Alfredo Toro Hardy: El Acuerdo de Camp David y la danza del poder en el Indo-Pacífico

El Acuerdo de Camp David, celebrado en días pasados en el retiro presidencial del mismo nombre en Maryland, se suma a la lista de negociaciones emblemáticas que han tenido lugar allí. Entre éstas se encontrarían la de 1978 entre Israel, Egipto y Estados Unidos o la del año 2000 entre Israel, Palestina y Estados Unidos. En esta ocasión, el Presidente Biden convocó al Primer Ministro de Japón Fumio Kishida y al Presidente de Corea el Sur Yoon Suk Yeol, con el objetivo de dar forma a una importante pieza adicional dentro de la arquitectura de seguridad Indo-Pacífica adelantada por Washington. Una arquitectura que busca mantener a raya la expansión de la huella geopolítica china en esa parte del mundo.

Carga de resentimiento

Este nuevo Acuerdo de Camp David asume máxima significación. En efecto, si bien estos dos países del Nordeste asiático han sido aliados históricos de Washington, entre sí han mantenido siempre una relación signada por la desconfianza y las tensiones. Ello deriva de la brutal ocupación de Corea por parte de Japón, durante treinta y cinco años. Si bien la misma llegó a su fin en 1945, la carga de resentimiento coreana nunca desapareció. Durante su presidencia, Trump hizo poco por tratar de arbitrar las fuertes disonancias entre estos dos aliados. Más aún, mantuvo con ambos, relaciones transaccionales en las que el dinero parecía ser lo único que contaba. La importancia geopolítica derivada de la presencia de tropas estadounidenses en los dos países, fue subordinada al aumento del contante y sonante que aquellos pudiesen suministrar a cambio de esa presencia. Biden, por el contrario, ha venido insistiendo en la necesidad de conformar una sólida relación trilateral entre estas democracias, lo cual constituyó la razón misma del encuentro. La amenaza común representada por una China que flexiona cada vez más sus músculos, y en menor medida por una Corea del Norte siempre impredecible, logró vencer las resistencias existentes y materializar un acuerdo entre los tres.

Lo acordado

Como resultado del entendimiento alcanzado, Japón, Corea del Sur y Estados Unidos mantendrán un mecanismo de consulta permanente en materia de seguridad, estableciendo una línea de comunicación directa entre sus tres mandatarios. Bajo los términos pactados, se pasa a considerar cualquier amenaza a la seguridad de alguna de las partes como una amenaza a los tres, requiriéndose por tanto de una respuesta conjunta. Así mismo, los tres países establecerán fórmulas de cooperación en materia balística-misilística, compartirán inteligencia, llevarán a cabo ejercicios militares conjuntos todos los años y brindarán estructuración institucional a un encuentro anual entre sus máximos líderes.

Un eslabón más

Este mecanismo de seguridad tripartito viene a sumarse a los ya existentes en el ámbito de la contención geopolítica a China: El AUKUS conformado por Australia, Reino Unido y Estados Unidos y el QUAD, integrado por Estados Unidos, India, Australia y Japón. Más aún, se suma a los acuerdos defensivos militares de carácter bilateral que mantiene Estados Unidos en la región, con particular referencia al repotenciado Tratado de Defensa Recíproca con Filipinas. La particular importancia del Acuerdo de Camp David radica en el alto nivel de desarrollo tecnológico de sus tres miembros, así como en la formidable capacidad militar de estos. Más aún, de acuerdo a un artículo recientemente aparecido en Foreign Affairs, el mismo se sustenta en la presencia en Japón y Corea del Sur de 80.000 soldados estadounidenses (A. Yeo, M. Solis and H. Foreman, “Americas Window of Opportunity in Asia”, August 15, 2023). De tal manera, China ve articularse a su alrededor a un conjunto de sistemas de alianzas que buscan frenar la expansión de su huella geopolítica.

China: El gran socio

Paradójicamente, China representa el mayor socio comercial de la mayoría de los países que se han coaligado para contener esa expansión. Representa, en efecto, el principal interlocutor comercial de Australia, India, Japón, Corea del Sur y Filipinas. De hecho, hasta fecha reciente lo era también de Estados Unidos. Esta posición predominante de China en los ámbitos del comercio y la economía se reproduce a todo lo largo y ancho del Este, Sudeste y Sur de Asia. La misma, se sustenta no sólo en el ámbito de lo bilateral sino también a través de iniciativas y acuerdos de integración como El Cinturón y El Camino, la Asociación Económica Regional Integral, el Acuerdo de Libre Comercio del Asia-Pacífico o el Acuerdo de Cooperación Asia-Pacífico. A no dudarlo, en materia de comercio y economía China no tiene rival.

El abandono del TPP

Si la Asociación Trans-Pacífica (TPP) propuesta por la Administración Obama hubiese prosperado, Estados Unidos habría estado en condiciones de competir con China en este ámbito. Sin embargo, su nativismo económico y el deseo de enterrar el legado de Obama, hicieron que Trump sacase a su país de dicha asociación antes de que la misma cobrase vida. Finalmente, la Asociación Trans-Pacífica se hizo realidad bajo otro nombre y con Estados Unidos fuera de ella. Paradójicamente China, que constituía el país que Washington buscaba contrarrestar económicamente por vía de este acuerdo, ha solicitado su incorporación al mismo. Tampoco Biden, por lo demás, ha mostrado ningún interés en reposicionar a su país dentro de dicha asociación. Su llamada política exterior para la Clase Media, orientada a revertir los excesos de una globalización que externalizó infinidad de empleos estadounidenses hacia otras latitudes, es responsable de esta actitud. Cierto, la Administración Biden ha propulsado la llamada Base para la Prosperidad Económica Indo-Pacífica como una suerte de alternativa al TPP. Sin embargo, la misma no incluye el tema de tarifas y se plantea simplemente como precursora para futuras negociaciones. En tal sentido, ha sido descrita por muchos analistas como un mecanismo vacío, inútil o carente de sustancia.

Difícil disyuntiva

Así las cosas, múltiples naciones asiáticas se ven en la incomoda posición de tener que recurrir a China en busca de beneficios económicos y a Estados Unidos en persecución de garantías de seguridad. Ello genera un equilibrio siempre tenso e inestable en el que cada paso que los acerque a Estados Unidos en materia defensiva, va acompañado de amenazas chinas en materia de acceso a su mercado. Obama había planteado su política del pivote en Asia como una propuesta de proyección dual en el que los imperativos de seguridad y los beneficios económicos se complementaban y retroalimentaban. Al renunciar al segundo de dichos componentes, Estados Unidos cercenó parte muy importante de su atractivo ante las naciones asiáticas. Sometidas a una disyuntiva entre lo que una y otra superpotencia pueden ofrecerles, muchas naciones de la región se ven enfrentadas a una difícil escogencia. Hace algunos años Lee Kuan Yew, fundador y artífice de Singapur, y posiblemente el mayor intérprete contemporáneo de la realidad asiática, señaló que China estaba absorbiendo dentro de su sistema económico a los países de la región y que ni siquiera Japón y Corea del Sur podrían evitar ser tragados por este (Citado por A. Cooley and D. Nexon, Exit from Hegemony, Oxford: Oxford University Press, 2020). Bajo esta última premisa, Estados Unidos evidencia una fuerte deficiencia.

Poder duro versus poder suave

China se ha planteado como objetivo ser poderosa y ser rica. De hecho, su gran fuerza de atracción ha derivado de su riqueza y es por vía de ésta que ha encontrado su mayor fuente de poder: Un poder suave. Ocurre, sin embargo, que este tipo de poder resulta manifiestamente insuficiente para Pekín. Desde 2008, y muy especialmente desde la llegada al poder de Xi Jinping en 2012, China ha buscado afirmarse cada vez más dentro de su región por vía del poder duro. Su inmensa ambición geopolítica, su asertivo nacionalismo, su desconocimiento del ordenamiento jurídico internacional en cuanto contradiga a sus objetivos, su impaciencia por alcanzar lo antes posible sus objetivos estratégicos y su permanente flexionar de músculos, han terminado por asustar y alienar a una parte importante de su vecindario. Como resultado, ha empujado a varios de sus vecinos, y particularmente a los más poderosos de entre ellos, a los brazos de Estados Unidos. Al hacerlo, los ha conducido a privilegiar sus imperativos de seguridad por sobre sus expectativas económicas. Es decir, ha propiciado que estos actúen a contracorriente del arrastre natural que ofrecen la riqueza y las oportunidades que China les representa.

El error mayor

Así las cosas, si Estados Unidos incurrió en un error al minusvalorar la importancia de lo económico como fuerza de atracción geopolítica, China ha incurrido en otro al dejar que su abrasivo nacionalismo y su impaciencia estratégica se impusiesen por sobre la gigantesca influencia que derivaba de su primacía económica regional. Colocados en la balanza, el error chino resulta mayor. A fin de cuentas, al antagonizar a tantos, China no ha hecho sino sembrar inmensas dificultades en el camino de sus ambiciones. El nuevo Acuerdo de Camp David se plantea no sólo como una muestra más, sino como una muestra mayor, de esta siembra.

altohar@hotmail.com

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