Elecciones regionales oficializan la abstención como un actor político con derecho propio

Al momento de escribir este análisis -lunes 22 a las 3pm- todavía falta por totalizar el 10% de las actas. No es un porcentaje desdeñable. Puede modificar los resultados que el presidente del CNE, Pedro Calzadilla, ofreció al filo de la medianoche. Revisé la página del CNE y en tres estados, el mensaje era “en totalización”: Barinas, Monagas, y Táchira. Desde hoy en la madrugada, comencé a trabajar en los números y revisé los de las gobernaciones. No los de las alcaldías, pero según Twitter, la oposición no lo hace mal en ese nivel. Lo que sería una extraordinaria noticia -muy por encima de mis pronósticos- porque son las instancias de gobierno cercanas a los ciudadanos. Son el piso para un construir un tejido social y político sólido. Pero no he trabajado los números para ese nivel.

Por: El Espectador de Caracas con información de El Cooperante

Este es un análisis en caliente por lo que será global. Vendrán otros artículos con análisis más específicos. La elección del domingo da mucho para analizar.

Comienzo con lo que creo es más sencillo. La abstención. Esta elección es la que oficializa a la abstención como un actor político con derecho propio. Ya no es una majadería de si “no voto porque no quiero”. Por supuesto, el problema con la abstención es que es silenciosa ¿a qué responde? En el 60% de ayer hay muchos motivos, pero hoy es una respuesta más consciente. No es un simple “voy en contra de”, sino una respuesta elaborada. El ciudadano asume que el voto es un derecho y tiene conciencia para usar o no ese derecho. Ayer esto se oficializó. La abstención es un movimiento sin liderazgo visible, pero con conciencia política y es instrumental. Es decir, puede ser mayor o menor de acuerdo a lo que esté en juego en una elección.

Pienso que Venezuela entra en la tendencia mundial de elecciones con niveles de ausentismo que no son desdeñables. La abstención es parte del sistema, y el país tendrá que vivir con niveles de no participación que creo no bajarán del 20 por ciento. Es un dato que habrá que incorporar para la política del futuro. La abstención ya no es una respuesta reactiva, afectiva, sino consciente. El abstencionista sabe que su derecho a votar o no es un poder, y lo ejerce.

Venezuela deja la imagen de las elecciones como una “fiesta electoral”. Estas se asumen con más tranquilidad. No se toman como que en ellas se juega la vida. Quienes votan, van tranquilos. Quienes se abstienen, también. Pasó la época de los pitos, las banderas, cohetones, y las cachuchas para votar. Se va como en cualquier otro país: con normalidad y los resultados se asumen con aplomo en función cómo vengan.

Sobre el Gran Polo Patriótico. La alianza oficial. Sí, ganó. Pero hay que ver la letra chiquita. Podemos hablar de una “ley de rendimientos electorales del chavismo”. Cuando éste va solo, su rendimiento es mejor. Cuando hay competencia, decrece. Como fue el caso de la elección del domingo 21. Desde las municipales de 2018, el chavismo está estancado en 3,5 millones de votos. La excepción fue la elección para la AN de 2020 en la que el chavismo obtuvo 4,2 millones de sufragios. Pero el chavismo se mueve en su piso electoral más bajo. Tal vez sea una estrategia del gobierno de “mínimos rendimientos” porque sabe que así ganará porque la sociedad se abstiene y la oposición acude dividida. No lo sé. El “carómetro” de Maduro ayer cuando habló luego de votar no me comunicó eso. Creo esperaba una mayor asistencia de los chavistas. La “Pax Maduro” requiere de más de 3,5 millones de votos. Hoy el rendimiento del chavismo es menor. En 2017, se acercó a los 6 millones de votos. En 2021, poco más de 3,5 millones. Perdió o no se movieron 2,5 millones de sufragios.

Tomo un ejemplo. Amazonas. En 2017, el actual gobernador -Miguel Rodríguez- fue reelegido y obtuvo casi 41 mil votos que representó el 60% de la votación. El PSUV aportó el 54%. En 2021, el mismo gobernador sacó casi 19.000 votos que representan el 41%. El PSUV aportó el 35%. El REP pasó de 108 mil a 115 mil electores en 4 años. Es evidente que el PSUV se desmovilizó. El chavismo dejó de participar. Que si la gasolina, que si la luz, que si el gas, seguro influyó, pero desde 2019 hay señales que muestran un descontento en la base chavista.

El problema del chavismo no es la “pelea” de Diosdado y Maduro o que la “coalición dominante” sustituirá a Maduro que es la fijación que tiene cierta oposición en su sesgo de confirmación para imponer su tesis del “quiebre”. El problema del chavismo es entre la cúpula y la base. Hay un voto castigo del chavismo. Ni siquiera el municipio Libertador es la excepción. El chavista castigó el pésimo gobierno de Erika Farías a pesar que la cúpula la recicló en el comando de campaña. En 2017, Farías sacó casi el 70% de los votos. En 2021, “la almiranta” obtuvo casi el 60 por ciento de los sufragios.

El chavista, como todos los venezolanos, está harto de la pésima gestión de los servicios públicos y del discurso del “ahora sí vamos a cambiar”. Los chavistas de la cúpula son la “nueva clase” de Venezuela: estilizados y refinados como sus cuñas azuladas pero ¿de qué sirve tener una nevera de 2.000$ si se va la luz y se “quemó la tarjeta”? Ser la “nueva clase” también pasa por ser tener un gobierno competente. La clase media en China tuvo que esperar por Deng. Con Mao era imposible, no solo por lo ideológico sino ¿cuál gestión pública?

Entró Marco Torres al ministerio del agua y el servicio empeoró. El chavista también resiente el reciclaje de funcionarios que Maduro hace. Uno más incompetente que el otro. La base no va a “saltar la talanquera” porque es leal y no ve en la oposición una alternativa, pero no se moviliza para votar, y eso que hubo primarias. El chavista también tiene conciencia del poder de la abstención y que ese poder lo puede usar para enviar mensajes a la dirección. El 21 se movió la misma cantidad que en las internas de agosto: 3,5 millones de “camaradas”. Las primarias son importantes para motivar a la base, pero no suficientes cuando el gobierno es incompetente.

Hay sus excepciones. Ahora con Carabobo. En 2017, Lacava logró el 53%: el PSUV aportó el 43 por ciento. En 2021 Lacava pasó al 55% y el PSUV sumó el 46% No es una diferencia muy significativa, pero ¿es el PSUV o es Lacava lo que explica la modesta subida entre 2017 y 2021? ¿Fue el 1 x 10 o fue la cuña de “la sifrina de Lacava?”.

Maduro está claro que quiere una gestión. Siempre lo deja ver. Lo hizo durante el encuentro con los observadores internacionales. El problema es que, para el chavismo, la palabra gerencia o competencia es “burguesa”. Prefiere poner a gente que tire arengas y no sepa de un área determinada a nombrar a personas competentes que tal vez no sigan los “ritos revolucionarios”. El Presidente de la República no parece gustarle gente con personalidad sino sus burócratas que solo dicen en los actos, “por instrucciones suyas”. Maduro como el “gran papá” de Venezuela. Salir de los 3,5 millones pasa por dejar de ser el “gran papá” y buscar gente competente la que, por definición, tienen personalidad y autoridad para ejercer sus responsabilidad. No se ven como “cuadros” de un partido.

El PSUV está como la AD de los 80’s. Gana pero por rutina. Vence pero por cansancio. Triunfa pero con agotamiento. Derrota pero con fatiga.

Finalmente, analizo a la oposición en esta aproximación. Es un caso bien complejo porque la opinión opositora en redes sociales es fatalista. La oposición pasa de la euforia a la depresión en nanosegundos. Es un público delicado. No le gusta que le lleven la contraria, sino que le aplaudan todo, hasta las mentiras que quiere creer. El análisis de la oposición es cualitativo y cuantitativo. Aquí está la paradoja.

Cuantitativamente, el estado de la oposición no es malo a pesar del clima de depresión y de derrota el domingo 21. En números globales, la suma de la MUD y la Alianza Democrática la pone de tú a tú con el GPP: 3.596.219 votos y 3.594.203 votos respectivamente.

A lo interno, la oposición está distanciada, no tiene los recursos del Estado -aunque el grupo Guaidó tiene su buen presupuesto- viene de una estrategia que falló frente a un PSUV organizado, donde la diferencia entre el Estado y el partido no existe por lo que los recursos van y vienen, con todo eso, los dos movimientos de la oposición sumados sacaron una votación similar a la del GPP.

Si se compara con 2017, los dos grupos disminuyeron, pero la caída del GPP es mayor. Bajó de casi 6 millones de votos a 3,5 millones. La oposición pasó de casi 5 millones a 3,5 millones. La oposición perdió menos sufragios en el camino que el GPP.

El mapa es rojo porque la oposición fue dividida. Esta separación realmente pesó a diferencia de 2017. Este año también la oposición fue con diferentes candidatos. Solo fue con uno de peso en Anzoátegui y en Nueva Esparta. En los 21 estados restantes llevó hasta 6 candidatos. Por ejemplo, en Apure.

La diferencia fue que, en 2017, los candidatos no tenían fuerza, había uno que concentró el voto. Los demás no le restaron votos para ganar. Podían ir 6, y uno ganaba. Esta no es la situación de 2021 porque lo que un candidato le quita a otro, le hizo falta para ganarle al PSUV. O se unían o perdían. Por ejemplo, Táchira y Mérida. En el primero, la tarjeta MUD le restó a la Alianza Democrática. En el segundo, la alianza le restó a la tarjeta MUD. De haber ido como en 2017, la oposición hubiese ganado en Anzoátegui, Apure, Trujillo, Táchira, Portuguesa, Miranda, Mérida, Lara, Bolívar, Falcón, y Guárico.

El problema de la oposición no es tanto cuantitativo sino cualitativo. No es tanto hablar de “coordinación estratégica” -como se hablaba de “triangulación” durante Chávez y “quiebre” durante Maduro, todo como un “deber ser”- sino cómo lograrla. Esto ya es un asunto no técnico de la política comparada sino político en una oposición con intensos agravios. En votos totales, la MUD y la Alianza Democrática tienen números similares: 1.796.232 votos y 1.602.791 sufragios respectivamente. Si a la alianza se le restan los votos de Fuerza Vecinal en el renglón “gobernador de Miranda”, su cuenta queda en 1.262.804 votos. Aún así, la diferencia con la MUD no sería una gran cosa.

Los que ganaron en gobernaciones es porque ya tenían una trayectoria, un trabajo, y no abandonaron. Todo el mundo habla de Galíndez como un fenómeno, pero éste se postuló en 2017. No salió mal, pero los números no le dieron. Igual con Superlano. Hoy, uno ganó y el segundo está en la pelea. No abandonaron como tampoco lo hizo Rosales. Este perdió en 2017 frente a Omar Prieto pero se mantuvo en la actividad política en su estado. Hoy ganó. El precio del abandono es el que pagaron Guanipa en Caracas y Ocariz en Miranda.

Si la oposición no abandona, es competitiva frente al gobierno autoritario. El problema de la oposición es que confunde política con una clase de ética. O hace una o hace otra, las dos no se pueden. Parece una oposición tomada por “scholars” que quieren probar unas teorías. Carentes de la zamarrería que hace falta en toda política, y más en un gobierno autoritario.

Solo ver si la zamarrería no hace falta, cuando Roosevelt la tuvo para sortear a los tiburones políticos del Tammany Hall. Tal vez por eso el domingo votaron por tres zamarros que vienen de un partido que las conoce bien como AD: Morel, Galíndez, y Rosales. Quizás lo que los votantes vieron en ellos es que fueron unas gestiones en el momento cumbre de la descentralización venezolana durante los 90’s. Quizás votaron por ellos al buscar un futuro en un pasado porque no tienen un presente. Las nuevas generaciones no ofrecen ese presente posiblemente porque están más concentradas en probar teorías de política comparada que en hacer política. Ser la generación del 28 no se decreta como dejó ver un tuit de Smolansky el cual criticó a los 3 gobernadores de la oposición. No hay un derecho preferencial. A lo mejor los jóvenes no comunican al electorado un futuro.

¿Cómo se resuelve esta diferencia interna? Porque no es un problema de agravios que moja a todos: se acusan de ser corruptos. En ese clima, es difícil la cacareada “reunificación”. La oposición se midió y salió lo mismo: ningún grupo interno puede anularse por lo que queda conversar y trabajar las diferencias internas o cada quien sigue su camino por separado, que es la opción que el gobierno prefiere a la luz de lo que el presidente de la AN, Jorge Rodríguez, expresó en su análisis de las elecciones el día 22-11-21.

Los dos grupos dentro de la oposición -que representan la tarjeta MUD y la Alianza Democrática- tienen votos, pero cada uno reclama para sí una “eticidad superior” frente al otro ¿Cómo se resuelve esto? Si esto no se despeja, no habrá “coordinación estratégica” ni “reunificación” posible ¿Quién da el primer paso para explorar acercar a los grupos dentro de la oposición, si es posible acercarlos? Acercar no significa necesariamente unidad porque lo que separa es muy profundo: la judicialización de las diferencias internas por parte del TSJ. No sé cómo se resolverá. Lo que tengo claro es que mientras el debate sea entre “los alacranes y los no alacranes”, la oposición no será alternativa de poder así se defina un mecanismo de “coordinación estratégica” entre todos.

Técnicamente” la oposición puede ganarle al chavismo en 2024. El problema es cómo hacer políticamente viable lo técnicamente posible. Si el problema del gobierno es de gestión, el problema de la oposición es de relaciones intergrupales. Está atrapada en un debate que confunde ética con política. Si no lo resuelve, se quedará en lo técnicamente posible pero políticamente inviable.

Soy creyente de una frase de Rafael Caldera, “el pueblo nunca se equivoca”. De otra de Chávez, que me hubiera gustado escucharla de otra figura política -a lo mejor hay otra figura que la dijo y en ignorancia no la sé- pero los líderes de la oposición son muy “institucionalistas” y esas frases no les gustan: “con el pueblo me las juego”. Estas frases tienen su equivalente en la ciencia política en el tema del “voting correctly”. Creo en esas expresiones aunque muchas veces discrepe de las decisiones de los electores a través del voto.

Lo anterior lo comento porque cuando se ve de manera global cómo los electores se expresaron el domingo 21, aunque sea un resultado “sin buenas formas”, tiene lógica. Es sabio desde el punto de vista de lo que comunica y plantea como reto político para el gobierno y para la oposición. Lo anterior confirma mi creencia de lo ilustrado que es el ciudadano venezolano en política. Si esta sabiduría la tuviera para la vida ciudadana, sí seríamos el famoso “país que podemos ser”. Lloraría con el Alma Llanera interpretada por la orquesta juvenil y me tiraría al piso por una lata de Pirulin, arroz chino, o un aguacate.

Esa sabiduría es la siguiente. En 2015, los votantes le dieron a la oposición una “bomba atómica” -la supermayoría en la AN- para ver cómo la usaba, descontentos con la “bomba atómica” del gobierno que le dieron durante el gobierno de Chávez. La oposición no la supo usar. En 2021, los electores le quitaron la “bomba atómica” tanto al gobierno como a la oposición. Ni siquiera Jorge Rodríguez pudo ocultar el “carómetro” -aunque hizo esfuerzos- durante su rueda de prensa del día 22-11-21. Rodríguez está consciente que el elector -incluyendo a muchos chavistas- le quitaron al gobierno su “bomba atómica”.

El mensaje de los electores es muy claro. Por eso el resultado tan extraño, que deja un raro sabor. Es, pero no es, sí pero no. El elector quiere que los actores políticos se sienten a analizar lo que han hecho durante años recientes, y lo que deben hacer a partir de ahora para ofrecer calidad de vida a los ciudadanos que están cansados de llevar una ruda vida que la dolarización oculta sus carencias, pero no resuelve. El votante desarmó al gobierno y a la oposición para que por separado, se sienten a analizar la nueva realidad política que la misma crisis fraguó.

Si el gobierno quiete tener una gestión -que puede- tiene que armar su rompecabezas para lograrlo. Si la oposición quiere ganar en 2024 -que puede- tiene que armar su rompecabezas para obtenerlo. Armarlo significa abandonar los prejuicios hacia la gente competente que caracteriza al gobierno, y abandonar la pretensión de la oposición de hacer de la política algo que ella no es. Las personas hacen política para estar en política.

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