Como si se tratase de una narconovela colombiana, la trama Alex Saab ha tomado un giro dramático e inesperado en las últimas horas. El otrora mártir de la era bodegonera del madurismo, graduado con honores de diplomático, poeta, escritor y “activista de la causa venezolana” por la dictadura, terminó siendo un simple y vulgar sapo de la Administración de Control de Drogas (DEA) o como diría Diosdado Cabello, un “patriota cooperante” más, pero no uno de esos que trabajan para su programa de chismes de los miércoles, sino al servicio del mismísimo “imperio”. Digo inesperado porque, de haberlo sospechado, los principales cabecillas de la revolución chavista no habrían salido a moco tendido y chequera suelta a mover cielo y tierra para liberar al empresario colombiano.
El Nacional / @BrianFincheltub
No es secreto para nadie, si de viudas se trata, la que botó más lágrimas tras la detención de Saab no fue precisamente su esposa, sino el propio Nicolás Maduro. Lo vimos en televisión nacional lleno de ira armando tremenda pataleta y no es para menos, pues la prensa internacional no ha dudado en calificar a Saab como el testaferro del dictador. Fue precisamente este nexo tan estrecho con el régimen venezolano el que le permitió amasar una inmensa fortuna, la misma fortuna que intentó conservar al decidir colaborar con las autoridades estadounidenses desde 2018. Eran muchos los incentivos para hacerlo, Saab sabía que, cooperando, podría resultar favorecido de los beneficios que ofrece la DEA a sus más grandes tenores.
Al final, Saab sabía que su vida corría más peligro en Venezuela que en manos de Estados Unidos. Como en toda organización criminal, lo difícil no es entrar sino salir. El chavismo se termina comiendo a sus hijos y eso lo sabía bien Saab, por eso negoció cuando aún estaba en libertad, cuando el chavismo confiaba más en él, esa era su carta de salvación, su salvoconducto para garantizar su vida.
Tras hacerse pública la noticia, el madurismo no puede hacer otra cosa que negarla. Eso no es más que el discurso para su auditorio, pero sobre todo dirigido a todos aquellos que, como Saab, pudieran verse tentados a hacer lo mismo ¿Se trata del último de los sapos dentro del chavismo? La respuesta evidentemente es no. Allí adentro, quizás entre los más radicales, deben seguir otros, prestos y dispuestos a afinar sus cuerdas vocales cuando les toque cantar. Mientras tanto, nadie confía en nadie y al dictador lo persigue hasta su propia sombra.