Todo proceso histórico está lleno de coherencias y de incoherencias. Intentar la creación de bases de comprensión quizás sólo sea posible desde la incertidumbre y desde los asomos del caos. La democracia es el sitio preciso para comprender el conflicto, lo que implica considerarla no como un elemento disolvente del mismo, sino como el establecimiento de esa comprensión, una que pasa por entender que el orden civil es un cambio permanente que no puede determinarse desde la exclusión.
Hay un profundo desgaste de la política hasta el punto de haberse devaluado como principio de entendimiento. El punto clave está en el discurso. Asistimos así a sociedades dispersas, enemistadas y atomizadas, donde el juego democrático ha sido amputado como respuesta de pluralidad.
Si vemos sólo lo que queremos ver, cada uno encerrado en sus certezas equivalentes a ficciones, viviremos en un eterno presente. Si no es posible mover a los observadores será igualmente imposible una actualización de las miradas con el consecuente enterramiento en un presente continuo. Será imposible la prospectiva del futuro si no se sale de la mirada rutinaria.
Quizás podríamos alegar que debemos captar el futuro como su retorno e ir entonces a todas las escenas y a todos los roles posibles, definiendo incluso las ausencias (puede leerse en la praxis política como el fracaso en haber alcanzado los objetivos propuestos) porque determinar lo que no ha tenido lugar es esencial para definir el futuro, uno visto correctamente como una construcción para poder decidir en el presente.
Cuando se piensa la política las estrecheces comienzan a diluirse. Se inventan los caminos y se inventa en el futuro. Los presentes sólo son diluibles cuando se tiene la mirada más allá, en la escritura de un relato a transitar, uno que nos hace pensar el presente desde el futuro.
Todo está ahora bajo dominio del conflicto, todas las relaciones sociales están interpenetradas y se llega a hablar del destino que tocó en suerte a ese cuerpo social como fatalidad. Los órganos del poder se han puesto al servicio del conflicto, haciéndose él mismo el administrador de una fuerza que excede hasta el mismo Leviatán del que hablaba Hobbes. El hombre común pierde todo sentido de seguridad y quienes pretenden restituírsela sólo alcanzan a balbucear el regreso de un viejo entramado que sólo lleva a una disposición anímica de desamparo y, con la tecnología de hoy, a una descarga anímica incongruente.
Frente al conflicto hay que inventar respuestas nuevas. Es lo que denominaremos el desarrollo de una nueva cultura política. Ella es pensamiento y acción. La cultura política no es una entelequia. Es al mismo tiempo pensamiento que conlleva a los nuevos sentidos y los nuevos sentidos que no se pueden generar sin pensamiento.
Debemos asumir una cultura de cambio que debe aceptarse como modificaciones sustanciales en todos los órdenes de la vida social y que permita un reconocimiento tal capaz de generar de nuevo identidad y reconocimiento mutuo.
@tlopezmelendez
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