Con motivo de los acontecimientos en Ucrania este columnista, en su condición de profesor de Derecho y Política Internacional (UCAB y UCV) por muchos años, ha recibido algunas invitaciones de los medios de comunicación de Venezuela y Estados Unidos en donde se nos solicitaba explicar y evaluar los graves hechos que vienen sucediendo en aquella zona del mundo hoy tan sufriente. Igualmente, desde esta misma columna, llevamos varios sábados procurando hacer del conocimiento público los argumentos que las partes esgrimen en sustento de sus respectivas posiciones e intereses. En una de esas intervenciones un oyente hizo uso del chat preguntando cuál era la utilidad de todas esas precisiones y la invocación y cita de diversos instrumentos jurídicos internacionales cuando la amarga e inocultable realidad es que la relevancia práctica de todo ese andamiaje jurídico era y es olímpicamente ignorada con el mayor desparpajo.
La pregunta del oyente, confrontacional si se quiere, cayó como una estocada certera para quien esto escribe, que ha dedicado con constancia y entusiasmo demasiadas décadas al estudio y enseñanza del derecho internacional y a las gestiones propias de las relaciones entre Estados u organizaciones. Finalizado el programa en cuestión nos quedó la inquietud de la pregunta, lo cual generó la consecuente reflexión y esta a su vez concluyó en tener que reconocer que en épocas de guerra y en otras también cuando cruciales intereses están en juego, los principios, valores y normativas resultan tempranas víctimas, junto con la verdad. Veamos.
Un Estado –Rusia– invade a otro Estado soberano vecino suyo –Ucrania–. El primero alega la necesidad de proteger a la población de un supuesto genocidio del cual estaría siendo víctima, el segundo la acusa de agresión y cada quien cuenta el cuento a su manera para su respectivo público.
Ucrania quiere inclinar su destino hacia Occidente a través de integrarse a la Unión Europea y eventualmente formar parte de la OTAN. Rusia estima que ello es motivo de suficiente preocupación como para impedirlo militarmente.
Naciones Unidas pone en marcha sus mecanismos de preservación de la paz. Rusia veta el esfuerzo en el Consejo de Seguridad impidiendo ninguna resolución. Se plantea el tema en la Asamblea General donde la votación exigiendo la paz logra 141 votos con 34 abstenciones y solo 5 votos negativos. Venezuela no pudo votar por falta de pago de sus cuotas de membresía. En esa Asamblea reside la representación de todos los países del mundo pero el poder real para ordenar el despliegue de fuerza militar lo tiene el Consejo de Seguridad. Resultado: Naciones Unidas no puede hacer nada.
Ucrania acude a la Corte Internacional de Justicia acusando a su agresor de delitos de lesa humanidad. El tribunal resuelve en brevísimo tiempo otorgar medidas cautelares, de cumplimiento obligatorio, que exigen a Rusia detener la invasión mientras se resuelve el fondo del asunto. Rusia hace caso omiso y, naturalmente, no pasa nada.
La Unión Europea, la OTAN, etc., condenan el uso de la fuerza invasora. Rusia ignora y tampoco pasa nada.
Estados Unidos, cuyo principio fundacional se basa en la libertad, la democracia y el predominio de la ley proporciona ayuda verbal, drásticas sanciones financieras y de equipos militares pero no pasa de allí, ignora el principio R2P (Responsabilidad de Proteger) pero sopesa las posibles consecuencias de una intervención directa prefiriendo la prudencia necesaria para no ampliar el contencioso a niveles incontrolables.
Europa presenta un frente unido pero teñido con las fisuras que genera la desigual dependencia de sus países de la importación de energía rusa.
Muchas empresas occidentales, preferiblemente estadounidenses, han decidido abandonar Rusia mientras otras piensan en aprovechar los mercados que quedan al garete. Putin expropia de un plumazo quinientos aviones de bandera extranjera arrendados a empresas rusas y salvo el escándalo tampoco pasa nada.
El sistema de transacciones bancarias SWIFT excluye a Rusia de su plataforma para todas las operaciones menos para el pago de compras de petróleo que es justamente donde le dolería a Moscú pero también privaría de gas y calefacción a europeos occidentales.
América Latina, salvo los “chicos malos ” (Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia) entiende que su suerte está ligada a Occidente menos Argentina y Brasil que, siendo de este equipo, andan medio tibios luego de que sus presidentes fueran recibidos con honores en Moscú la víspera del comienzo de la guerra. Mientras tanto, Nicolás naturalmente se cuadra con Rusia sin dejar de explorar la posibilidad de que el “imperio” suavice las sanciones que desde hace tiempo afectan seriamente nuestra economía.
En el interín es el pueblo de Ucrania el que asume el costo en sangre con la proclamada pesadumbre de todo el mundo pero la ayuda concreta con escaso flujo. El presidente Zelenski suplica por un cierre del espacio aéreo (no fly zone) recibiendo como respuesta un rotundo y prudente «no» con vista al juego de intereses de otros actores y no el beneficio de su pueblo.
Ejemplos adicionales sobran y todos nos van llevando a la lamentable conclusión de que en las pulseadas de grandes ligas los pollinos solamente miran. La conclusión es triste. La ilusión sigue en pie y la esperanza de que la justicia llegue no puede apagarse.