22 de noviembre de 2024 1:02 PM

Álvaro Montenegro Fortique: En busca de Marcel Proust

Con este sugestivo título, el escritor y humanista francés André Maurois escribió, en el año 1949, un fascinante libro sobre el mundo interior del muy sensible Marcel Proust, lleno de miradas sobre sus sentimientos, ideas y su vida artística.

Esta biografía traspasa los hechos vitales de Proust y su cronología, para adentrarse en perfil psicológico del genio y presentárnoslos en su dimensión más humana: “un hombre que amó con ternura el mundo mágico de su infancia”. Proust niño recibió un trato afectuoso constante. Describía un jardín encantado, que “hemos conocido todos y todos lo hemos perdido, porque no existía más que en nuestra juventud y en nuestra imaginación”

Niño enfermizo, cuyas enfermedades potenciaron su capacidad de meditación y análisis. En su juventud, producía entre sus compañeros más inteligentes del liceo la ambigua sensación de hallarse ante “un genio raro, pero indiscutible”

Maurois hizo un análisis profundo del aporte que hizo el poeta, amable egoísta, al amor a la francesa. Los personajes de Proust, anota el biógrafo, “tienen tiempo y sutilidad suficientes para analizar sus propios sentimientos”. A diferencia de Madame de La Fayette o Jean-Jacques Rousseau, para quienes el amor tenía un valor absoluto. O de un Stendhal más escéptico que estudia la “cristalización” del amor, o inclusive Flaubert que no cree en el amor romántico, en Proust uno encuentra la fuerza del amor-pasión como una verdad inevitable, “dolorosa y fortuita”, donde poco importa el sujeto amado.

Las heroínas de Proust solo existen en el corazón de quien las ama. En él encontramos el amor-pasión como un padecimiento curable. Maurois dice que “Proust ha descrito muchas veces, con una inteligencia y una precisión inigualadas, la evolución de los síntomas y la curación de esta enfermedad del amor”.

Ese estado amoroso se manifiesta para Proust en que el enamorado solo encuentra encanto en las cosas cuando las ve a través de la persona que escogió para amar. A los ojos de Proust, más que deseo de posesión física, el amor induce a un deseo de posesión sentimental o intelectual. Y en los libros de Proust, “los amores prohibidos aparecen siempre lastrados por los remordimientos y la vergüenza”.

Maurois también menciona la íntima amistad de Proust con el venezolano Reynaldo Hahn, “tres años más joven que Marcel, había nacido en Venezuela, pero su cultura era enteramente francesa”. Apunta Maurois que “Habida cuenta de su erudición exigente y profunda, su aversión común a la pomposidad y la dolorosa gravedad de sus frivolidades fingidas. Marcel Proust y Reynaldo Hahn estaban condenados a entenderse”

¿Esnobismo? Pregunta Maurois, y él se contesta: “La expresión no es aplicable a Proust, salvo durante un breve período de embriaguez juvenil”.

Cortés al infinito, y sin otra distinción que las personalidades de cada quien, Proust aun siendo extravagante, poseía “una delicadeza casi infantil, una sencillez cautivadora, una distinción auténticamente ostensible, una nobleza de corazón y una cortesía tan exquisita hacia los humildes como a los soberbios”

En una oportunidad, Marcel pidió prestados 100 francos al conserje del hotel Ritz de la Place Vendome, en París. Al recibirlos, le dijo al buen hombre: “Guárdelos, eran para usted”

Para conocer más la personalidad de Marcel Proust, hay que leer su autobiografía en la cual hizo célebre un cuestionario que se utilizaba en la Inglaterra del siglo XIX como un juego de sociedad llamado “confesiones”. El pasatiempo tenía como objeto descubrir los gustos y las aspiraciones de los participantes.

Las preguntas del “Cuestionario de Proust” era tales como: Tu virtud preferida, la cualidad que más aprecias en un hombre, en una mujer. Que te gusta más de tu carácter, tu principal defecto, que es lo que más aprecias en tus amigos, ocupación preferida, idea de felicidad, el país donde desearías vivir, etc.

Es que Marcel observaba a todas las personas “con el minucioso interés de un coleccionista de tipos humanos”. Sin juzgarlos ni criticarlos, solo examinándolos con una curiosidad excesiva y se puede decir que hasta sufriéndo las debilidades humanas en los demás y en carne propia. “Tomar a Prous por un ser amoral equivale a cometer respecto a él el mayor de los errores. Sí que era inmoral, en cambio, y ello le acarreaba un pesar constante”, dice Maurois.

Las preguntas del Cuestionario de Proust recogían el pensamiento de San Agustín: “Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama”. Las respuestas de Proust a ese interrogatorio, que proporcionó por escrito en varias oportunidades durante su adolescencia, causaron sensación en la sociedad francesa de la época.

Idealista empedernido, Proust decía que “Más vale soñar la vida que vivirla. Es cierto que al vivirla uno la sueña, pero de un modo menos misterioso y menos claro a la vez”. Veía a todos los seres humanos con cierta mirada de condescendencia: “Incluso en el hombre más malvado hay un pobre animal inocente que sufre, un corazón, un hígado, unas arterias en las que no existe malicia alguna y que padecen”

Para Proust, el artista tiene un deber muy especial que consiste en pintar con veracidad y valentía absoluta todo lo que ve. “Esa valentía es una cualidad extremadamente rara. La mayoría de los escritores, conscientemente o no, maquilla la vida o la deforma. No basta con observar; hay que trascender la corporeidad de los seres, hasta captar las verdades recónditas que entrañan”

Sin embargo, al concebir sus protagonistas literarios tuvo problemas con ciertas amistades de alta sociedad que se vieron reflejadas en sus obras. Pero como en la creación literaria ningún personaje es la copia de una persona real, Marcel les contestaba que “En un hecho ridículo el artista ve una bella generalización, que no la achaca a la persona observada más de lo que un cirujano achacaría a un enfermo”. Creer que un novelista puede crear un carácter vívido a partir de una sola persona real, destaca André Maurois, revela un desconocimiento absoluto de la técnica novelística.

Proust demostró con sus obras que el individuo, sumergido en el tiempo, se disgrega. “Llega un día en que no queda nada de él, del hombre que antaño estuvo enamorado o encabezó una revolución”, apunta Maurois. Por eso, en Proust el pasado solo continúa viviendo en un objeto, un sabor o un olor.

Marcel Proust fue uno de los escritores más importantes del siglo XX, que influyó decisivamente en la literatura universal. Un maestro del lenguaje cuyo uso de metáforas, simbolismos e imágenes le dio una fuerza especial a escritores posteriores como Hemingway, Joyce, Eliot, Nabokov o Virgina Wolf. La biografía de André Maurois es una delicia leerla.

@montenegroalvaro

Síguenos en TelegramInstagram y X para recibir en directo todas nuestras actualizaciones

Share this post:

Noticias Recientes

El Espectador de Caracas, Noticias, política, Sucesos en Venezuela