Por Mitzy Capriles de Ledezma.
De Venezuela se habla en todas partes del mundo. Antes y ahora, por alguna razón o motivo el nombre de ese país suramericano salía a relucir en cualquier conversación, tertulia, debate televisivo o radial, o en foros internacionales en los que se evaluaban las riquezas naturales con cuentan algunas naciones del planeta, o en los faranduleros eventos para seleccionar mises en los que descollaban las esbeltas mujeres venezolanas. Pero no han faltado los capítulos relacionados con golpes militaristas, estallidos sociales, continuos escándalos de corrupción que postran en la miseria a un país inmensamente rico que tiene a buena parte de su población errante por los diferentes continentes del mundo.
En la actualidad se habla de la gigantesca diáspora venezolana y desde afuera se observan los acontecimientos que se desarrollan dentro del territorio venezolana la espera del desenlace definitivo que ponga punto final a la catástrofe que nos agobia como pueblo y como nación. Pero en medio de esas ráfagas controversiales, salen a relucir los nombres de personas que deslumbran al mundo y en esas vibraciones suena el nombre de Venezuela.
Suena Venezuela cuando se menciona el nombre de un venezolano hijo de emigrantes judíos que llegaron a Caracas en los años 1930. Rafael Reif, después de coronar sus estudios superiores en la Universidad de Carabobo, se abrió caminos hacia el exterior como ingeniero eléctrico, trabajó por 7 años como decano del MIT, hasta llegar a ser el director de la Universidad Tecnológica de Massachusetts (MIT), el centro de estudios de mayor prestigio en el Mundo.
Suena Venezuela cuando salta al terreno de juego, en cualquier parque de beisbol de los Estados Unidos de Norteamérica, José Miguel Cabrera Torres (Miggy), ese espectacular jugador nacido en Maracay, en 1983, y que al día de hoy es reputado como uno de los mejores peloteros de la historia del deporte, tanto que nadie se atrevería a poner en duda que está a las puertas de ingresar al codiciado salón de la fama de las Grandes Ligas del béisbol. Suena cuando corre en una pista de atletismo la inigualable Yulimar Rojas, campeona olímpica en 2021 en triple salto, además de imponerse como la primera del mundo desde el año 2017, imponiendo el récord mundial con un salto de 15,74 m.
Suena Venezuela cuando se escuchan los acordes interpretados por las afamadas orquestas sinfónicas del mundo que ha dirigido el laureado musico barquisimetano Gustavo Dudamel, ese muchacho que fue formado, inicialmente a sus cuatro años de edad, en el Sistema de Orquestas creado en el primer gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez y dirigido por el maestro José Antoni Abreu. Dudamel es toda una celebridad en Berlín, en Bamberg, en Londres, en Los Ángeles, en París, en Israel y Nueva York. Su paso como director de la Orquesta Sinfónica Simón Bolivar y de la Orquesta Sinfónica Nacional de la Juventud de Venezuela, fue la antesala para luego recibir infinidad de premios que van desde 4 Grammys, el primer premio en el Concurso de Dirección Gustav Mahler, que se celebró en Bamberg, Alemania; en 2005 realizó su debut en los Proms de Londres, y fue galardonado con el Premio Anillo de Beethoven, creado por la sociedad de amigos del Festival Internacional de Beethoven, de Bonn.
Suena Venezuela cuando aparece en cualquier escenario el Sonero del Mundo. Aquel muchacho que en la barriadacaraqueña de Antimano era conocido como Oscar Emilio, que trabajo como taxista y estudio topografía y que dejo de lado la cinta métrica que utilizaba para medir largas distancias y disponerse a dar el salto al estrellato musical con su amigo el bajo, instrumento que ejecuta magistralmente como todo un autodidacta. También, como Dudamel, ha sido beneficiario de premios como el Grammy, gracias a su talento, pero también a su disciplina y a su constancia, superando adversidades que van desde accidentes caseros a problemas de salud, que no han impedido que Oscar De León siga, a sus ochenta años, cantando, bailando, componiendo y haciendo danzar a la gente mientras corean el nombre de Venezuela.
Suena Venezuela cuando en las crónicas de prensa aparece el nombre de una diseñadora llamada Carolina Herrera. Mujer exitosa desde que dio a conocer su primera colección en 1980. Desde entonces a brillado en las pasarelas, vidrieras y coronaciones de reyes, tal como sucedió recientemente cuando después de vestir a la reina Leticia, millones de telespectadores escuchaban mencionar el nombre y gentilicio de una talentosa mujer venezolana que destaca por su elegancia y sus refinados estilos y diseños.
Suena Venezuela cuando vemos que una serie de Netflix llamada Pálpito es fruto de la lucidez de un escritor, poeta y guionista venezolano llamado Leonardo Padrón. Él, junto a su la multifacética Mariaca Semprún, se han reinventado en el exilio en el que forman parte de la diáspora venezolana.
Son muchos nombres más de venezolanos anónimos que despuntan en la NASA, en los quirófanos de centros de salud, en las aulas de centros de excelencia, en estudios de televisión, en las compañías petroleras, en editoriales, en orquestas o tocando y cantando en los bulevares de cualquier ciudad del planeta Tierra, o pedaleando bicicletas con una caja en las espaldas, o experimentando el escalofriante paso por una trocha, una selva o chapoteando las aguas del mar caribe o del rio Bravo. De esos venezolanos seguiremos hablando en próximas entregas.
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