Poco después de la llegada de Xi Jinping al poder como secretario general del Comité Central del Partido Comunista y como jefe del gobierno en China en 2013, el mandatario hizo publicar una actualización de los derechos y deberes de la organización. En la normativa de ética aplicable a 88 millones de ciudadanos miembros del Partido había preceptos como la prohibición de la glotonería, las borracheras, el adulterio o incluso jugar al golf.
Para el recién estrenado gobernante la corrupción rampante de aquel entonces en el partido era una amenaza al régimen. Era una obligación de la cúpula del poder ganarse la confianza y el respeto de la ciudadanía. Una «limpieza concienzuda» se implantó y lo que pretendía era atajar las cuatro grandes lacras que dañaban la imagen de los funcionarios oficiales y cuadros del partido: el formalismo, la excesiva burocracia, el hedonismo y el derroche. Los altos jerarcas consideraban que tal estrategia conjuraría al partido de su propia extinción y apuntalaría su supervivencia.
Detengámonos en un punto en particular, el adulterio, ya que desde la China antigua esta falencia, considerada un espantoso vicio, era vista con mucho recelo. La traición al cónyuge se consideraba una práctica inmoral e incluso un crimen atroz. Sanciones como la mutilación, la tortura pública con palos o varas, la decapitación, la quema en hoguera de los culpables de tal tipo de traición habían sido utilizadas. En la dinastía Qing, los adúlteros, hombres al igual que mujeres, eran castigados con la pena de muerte por sus actos.
Ceremonias de castigo tan crueles como la “jaula de los puercos“ se reservaban para quienes comprobadamente transgredían la obligación de fidelidad al cónyuge. En casos de adulterio flagrante, los protagonistas del agravio –es decir, el cónyuge o la cónyuge y su amante- eran detenidos y colocados juntos en jaulas metálicas reservadas a los cerdos para ser posteriormente arrojados vivos y dentro de la jaula al mar.
En la entrada del Tercer Milenio ninguno de estos atroces castigos es legal ni el adulterio es un crimen, pero la infidelidad sigue siendo vista tanto en la sociedad como en el seno del gobierno chino y del partido como una lacra social.
Todo lo anterior forma parte de un ambiente de exigencias éticas de las que posiblemente haya sido una víctima el canciller del gobierno, Qin Gang. El alto funcionario que ostentaba un prestigio y capacidad tal que le sirvieron de base para su designación por el gobierno de Xi como embajador en Washington y luego como ministro de Relaciones Exteriores, ha desaparecido del mapa desde hace semanas y lo que se comenta en las redes es que de por medio hay un caso de infidelidad que no ha podido ser digerido por las autoridades ni el jefe del Estado.
Llama la atención que hace apenas horas la portavoz del gobierno, en rueda de prensa, ha solicitado a los medios no insistir en preguntas sobre el paradero ni los detalles de la renuncia del canciller sobre la cual no ha habido explicación oficial alguna. El silencio gubernamental hace que muchos atribuyan su destitución a una purga y ello es posible. Otros insisten en que sus devaneos extramaritales con una presentadora de TV con la que habría procreado un hijo es el motivo de la desaparición de quien tenía a su cargo una de las más importantes estrategias externas del país: la de limar los desencuentros entre Washington, Pekín y Bruselas.
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