1. Nos dice Milan Kundera en su fascinante libro El telón. Ensayo en siete partes (2005): “el novelista no es un lacayo de los historiadores; si la historia lo fascina es porque para él es como un foco que gira alrededor de la existencia humana…” Resulta interesante esta postura en un medio en el que pululan las supuestas novelas históricas, que los no tan avezados lectores suelen asumir como una “verdad irrefutable”, siendo como son: ficciones que toman elementos de la historiografía y los administran a su antojo: los tergiversan, los matizan o los acentúan buscando con ello mayor o menor impacto en quienes se acerquen a ella. En realidad, nadie puede contar de manera objetiva un hecho, porque siempre se interpondrá su cosmovisión, su lenguaje (con sus aciertos y fallas), su estado de ánimo, su interpretación, y cada uno de estos elementos les insuflan a lo contado visos, vislumbres, atisbos, y otros imponderables.
2. Hablando de vislumbres y atisbos, me sucedió algo (un hecho mágico) hace pocos días, que merece ser contado: como bibliófilo que soy siempre estoy averiguando en librerías físicas y virtuales acerca de obras, y en este ejercicio me topé con un sitio en la Web que vende libros usados desde Venezuela, y sin mucho preámbulo les pregunté acerca de las Obras Completas de Jorge Luis Borges (que tuve que dejar a despecho), y de inmediato me respondieron: “No la tenemos disponible”. Pocos segundos después me enviaron el catálogo, al que entré con afán, y hallé La trilogía de Nueva York, del gran autor estadounidense Paul Auster, recientemente fallecido, en la edición ya lejana en el tiempo (2007) de Anagrama de España (que dicho sea de paso es mi sello favorito).
Acto seguido les escribí de nuevo: ¿“Qué precio tiene La trilogía de Nueva York de Auster”? Me dieron el precio, al tiempo que precisaban: “Tiene subrayados y notas al final y al principio del libro. Si gusta podemos enviarle una foto mañana”. Al día siguiente estaba en mi móvil la fotografía de la vieja edición del libro, así como las dos notas hechas con bolígrafo por parte del dueño o dueña del libro. En la segunda decía: “7 de mayo de 2024, ha muerto Paul Auster por un Ca de Pulmón a los 77 años, Estoy de luto”. Y firma la nota. De inmediato me llegó otro mensaje: “Pero esto no es todo, el libro tiene una increíble curiosidad dentro. Algo del azar muy al estilo de Paul Auster”. Me llegó así otra fotografía en la que se mostraba la solapa con la fotografía del autor y en la página inmediata se podía ver algo como un pequeño sobre. Al pie de la fotografía el vendedor escribió: “Un recorte de periódico”.
El mazazo me llegó luego. En otra fotografía la persona me mostraba el recorte de periódico (de El Universal) abierto en el que se podía leer el título: Los demonios de Paul Auster y ver una fotografía grande del novelista en blanco y negro y encima de ella el nombre del autor del ensayo: Ricardo Gil Otaiza. Otro mensaje del vendedor: “¡Es de usted!” “Guao, no lo puedo creer”, respondí de inmediato. Otro mensaje del vendedor: “Es increíble. Nosotros tampoco.” Sin dudarlo le dije: “Esto es metafísico”. Él respondió: “Muchísimo. Da para una historia. Además, el azar y Auster. El dueño del libro también leía sus artículos”. Agregué: “Dios, esto es más de lo que esperaba”. Vuelta una nueva respuesta: “El artículo tiene fecha del 17 de marzo de 2013. Es realmente increíble. Nos encanta cuando suceden estas cosas”. La conversación se prolongó por un largo rato y sentí de pronto que tenía que comprar el ejemplar, y así se lo hice saber al vendedor, pero lamentablemente mis finanzas eran insuficientes para llegarle al precio y a su oneroso envío hasta Europa, así que compungido desistí de la idea.
3. En realidad no creo en el azar: desde que me adentré en el pensamiento complejo pude comprender, en toda su vastedad, la multiplicidad de variables que a modo de urdimbre se entretejen para hacer de hechos y circunstancias no meras casualidades, ni causalidades, sino complejidades del existir. No fue casual ni aleatorio lo que narré en el punto anterior, sino el cruce de líneas que hicieron posible conocer algo que debía conocer porque estaba referido a mi persona. ¿Misterioso y metafísico? Posiblemente. Lo insondable nos llena de estupor y nos deja perplejos, pero lo que tenemos que saber es que todo ello está ahí para ser captado y percibido, solo que tenemos que abrir los sentidos más allá de lo cotidiano y trivial del existir y entonces suceden los “milagros”: se manifiestan, se hacen patentes y nos maravillan dejando en nosotros huellas profundas.
4. En mi columna del domingo pasado hablé en uno de los numerales acerca de las digresiones que pude hallar en la novela El niño, de Fernando Aramburu, y que perturban o entorpecen la lectura, al respecto Kundera, ya citado aquí, nos habla de “las novelas que piensan”, y en este sentido expresa, con bastante tino, que esas “reflexiones” deberían ser parte esencial del texto novelesco y no como añadidos que puedan trastocar la atención del lector. Por supuesto, para que no se note todo ello deberá haber maestría en la narración. La reflexión novelesca debería ser, expresa Kundera: “afilosófica, independiente de todo el sistema de ideas preconcebidas”. Entiendo también que esa idea de “novelas que hablan” está referida a algo muy de moda hoy: la mezcla del género narrativo con otros géneros (específicamente con el ensayístico), que si se hace correctamente (ejemplo de ello lo conseguimos en la novelística de Javier Marías), se traduce en un texto poderoso, que busca conjuntar lo que se cuenta como historia y lo que se piensa: generalmente desde la perspectiva de quien narra (aunque sea desde distintas voces), y sin que se note el artificio.
5. Nos dice Manuel Vilas en El mejor libro del mundo: “…el arte de no hacer nada es muy complejo”. Y en eso creo: pasar las horas mirando al techo tiene también su encanto, y su esfuerzo, no se crean.
rigilo99@gmail.com
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