1) Escribir no es nada fácil, aunque muchos crean que sí: hay que dedicar buena parte de nuestro tiempo al oficio. Escribir es en sí una variante de locura que trae consigo satisfacciones, pero las más de las veces desengaños. Para llegar al llegadero se requiere, más que talento y un enorme esfuerzo (que deben estar presentes, ni qué dudarlo), estar conectado con alguna forma de poder: o por razones de azares del destino recibir un golpe de suerte que te lleve sin más a la ansiada cima literaria. Entre ambas posibilidades se abre un inmenso hiato por el que transitamos la mayoría de los escritores.
2) Mi primer Javier Marías fue Mañana en la batalla piensa en mí: libro ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 1994, entre otros galardones. Esta novela me abrió un extraordinario panóptico de posibilidades estéticas, que me tuvieron atado a la producción de este gigante de las letras en lengua española hasta el final de sus días. Un buen amigo tuvo el detalle de llevarme a Venezuela su última novela (la decimosexta de su producción): Tomás Nevinson, publicada en marzo de 2021 y que disfruté hasta el último renglón. Este 11 de septiembre se cumplen dos años de su partida, que fue a la temprana edad de 70 años, y me conmovió leer hace pocos días en el más reciente libro del filósofo, ensayista y novelista español Fernando Savater, titulado Carne gobernada (2024), estas palabras: “Javier fue el mejor escritor que he conocido en mi vida, el único fuera de serie…”, y lo dice no sólo el entrañable amigo, sino el agudo crítico y el profundo conocedor del panorama de la novelística hispánica. Pero más me conmueve no hallar en los anaqueles de las librerías españolas las obras de Marías. “El ojo del amo engorda el caballo”, reza el viejo adagio.
3) Confieso que tardé 27 años en la lectura del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa (su obra magna), en edición de Seix Barral Biblioteca Breve (1997), y pude finalizarlo a comienzos de este año por la férrea disciplina que me impuse porque sí. El ejemplar estuvo deambulando de aquí a allá en dos casas todo este tiempo, y hasta llegué a pensar que colgaría la toalla. Creo, sin temor a caer en la hipérbole, que terminar de leerlo ha sido uno de mis mayores logros como lector este año.
4) Mi primer Octavio Paz fue El arco y la lira: hoy un clásico de la lengua española, y lo adquirí en la década de los 90. Tiempo después hallé una nueva edición (del 2012) de mejor acabado: ambas del Fondo de Cultura Económica de México. Lo poético desde la antigüedad hasta mediados del siglo XX se mecen en estas páginas con una belleza y pureza tan extraordinarias, que como lectores nos sentimos sublimados (y a veces abrumados) frente al poder la palabra. Desde aquel entonces me hice fiel lector y seguidor de Paz, y busqué por todos los medios acceder a la totalidad de su obra, lo cual alcancé a medias, ya que su producción era vasta y diversa y al país no llegaron todos sus libros, muchos de los cuales salieron por el sello español Seix Barral. Entre el Paz poeta y el ensayista me quedo con ambos, y no pierdo la esperanza de hacerme con sus obras completas en los dos géneros reunidas en hermosas colecciones.
5) Reconozco que al entrar en una buena librería los lectores nos engolosinamos con el amplio espectro de publicaciones que se pierde casi al infinito, pero debemos tener en cuenta que en ese maremagno de publicaciones hay peligros latentes, que se escudan tras espléndidas ediciones que solo responden a la lógica de las leyes del marketing, y lo literario queda en segundo o tercer nivel. Entiendo que hay lectores para todo y por algo se empieza en el complejo y solitario mundo de la lectura, pero entre más exigentes seamos en nuestros criterios de selección de los autores y las obras, mayores y mejores serán los resultados alcanzados y más honda la huella estética e intelectual.
6) El último Arturo Pérez-Reverte leído fue El problema final (2023), que me llevó desde España a Venezuela un querido y culto amigo. Confieso que disfruté mucho del libro y me quedé con las ganas de darle una segunda lectura, que aspiro a realizar en un futuro no muy lejano. Echa mano el autor de la denominada novela policial o novela problema, y lo hace a la usanza de un autor de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y su historia es fascinante. En 1960 y por causa de un fuerte temporal, nueve personas quedan atrapadas en la isla de Utakos, entre ellas un personaje llamado Hopalong Basil: actor en fase de declive que se hiciera famoso interpretando para el cine al detective Sherlock Holmes. Pronto asesinan a una mujer (la turista inglesa Edith Mander) y comienza así toda una trama en la que el doble juego de la metaficción (ficción dentro de la ficción) logra fundir dos dimensiones: la que sucede en la “realidad” de la isla y la que logra Basil al introducirse en la trama bajo el ropaje del personaje Sherlock Holmes (creado por el escritor británico Arthur Conan Doyle), que busca esclarecer los sucesivos asesinatos que se van dando. Genial ocurrencia la del popular autor, que de seguro será llevada al cine.
7) Considero a Jorge Luis Borges uno de los mayores escritores de todos los tiempos, y en esto coincido con muchos otros intelectuales. En este sentido, me llama la atención que tanto se hable de su prematura ceguera (cercana a sus 56 años), pero que nadie haga alusión a su tartamudez, que lo marcó desde niño y que pudo superar en buena medida en la adultez, aunque a veces se hacía presente y generaba en sus interlocutores ansiedad: incluso en su etapa de mayor esplendor y gloria literaria de la vejez. Es más, creo que Borges sufría de algún trastorno emocional (posiblemente derivado de lo anterior), y esto se evidenciaba en las dificultades que tenía para la interacción social, así como su empeño y empecinamiento con algunas temáticas que lo encerraban en cierto mutismo o aislamiento del mundo.
rigilo99@gmail.com
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