A lo largo de los últimos tres años he concentrado mi actividad en la prensa venezolana en lo literario, lo que se ha traducido en decenas de microensayos que, de algún modo, articulan diversos aspectos en el complejo mundo de la escritura creativa. A toda esa masa de textos (ingente, sin lugar a dudas) la he compendiado en un libro, grueso, por cierto (que está en busca de editor), para que les sirva a los lectores que deseen incursionar en el mundo de la escritura en sus diversos géneros: ensayo, cuento, novela, poesía, crónica, biografía, diario, memorias, recensión y crítica. Lo he titulado con el vocablo Tao, de origen chino, que más o menos nos da la idea de camino, de vía o de método, porque, a fin de cuentas, eso es lo que pretendo con dichas páginas: llevar de la mano a los lectores en la conquista de sus metas literarias, basado en mi ya largo trajinar.
Por supuesto, no pretendo pontificar ni dar lecciones en un área que, a lo mejor, yo mismo tengo que aprender, como diría Monterroso, sino poner a la disposición del gran público mi experiencia de varias décadas en un oficio al que me he entregado en una suerte de desenfreno y pasión, y por el que me las he jugado sin resquemor. En el libro hallarán de todo: algo así como un gran sombrero de mago, pero si pretendiera resumir en esta columna los ejes que lo constituyen y lo sustentan, tendría que decir que todo parte de la lectura.
Quien quiera ser escritor y no sea un buen lector, o mejor: un extraordinario lector, un magnífico lector, pues está en el camino equivocado. Sencillamente: no hay otra materia prima para la escritura que la lectura. ¿Qué leer?, suelen preguntarme los jóvenes con quienes me topo casi a diario, y mi respuesta suena simple, pero es real: “de todo”. Claro, en ese “de todo” hay un amplio espectro de posibilidades: desde los textos juveniles hasta los clásicos universales y contemporáneos. Eso sí: en su justa medida. La lectura deberá ser activa, y no me canso de repetirlo, lo que implica tener a la mano lápiz, papel y un buen diccionario. El lector deberá anotar todos aquellos vocablos que no conozca, y buscarles sus acepciones, para después internalizarlos e incorporarlos en el habla cotidiana.
Si de veras hay un germen de la pasión escritora en esa persona, llegará el momento en el que, sin apenas notarlo, estará garabateando atisbos de textos, generalmente cuentos o poemas. Ese salto, que yo llamo cualitativo, se dará sin presiones ni sobresaltos. Y digo cuentos o poemas, porque quienes se inician en el oficio desean resultados rápidos, quieren verle el queso a la tostada, como decimos aquí en Venezuela. Nadie en su sano juicio se lanza de buenas a primeras a escribir una novela, como lo hice yo, porque, amén de ser una ambición desmesurada y rayana con el desvarío, el camino se le hace empinado y tortuoso. Y es aquí en donde el Tao entra en acción: porque ese muchacho(a) tendrá que saber que la escritura es cuestión de perseverancia, de dedicación y de pasión: de ir sumando poco a poco hasta alcanzar elevadas metas.
Hemingway solía afirmar, palabras más, palabras menos: “Que la musa me encuentre trabajando”, cuestión que confirmo con las manos alzadas. Muchos creen que la musa es algo divino o sobrenatural, que se incorpora en el escritor, y como en una sesión de espiritismo, lo toma y en pleno trance se da a la tarea de escribir. Nada de eso. Por supuesto, podemos escribir inspirados, y doy fe que casi todos mis libros de narrativa me los dictó una voz interior que no podía deslindar de mi voluntad o conciencia, pero eso no siempre ocurre, de allí que muchos se frustren y tiren la toalla luego de varios intentos fallidos. Y aquí entra en juego la disciplina, que es esencial en la escritura, porque es un oficio solitario, separado del mundo de relaciones, y si no hay una disposición a sentarse a escribir, llueve, truene o relampaguee, pues nada saldrá en limpio.
Hay gente que recomienda a los interesados los talleres literarios, y me parecen buenos, en lo particular yo nunca tomé alguno, pero sí los he dictado en varios géneros, y dan resultado. No quiero decir que la totalidad de mis alumnos se hayan vuelto escritores, pero sí unos pocos, y eso ya es ganancia. El Tao me dice que quienes deseen escribir, deberán prestarles atención a los pálpitos de su interioridad, a sus emociones, a sus voces que emergen de las profundidades del Ser. Que cuando se “echen” a escribir lo hagan sin reticencias, confiados en sus talentos e ímpetus, en su olfato y percepción; las corazonadas suelen ser buenas consejeras.
Entreguen todo en cada página, sientan sin rubor ni temor que en ello les va la vida, que no haya nada más importante como tarea que la creación literaria. Trabajen hasta el cansancio cada texto, una y mil veces, léanlo siempre en voz alta y corrijan: poden, y mucho, no agreguen nada, busquen siempre la economía del lenguaje, abran los ojos y dejen la ceguera cognitiva, que lo más importante en todo acto creador es darle rienda suelta a la imaginación. A pesar del solipsismo de todo acto creativo, abran sus antenas al mundo, sean auténticos y no imiten a nadie, busquen la originalidad a toda costa: móntense en los hombres de los grandes autores, pero solo para otear el horizonte y ver el camino. No dejen que el ruido exterior oculte y acalle sus propias voces.
rigilo99@gmail.com
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