Vino a destruir. Así, dicho con todas las letras. Como si todo lo que estaba construido, especialmente durante el gobierno del PT, hubiese sido negativo y tuviese que ser destruido.
Esa es la versión popular de la tesis del Estado mínimo del neoliberalismo, según la cual se trata de reducir todo lo que tenga que ver con el Estado a su mínima expresión, para colocar en el centro al mercado.
Un proceso puesto en marcha por Fernando Collor y por FHC en los años 1990 que provocó que la economía no volviese a crecer y a generar empleo hasta que esa estrategia neoliberal fue cuestionada y superada por los gobiernos del PT.
Efectivamente, cuando volvió a crecer de nuevo la economía fue gracias a la reanudación de las inversiones estatales, al incremento de los salarios -siempre por encima de la inflación-, a la generación de millones de empleos con contrato laboral.
El golpe de 2016 permitió a la derecha retomar la destrucción, con Temer y, ahora, con Bolsonaro. Esa destrucción se manifiesta a través de la privatización de patrimonio público, en el recorte austericida de recursos para políticas publicas, especialmente de salud y educación, en la promoción del todo tipo de trabajo precario y en el abandono de cualquier forma de regulación del mercado por parte del Estado.
Con Bolsonaro, Brasil pasó por un proceso de mercantilización, de degradación de los derechos de las personas, de precarización de la vida.
Bolsonaro vino a destruir, no construyó nada. La retirada del Estado permite el máximo deterioro de las condiciones de vida de la mayoría. El país vive la situación de mayor vulnerabilidad y miseria de toda su historia.
Bolsonaro abandonará la presidencia dejando un Brasil hambriento. Un país donde los derechos de las personas están destruidos.
Pero Brasil sobrevivirá a Bolsonaro. Hay fuerzas democráticas suficientes para derrotarlo y empezar la reconstrucción del país.
Existe la plena conciencia de que el país no puede continuar así. Existe una gran mayoría insatisfecha, que rechaza a Bolsonaro y a su gobierno.
La posibilidad de que Lula gane las próximas elecciones presidenciales, incluso en la primera vuelta, manifiesta plenamente ese deseo popular de reconstrucción del país, de reanudación de la democracia, del crecimiento económico y de la generación de empleo.