Ricardo Combellas: El futuro de nuestra comunidad nacional

“El futuro no es algo para ser adivinado, sino para ser hecho. No un don, sino una tarea”. Arturo Uslar Pietri

La nación es un hacerse, no algo hecho. Aparecen las naciones en la historia, crecen y se desarrollan, pero también declinan y hasta desaparecen. Decía Otto Bauer que hay naciones con historia y naciones sin historia. Toda nación auténtica se sostiene en una comunidad,  lo que llamo la comunidad nacional. Implica una vocación de vivir juntos, de sentirnos identificados con un pasado común, un presente en construcción y un futuro por construir. En ese sentido, toda auténtica nación es una comunidad de cultura y una comunidad de destino. La comunidad de cultura nos identifica con una tradición de la que nos sentimos orgullosos. Es nuestra gesta de ser independientes, de abrazar valores comunes, de crear símbolos y mitos compartidos (lo que Hobsbawm llama “la invención de la tradición”), una misma lengua, una pertenencia territorial, un sentimiento de patria. La comunidad de destino nos refiere a nuestra proyección de futuro, el tránsito de lo que somos a lo que queremos ser, dicho en otras palabras, el proyecto de país.

Nuestra nación remonta sus orígenes a los fundamentales tres siglos de historia colonial, donde se cimenta el mestizaje, se puebla el territorio y adquirimos paulatinamente una manera de ser y de vivir; se define con el proceso de independencia, dando inicio a la nación política, consecuencia de la voluntad constituyente de un pueblo, representada en la asamblea de la nación; experimenta un complejo momento de definiciones con Colombia la grande, el sueño del Libertador; y adquiere sus rasgos definitorios (por lo menos en sus elementales fundamentos) con la andadura de la república a partir del año 1830.

Al igual que algunos compatriotas, me he preguntado si Colombia la grande hubiese podido sobrevivir a su corta y traumática vida, y pienso que sí. Su viabilidad tenía posibilidades de sobrevivir si la forma del Estado hubiese sido federal; si se hubiesen tratado con delicadeza los reclamos venezolanos, entre ellos la torpeza de establecer la capital en Bogotá; de haberse elaborado en Cúcuta el año 21 una Constitución más acorde con la realidad constituyente del momento; así como el garrafal error de Bolívar de proponer como vicepresidente a Santander, un hombre cuya personalidad y trayectoria no garantizaba el  sutil equilibrio que exigía la unión entre Venezuela y Nueva Granada.

Nuestra comunidad nacional experimenta una crisis, que no nació por cierto con el régimen chavista, independientemente de que con dicho régimen se hubiese grandemente profundizado. Me surgen preguntas para las que no tengo fáciles respuestas: no ha sido sana la relación del Estado con la nación venezolana. El gigantismo estatal, donde ha proliferado una suerte de corrupción endémica, ha dificultado a la nación promover las inventivas de sus hijos; por lo demás, la actual tragedia humana, una tragedia sin parangón en nuestra historia, equiparable a grandes cataclismos humanos a nivel universal, plantea dramáticos desafíos a la comunidad nacional, que de alguna manera deberán atacarse y ayudar a resolverse para bien de una república que ha extraviado su destino.

Bolívar habló de una nación de repúblicas para participar con dignidad en el futuro planetario que con sus retos y posibilidades en la construcción de un nuevo humanismo, se nos viene encima. Me refiero a la unión de los pueblos latinoamericanos, para lo cual la nación venezolana, como lo hizo en los años aurorales de la república, tiene mucho que ofrecer. Reconciliación del pueblo venezolano, sepultura del odio, sentido de grandeza y fortalecimiento de la comunidad nacional, constituyen la garantía para construir un futuro promisorio en esta tierra que sigue siendo, pese a sus duros tumbos, agraciada.

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